Nueva Humanidad

La Torah: una Instrucción con Claves para el Gran Cambio de tu Vida.

Por P.A. David Nesher

En  los días actuales, muchos son los seres humanos que peregrinan por la vida anhelando volver a los antiguos caminos que siempre permitieron a la humanidad llegar a la plenitud de su devenir existencial. En un sistema de cosas que ha construido un mundo que carece de confianza en sí mismo y de propósito espiritual, son cada día más los humanos que sienten el anhelo de un sistema que pueda llevarlos a la autorrealización.

Un seguidor de este blog, que reside en Europa, me consultó en forma privada acerca de cuál es el método que permitirá a la humanidad venidera (nuestros hijos) «sobrevivir» como seres humanos comprensivos, afectuosos y evolucionados. Primeramente, le respondí que en el diseño original del Padre Eterno no estamos llamados a sobrevivir ya que Él no nos creo para que evolucionemos como especie, sino más bien para que crezcamos espiritualmente promocionándonos los unos a los otros desde el servicio de amor. Por ello, el secreto reside en animarnos a llevara a cabo un revolución en nuestra visión del significado de la vida. Para ello, deberemos primeramente humillarnos reconociendo que hemos estado errados en la manera de transitar la vida, y desde ese nivel de humildad someter nuestros corazones a la Instrucción de Aquel, que siendo nuestro «fabricante» (Creador) ha dejado codificado en Su «Manual» (Las Sagradas Escrituras) todos los lineamientos que permiten al hombre que los estudia alcanzar sus metas venciendo intensas pruebas personales y trastornos sociales.

Es urgente que los que hemos despertado nuestras conciencias a Su Torah (Instrucción) nos sumerjamos de lleno en el estudio de Sus enseñanzas a fin de iluminar este mundo desde nuestros hechos como si estos fuesen minúsculos fragmentos de Su Luz que iluminan los innumerables niveles de Su profunda Verdad. De este modo contagiaremos a las multitudes a embarcarse en la aventura espiritual a la que el Espíritu Santo está invitando para que los hombres determinen en forma práctica y exitosa su destino.

En estos 23 años de servicio pastoral, he descubierto que todos los seres humanos intentan, día a día, darle un sentido, un propósito, a sus vidas. Todos luchan cotidianamente desde sus distintas funciones y responsabilidades, aspirando alcanzar cierta claridad de visión y fortaleza de convicción. Pero, desgraciadamente también he experimentado, que muy pocos nacen con la capacidad para actuar instintivamente o, mero dicho intuitivamente, en su propósito innato de acuerdo al diseño celestial que los preside.

Hoy, el Eterno Dios movilizó mi alma para escribir estas líneas con la intención de que las enseñanzas de la Torah, según Yeshúa el Mesías, puedan resultar relevante en la vida cotidiana de muchos de Uds. y, al mismo tiempo, le proporcionen al lector que así lo quiera el sabor de su objetivo original: desarrollar un hombre sobrenatural y no un fanático religioso.

Para ello, invito al lector a que se deje conducir día a día desde estas líneas por un viaje espiritual que le permitirá transitar los senderos asombrosos de la fe de Abraham. Las metas de estos caminos permitirán la comprensión de uno mismo y el dominio personal de aquellas áreas que el alma no sabe controlar.

Así, usted amado lector descubrirá que la clave de la felicidad se halla en nuestra capacidad para sacar nuestra parte positiva al momento de tomar cada decisión. De ese modo, hasta lo que parezca adversidad tendrá un final con sabor a miel, símbolo de la proverbial bendición divina disfrazada.

¡Estoy orando por vuestras vidas para que se animen a aceptar este desafío divino!

Abrazos: una terapia para dar y recibir

Considerando que nuestra  Asambleas de Gobierno ejercitan en cada encuentro la práctica apostólica que tenían las primeras comunidades del «ósculo santo» o «ósculo de amor» (Romanos 16:16; 2 Corintios 13:12;1 Tesalonicenses 5: 26; 1 Pedro 5.14) y debido a que al hacerlo los hermanos nos abrazamos, encontré conveniente compartirles estos secretos terapéuticos del poder de un abrazo.

A continuación les comparto 10 razones por las que es tan recomendable esta práctica, desde la familia y hacia toda conexión humana marcada por el afecto.
1. Ayuda a la comunicación.
Un abrazo genera confianza y un sentido de seguridad. Esto ayuda a la comunicación abierta y honesta.

2. Alivia sentimientos de soledad o ira.
Los abrazos pueden aumentar instantáneamente los niveles de oxitocina, otorgando una sensación de bienestar y contrarrestando los sentimientos de soledad, aislamiento e ira.

3. Mejora el estado de ánimo.
Un abrazo prolongado eleva los niveles de serotonina, mejorando el estado de ánimo.

4. Fortalecen el sistema inmunológico.
La suave presión sobre el esternón y la carga emocional que esto crea estimula la glándula del timo, que regula y equilibra la producción de glóbulos blancos en la sangre, ayudándote a mantenerte sano.

5. Eleva la autoestima.
Los abrazos nos hacen sentir amados y especiales. De hecho, muchos especialistas asocian el autoestima a las sensaciones táctiles de nuestros primeros años de vida. Los mimos que recibimos de nuestra mamá y papá mientras crecimos nos marcan, y conectan con nuestra capacidad de querernos y respetarnos a nosotros mismos.

6. Relaja los músculos.
Los abrazos liberan la tensión en el cuerpo. Pueden incluso calmar algunos dolores al estimular la circulación en los tejidos blandos.

7. Equilibran el sistema nervioso.
El efecto de la humedad y la electricidad en la piel que da un abrazo puede equilibrar nuestro sistema nervioso.

8. Nos enseñan cómo dar y recibir.
Los abrazos nos educan sobre cómo fluye el amor en ambos sentidos.
9. Sus efectos son parecidos a los de la oración y la risa.
Los abrazos nos alientan a fluir con la energía de la vida. Además, nos sacan de nuestros patrones de pensamiento y conectan con los sentimientos, equilibrando nuestra respiración.

10. Fomentan la empatía y la comprensión.

El joven científico y el anciano creyente

(Hecho histórico ocurrido en 1892, verdadero y parte de una biografía)

Un caballero de unos 70 años viajaba en el tren, teniendo a su lado a un joven universitario que leía su libro de Ciencias. El caballero, a su vez, leía un libro de portada negra. Fue cuando el joven percibió que se trataba de la Biblia y que estaba abierta en el Evangelio de Marcos.
Sin mucha ceremonia, el muchacho interrumpió la lectura del viejo y le preguntó:
Señor, ¿usted todavía cree en ese libro lleno de fábulas y cuentos?
Sí, más no es un libro de cuentos, es la Palabra de Dios. ¿Estoy equivocado?
Pero claro que lo está. Creo que usted señor debería estudiar Historia Universal. Vería que la Revolución Francesa, ocurrida hace más de 100 años, mostró la miopía de la religión. Solamente personas sin cultura todavía creen que Dios hizo el mundo en 6 días. Usted señor debería conocer un poco más lo que nuestros Científicos dicen de todo eso.
Y… ¿es eso mismo lo que nuestros científicos dicen sobre la Biblia?
Bien, como voy a bajar en la próxima estación, no tengo tiempo de explicarle, pero déjeme su tarjeta con su dirección para mandarle material científico por correo con la máxima urgencia.
El anciano entonces, con mucha paciencia, abrió cuidadosamente el bolsillo derecho de su bolso y le dio su tarjeta al muchacho. Cuando éste leyó lo que allí decía, salió cabizbajo, sintiéndose peor que una ameba. En la tarjeta decía:
Profesor Doctor Louis Pasteur
Director General del Instituto de Investigaciones Científicas
Universidad Nacional de Francia
‘Un poco de Ciencia nos aparta de Dios. Mucha, nos aproxima’.
Dr. Louis Pasteur

Stephen Hawking y el Dios inexistente… ¿Cómo se originó el Universo?

El científico británico Stephen Hawking en su último libro, ‘The Grand Design‘ o ‘Magnífico Diseño‘ en el que desgrana una serie de teorías sobre la creación del Universo, se mostró orgullosamente tajante al afirmar: «El Big Bang fue una consecuencia inevitable de las leyes de la Física y se creó de la nada«.
En este manuscrito, en el que Hawking comparte autoría con el físico norteamericano Leonard Mlodinow, apunta que «porque existe una ley como la gravedad, el Universo puede y podría crearse por sí mismo de la nada. La creación espontánea es la razón por la que es redundante el papel de un creador del mismo«.
Hawking renuncia así a sus opiniones anteriores expresadas en su obra «Una Breve Historia del Tiempo», en la que sugería que no había incompatibilidad entre la existencia de un Dios creador y la comprensión científica del universo. Aquí  él señalaba que, de acuerdo con las leyes de la Física, no es muy difícil creer que Dios intervino en el Big Bang. «Si desciframos la teoría completa se descubrirá el último triunfo de la razón humana. Hasta entonces debemos tener en cuenta la importancia de Dios«.

Hawking cuenta hoy 68 años de edad y, con la edición de su libro ‘A Brief History of Time’ (‘Una breve historia del tiempo’), de 1988, que narra los orígenes del Universo, consiguió el reconocimiento internacional. Además ha sido reconocido como una opinión relevante para la ciencia actual por su investigación en los agujeros negros, las cosmología y la gravitación cuántica.
Desde 1974 trabaja por unificar las dos piedras angulares de la física moderna, la Teoría General de la Relatividad de Einstein, y la Teoría Cuántica. Eso es algo estado buscando los físicos desde la épica de Einstein, aunque hasta el momento ha sido imposible reconciliar la teoría cuántica, que da cuenta del mundo subatómico, con la de la gravedad, que explica la interacción de los objetos a escala cósmica. Hawking aventura que la llamada teoría-M, proposición que unifica las distintas teorías de las supercuerdas, conseguirá ese objetivo.
La teoría-M es la teoría unificada con la que soñaba Einstein. El hecho de que nosotros, los seres humanos, que somos tan sólo conjuntos de partículas fundamentales de la naturaleza, estemos ya tan cerca de comprender las leyes que nos gobiernan y rigen el universo es todo un triunfo”, escribe el astrofísico.
Hawking da a entender que en lugar de ser una ecuación única, la teoría-M puede consistir en “toda una familia” de teorías inscritas en un marco teórico consistente, del mismo modo en que distintos mapas – políticos, geográficos, topológicos- pueden referirse a una sola región sin contradecirse entre sí.
En su nuevo libro, que sale a las librerías el 9 de septiembre, una semana antes de la visita del Papa a Gran Bretaña, Hawking sostiene que la moderna ciencia no deja lugar a la existencia de un Dios creador del Universo.

Sin embargo y más allá de toda postura humana, la Biblia revela que el Eterno Dios creó todo lo existente y, aunque les pese a los científicos como Hawking y su clan, esa es la única explicación que en realidad resulta aceptable para explicar el origen de todas las cosas: «Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía» (Hebreos 11:3).

Ante todo este tipo de aseveraciones de hombres respetados por profesar la «sabiduría humana» me han realizado una pregunta muy sincera pero sujeta a error: ¿Por qué no Dios simplemente se revela a Sí Mismo a la gente, probando así que Él existe? Estoy convencido que seguramente si Dios apareciera, ¡todos creerían en Él y su existencia! Pero el problema con esta idea es que, de acuerdo a la revelación divina, no es el deseo del Eterno Dios sólo convencer a la gente de que Él existe. El deseo de Dios para la gente es que crean en Él por fe (2 Pedro 3:9) y acepten Su regalo de salvación en Su Hijo Jesucristo (Juan 3:16). Si una persona no está dispuesta a aceptar la existencia de Dios por fe, entonces definitivamente no estará dispuesta a aceptar a Jesucristo como su Salvador por fe (Efesios 2:8-9). Ese es el deseo de Dios, que los hombres se conviertan en sus hijos. El Eterno no anhela humanos teístas (que creen que Dios existe), sino humanos herederos de Su plenitud y coherederos con Cristo en Su autoridad. 
La Biblia enseña que la existencia de Dios es claramente visible en el universo y en la naturaleza: 
«Porque las cosas invisibles de él [Dios], su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.

Profesando ser sabios, se hicieron necios.» 
(Romanos 1:20-22)
Y tomando esa última afirmación que denuncia a los sabios del planeta (científicos) como necios, me parece muy adecuado cerrar esta nota profética con las palabras davídicas que dicen: 
«Dice el necio en su corazón: No hay Dios.
Se han corrompido, e hicieron abominable maldad; no hay quien haga bien. Dios desde los cielos miró sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido que buscara a Dios.
Cada uno se había vuelto atrás; todos se habían corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni aun uno.» 
(Salmo 53:1- 3)

El trabajo infantil: un lazo de muerte para la esperanza mundial.

Los niños no deben trabajar. Trabajar es cosa de grandes, nunca de niños. A los adultos nos toca   brindarles todo lo que podamos para que ellos se dediquen a aprender, a jugar, a desarrollarse como personas. A disfrutar ni más, ni menos que de su niñez. Sin embargo, por triste que sea no todos los niños pueden hacerlo.
Todos sabemos que una cosa es educarse en el amor, y una muy diferente es amar. Así mismo, aprender a trabajar no es lo mismo que trabajar. Aprender el valor del trabajo como aspecto esencial de la dignidad del hombre es un maravilloso objetivo para desarrollar en los niños. El niño puede aprender el valor del trabajo viendo a sus padres que son trabajadores responsables, que son dignificados con el trabajo, que disfrutan de una vida confortable con lo que producen.
Un niño no puede aprender a trabajar con las mismas reglas de juego de un mayor. Sus prioridades son otras: el estudio, la alimentación, el juego, el aprendizaje de artes y hábitos, el deporte y tantas otras posibilidades.
El término “trabajo infantil” suele ser definido como el trabajo que priva a los niños, niñas o adolescentes de su infancia, su potencial y su dignidad, y que es nocivo para su desarrollo físico y mental. Se refiere al trabajo que: es física, mental o moralmente perjudicial o dañino para el niño e interfiere en su escolarización, privándole de la oportunidad de ir a la escuela; obligándole a abandonar prematuramente las aulas o exigiendo que intente combinar la asistencia a la escuela con largas jornadas de trabajo pesado.
La explotación del inocente con pesadas cargas y grandes responsabilidades no tiene olor de esperanza para el futuro. Situación muy diferente fue la de nuestros abuelos que aprendieron a trabajar en el campo de muy pequeños, pero en un ambiente de familia, de protección y de seguridad.
           
En el camino de la vida, es bueno aprender ciertas labores, adquirir experiencias, es decir, ir fraguando, en la propia personalidad, una conducta de trabajo y de esmero para lograr algo. En este sentido, muy diferentes son los trabajos-tareas simbólicas o pequeñas obligaciones que se proponen en casa, en la familia o incluso en la escuela. Estos quehaceres domésticos básicos y aún hasta las responsabilidades personales mínimas deben ser descubiertas y fortalecidas en el diálogo familiar, con afecto y contención. 
Se debe saber distinguir muy bien entre lo que es trabajar y lo que significa aprender, en la niñez, a asumir una pequeña responsabilidad. El trabajo infantil puede ser muy malo, puede provocar muchas consecuencias negativas, puede dañar la moral e, incluso, la misma integridad vital. 
Está bien claro que para trabajar, hay que ser adulto y estar formado. ¿Qué es lo propio del niño? La escuela, el juego, la amistad, papá y mamá, los dibujos… ¿Qué es lo propio del adulto? La responsabilidad, la pareja, el trabajo, la profesión…
En el trabajo infantil, se pierde, muchas veces, la inocencia, se arriesga la salud espiritual y también la física. No se puede exponer a los niños a los riesgos de un adulto.
Ante lo expuesto me surge una pregunta: ¿para qué queremos los adultos que los niños trabajen? Y la respuesta sale sola: para nada. Por el contrario somos los adultos los que debemos proveerles de todo lo que ellos precisan. No debe faltarles nada de lo esencial. Si, después de agotar todas las posibilidades y fuerzas para proporcionar bienestar a los hijos, no se puede cubrir todas sus necesidades, entonces, debe intervenir, en la familia, la asistencia del Estado.
Si hay un niño trabajando en la calle, es casi seguro que hay un adulto desocupado, un policía distraído, uno de nosotros que no mira lo que pasa en la calle, un juez fuera de la realidad.
Si la justificación de algunos adultos es solamente para educarlos en el trabajo, entonces, bien podemos iniciarlos en pequeñas responsabilidades dentro del hogar, pero nunca emplearlos fuera de la casa como: niñera, ayudante de verdulería, limpia vidrios, limpia botas, cadete, vendedor, peoncito de campo… Tan cómplice como el padre que manda a trabajar es el que le da trabajo y, en menor medida, el que utiliza sus servicios.
Es responsable también del trabajo infantil el Estado que ignora o no conoce la explotación de niños. Todos vemos niños con estampitas, golosinas y bolígrafos en los trenes, colectivos/buses y calles. Todos vemos, y nadie ve. Los ojos del Estado también son los nuestros. El pacto de silencio no hace bien, genera esclavitud y deja los derechos olvidados. 
En lo posible evitemos dar monedas o alimentar el trabajo infantil, especialmente el de la calle. La calle no es un lugar digno para estar y las acciones “bondadosas” que generalmente realizamos pueden provocar efectos contrarios a los deseados. Muchos niños explotados en la calle existen porque hay personas que al regalar una moneda alientan esa explotación.
No permitamos que ningún niño trabaje en la calle ni en ningún lugar. Lamentablemente, muchos niños empiezan vendiendo una golosina y, al poco tiempo, terminan en la prostitución, quizás el peor riesgo y la consecuencia más triste. Por eso, no podemos quedarnos de brazos cruzados y con los ojos cerrados.

Nuestros residuos cotidianos, un arma letal para las generaciones planetarias

Somos casi 7.000 millones de habitantes en este planeta, y el número  sigue creciendo, ya que hay un aumento poblacional de 210.000 personas por día

Lo difícil de todo esto es que producimos 1 kg de basura diaria por habitante, por lo que en un día se generan alrededor del mundo 6.500 toneladas de desechos. De éstos un amplio número de residuos no son biodegradables y el tiempo que transcurre hasta que podemos hablar de una descomposición al menos parcial puede ser muy prolongado, además de que muchas veces los residuos son altamente contaminantes.

¿Sabes cuanto tardan en degradarse nuestros residuos cotidianos?
Aquí algunos ejemplos. 

No agredamos el ambiente con desechos que contaminan y alteran el ritmo normal de la naturaleza que cada día el Creador renueva para darnos un medio ambiente sano y agradable. Colaboremos practicando adecuadas normas de higiene y eliminación de desechos.

Por favor, el planeta entero te lo pide: ¡reduce tu consumo de cosas innecesarias!

Si alguno de los lectores es hijo del Altísimo, lo invito a compartir esta información a fin de ser una respuesta a ese gemido invisible que está día a día aumentando frente al Trono del Eterno Creador.

» Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo».
(Romanos 8: 19-23)

Vean este video que grafica el proceso de degradación de una lata de aluminio