diaconía

Yosef Aprendió a Pasar del «Alma Gorda» al «Alma Flaca»

Por P.A. David Nesher

«Y del Nilo subían siete vacas gordas y de hermoso aspecto, que apacentaban en el juncal.
Tras ellas, subían del Nilo otras siete vacas de mal aspecto y enjutas de carne, y se paraban junto a aquellas vacas a la orilla del Nilo. Y las vacas de mal aspecto y enjutas de carne devoraban a las siete vacas gordas y de hermoso aspecto. Y despertó Faraón.
Y se volvió a dormir, y soñó por segunda vez, y he aquí siete espigas gordas y buenas crecían de un mismo tallo. Sin embargo, he ahí otras siete espigas menudas y resecas por el viento oriental brotaban después de ellas.»

(Génesis 41:2-6)

 

El Faraón (hebreo Parhó) soñó. Él sabía que hacía dos años su almohada era visitada por oráculos en forma de sueños. Pero esta vez soñó, y recordó sus sueños. Eran dos sueños sucesivos. Pero en su alma, el Faraón tenía la intuición que era dos formas de un mismo mensaje divino.

En el primer sueño, siete vacas gordas pacían en la «hierba del pantano» junto al río Nilo (sostén divino de la ganadería y agricultura egipcia). Pero después subieron del río siete vacas enjutas, que devoraron a las hermosas, sin, no obstante, engordar con ello.

El segundo sueño mostró un tallo de grano con siete espigas «llenas y hermosas», cuando a su lado brotó otro tallo, también con siete espigas, pero «abatidas del viento solano»; «y las espigas menudas devoraban a las siete espigas buenas». El sueño fue tan vivo que a Faraón le pareció realidad así lo asegura el sabio intérprete Rashbam que explica que «el texto revela que hasta este momento Faraón había creído que era una visión real y no un sueño» (vv. 5-7). Así era, sólo un sueño y, no obstante, la impresión de su realidad todavía le oprimía. Como él era considerado un dios encarnado, por lo tanto era inusual que solicitara la interpretación de sus sueños. Se entendía que él sabía lo suficiente como para estar preocupado, pero no lo suficiente para ser su propio intérprete. Se revolvió toda la noche en su cama porque los sueños parecían ser muy reales. Los egipcios creían que cuando los sueños se repetían o llegaban en dos juntos estos eran especiales, por lo que se determinó en conseguir alguna ayuda,  de modo que hizo llamar a «los magos (hebreo: jartumim) de Egipto, y a todos sus sabios» para que interpretaran su sueños.

Los jartumim egipcios que traducimos como magos eran muy conocidos en la corte del Faraón (Parhó).  Ellos eran los encargados, mediante secretos milenarios de la magia cusita (fundada por Cus) de explicar los sueños. Los veremos actuar en repetidas ocasiones en los relatos incluidos en los primeros capítulos del libro de Éxodo (Éx. 7:11). Era una creencia común en Egipto (Mitzraim), que los dioses se comunicaban a través de sueños. Los magos y adivinos conservaban diferentes interpretaciones de los sueños del pasado en libros de sueños, que eran supuestamente fiables.

Parhó relató sus sueños, “más no había quién se los interprete a Parhó”. El sabio exegeta Rashí dice que esta expresión debe traducirse: “Le fueron ofrecidas varias interpretaciones por parte de los magos más ninguna era aceptable para Faraón porque no le satisfacían”. La incapacidad de los magos para desentrañar el sueño del Faraón fue provocada por el mismo Espíritu del Eterno, con el fin de convertir el triunfo de Yoséf en un evento más grande aún, que aseguraría el empoderamiento del tzadik en la corte egipcia.

Los sueños del Faraón están muy en armonía con la naturaleza de Egipto. El ganado vacuno abundaba en el valle del Nilo. Por eso, el Parhó, desde su cosmovisión y juicio, discierne que su padre, el dios Ra, le está enviando esos sueños con el fin de amonestarlo sobre los sucesos venideros y darle ocasión de tomar medidas oportunas.

Las vacas deben haber impresionado a Faraón especialmente en un sentido religioso pues en la mitología de Mitzraim (Egipto) la vaca era el símbolo de las diosas Isis y de Hathor, divinidades de la fertilidad, la cual en este caso sería muy grande o muy escasa, según lo indica el número siete, representante simbólico de la perfección, la intensidad y la plenitud divina. En el libro egipcio «Libro de los Muertos», la principal escritura del antiguo Egipto, Osiris, es el dios de la vegetación y del inframundo y se representa como un gran toro acompañado por siete vacas. Por esto, el Parhó  (Faraón) estaba perplejo con los detalles oníricos que aún perduraban en su mente, haciéndolo víctima de grandes temores. Él estaba convencido que la interpretación de los magos y sabios intentando tocar los puntos mitológicos del Imperio no tenía nada que ver con el camino que se debía seguir; pero… ¿cuál era ese Camino?

Bien, cuando todos los magos y sabios fueron llamados y el Faraón les contó sus sueños, el jefe de los coperos estaba escuchando. Después de todo, su posición era estar al lado de Faraón y atender a todas sus necesidades. Así pues, cuando ninguno de los magos podría dar una interpretación a Parhó (Faraón), el copero se acordó de Yoséf.

A menudo, la gente se olvida de lo que en el pasado alguien ha hecho por ellos; esto se llama ingratitud. Por la alegría de ser liberado de la cárcel, el jefe de los coperos se olvidó de Yoséf por dos años. Ahora no tuvo más remedio que hablar de Yoséf a Parhó (Faraón), aunque sin alabar al cautivo, se refirió así sobre él:

“…En la prisión había con nosotros un jovenzuelo hebreo (extranjero que apenas conoce nuestro idioma)…”.

El copero tuvo cuidado de no elogiar a Yoséf para que éste no hallara gracia ante el Parhó (Faraón) y de ese modo no se le diera un puesto de altura en el gobierno egipcio, lo que finalmente sucedió. El copero se refirió a él como un “jovenzuelo hebreo”, es decir, un individuo que no merece grandeza, pero al menos descifraba visiones.

Faraón (Parhó) no perdió tiempo en enviar por Yoséf. En circunstancias normales, probablemente no habría buscado la ayuda de un hebreo, y mucho menos uno en la cárcel, pero no tenía a quién recurrir. Qué imagen tiene que haber sido, el poderoso rey y el esclavo desconocido.

«Entonces Parhó mandó llamar a Yoséf y prontamente lo hicieron salir de la fosa. Se rasuró su cabello, se cambió de ropa y se presentó ante Parhó» (v. 14). Yoséf no se había cortado el cabello, ahora tendría que mostrar una buena presentación por respeto al rey.

Ahora bien, gracias al obrar amoroso del Eterno, para este momento Yoséf ya no era el joven inmaduro de 17 años que solía presumir y jactarse de sus visiones. Pasó doce años encarcelado y ahora tenía 30 años de edad.  Los lujos, la grandeza, y la adulación no conmueven la ahora fe (emunah) sólida de Yoséf en Yahvéh. Yoséf, al escuchar que se le califica como un intérprete de sueños, rechaza delicadamente este título y opta por presentarse como un simple instrumento de Yahvéh, que habrá de proporcionar la tranquilidad y la paz al reino:

“…No es mérito mío, es Elohim quien dará a Faraón respuesta satisfactoria…” (v. 16)

Puntualizó Yosef con toda humildad. Literalmente se lee: «Dios responderá el shalom del Faraón». La palabra shalom a menudo lleva la idea de completo, perfección, o completamente, y eso es lo que quiere decir aquí. El Eterno le responderá a Faraón (Parhó) completamente. Por esta respuesta, Yosef exhibió un gran crecimiento en la madurez espiritual desde la época de sus propios sueños anteriores en Canaán. Entonces, él había antagonizado con su familia llamando la atención sobre su propia superioridad. Ahora, sin embargo, él se ganó la confianza y el respeto de un rey pagano y su corte por su habilidad propia y dando todo el crédito a Yahvéh. Sus años de esclavitud y encarcelamiento de hecho le habían enseñado humildad y paciencia. En lugar de llamar la atención sobre los fracasos de los magos y haciendo hincapié en sus propias fuerzas, él actuó con la mayor cortesía y moderación, y dirigió toda la alabanza solo a Yahvéh, el Verdadero y Único Dios.

Es evidente que, sin la intervención divina, Yoséf habría sido dejado languidecer en prisión hasta que morir. Fue el Eterno quien turbando el espíritu del Parhó (Faraón) en un sueño, provocó su liberación. El mismo Yoséf reconoció esto, como se desprende de sus palabras a sus hermanos más adelante: Por eso «Elohim me envió delante de vosotros para preservaros un remanente en esta tierra y para daros vida por medio de una gran liberación. Así que, no me enviasteis vosotros acá, sino Elohim.» (45:7-8).

Después de trece largos años de prisión, el Eterno había despojado a Yoséf de su yo carnal, el ego o ratzón atzmutdeseo de recibir sólo para sí«). No estaba pavoneándose en su túnica real de muchos colores que le había dado su padre. No estaba diciendo, «yo puedo hacerlo por todas las aptitudes que poseo«; por el contrario, él decía: «… y ya no vivo yo, sino que el Mesías vive en mí.» (Gálatas 2:20). Estaba diciendo: «No puedo Yo hacer nada de mí mismo. Según oigo, juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.» (Juan 5:30). Él estaba diciendo que ser un servidor es la base del liderazgo. Yeshúa dijo de sí mismo: «porque ni el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y dar su vida en rescate por muchos.» (Marcos 10:45).

Aquel que anuncia a Yeshúa también se convierte en un servidor.

¿Es usted un servidor? ¿A quién sirve?

El servicio es la llave de oro que abre la puerta al éxito en el Reino de Dios.

«Porque vosotros hermanos, a libertad fuisteis llamados; sólo que no uséis la libertad como oportunidad para la carne, sino servíos los unos a los otros por medio del amor.»

(Gálatas 5:13)

Somos como bestias cuando muerden y se devoran unos a otros; somos como seres humanos cuando nos criticamos unos a otros, pero somos como Dios cuando servimos a los otros en amor. Eso es lo que hizo Yosef aquí. ¿Qué decide usted hacer hoy aquí y ahora?

 

¿Quién es el Prójimo según Yahvéh y Su Mesías?

Por P.A David Nesher 

«No odiarás a tu compatriota en tu corazón; podrás ciertamente reprender a tu prójimo, pero no incurrirás en pecado a causa de él. No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo; yo soy el SEÑOR«.

(Levítico/ Vayikrá 19:17,18)

 

Hoy, en mi cuenta de Twitter, publiqué el siguiente paradigma existencial:

El ser humano no puede hallarse verdaderamente a sí mismo en el amor, si en el amor no ha hallado antes al «tú» del prójimo.

El mismo surgió en mi corazón, al estar en este Shabat, meditando en el capítulo diecinueve del libro Vayikrá (Levítico).

 

El principio fundamental de la fe de Israel se encuentra vibrando en este texto de siete palabras: amar al prójimo como a sí mismo. Aquí se encuentra el mandamiento número dos en importancia en toda la Torah, y nuestro Mashiaj marcó claramente cuando fue increpado acerca de cuál era el mayor mandamiento:

 

“Cuando uno de los escribas se acercó, los oyó discutir, y reconociendo que les había contestado bien, le preguntó: ¿Cuál mandamiento es el más importante de todos? Yeshúa respondió: El más importante es: «ESCUCHA, ISRAEL; HASHEM NUESTRO DIOS, HASHEM UNO ES; Y AMARÁS A HASHEM TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN, Y CON TODA TU ALMA, Y CON TODA TU MENTE, Y CON TODA TU FUERZA.” El segundo es éste: «AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO.” No hay otro mandamiento mayor que éstos.”

(Marcos 12:28-31)

 

Cuatro términos diferentes que definen otras personas aparecen en estos dos versículos de Vayikrá que hoy encabezan nuestro estudio. Esas cuatro expresiones son:

  • Compatriota (v. 17) – aj, אח – literalmente “hermano”
  • Prójimo (v. 17) – amit, עמית  – compañero
  • Hijo del pueblo (v. 18) – ben am, בן עם
  • Prójimo (v. 18) – rea, רע

Los cuatro son utilizados en estos versículos como sinónimos. Es decir que están siendo tratados con una mentalidad que les otorga el mismo significado. Surge la pregunta si solamente se refieren a los israelitas o a todas las personas del mundo.

 

La respuesta encontramos en otros textos que consideraré con ustedes a continuación:

 

Y ciertamente pediré cuenta de la sangre de vuestras vidas; de todo animal la demandaré. Y de todo hombre, del hermano de todo hombre demandaré la vida del hombre.”

(Génesis 9:5)

 

“Y Jacob dijo a los pastores: Hermanos míos, ¿de dónde sois? Y ellos dijeron: Somos de Harán.”

(Génesis 24:4)

En estos dos textos es usada la palabra aj – hermano – cuando se refiere de la relación entre cualquier tipo de hombres. En el primer caso se habla de que todos los hijos de Noaj son hermanos. Por lo tanto, según la Torah todos los seres humanos de la Tierra son hermanos .

En el segundo texto nuestro padre Yaakov dice “hermanos” a unos pastores idólatras que no tenían ningún parentesco con él ni compartían su nacionalidad.

De los cuatro términos que estamos considerando aquí, aj es el que más exclusividad podía expresar, porque, según la Instrucción (Torah), para el Eterno un hermano es el prójimo más cercano que tenemos. Sin embargo, es precisamente ese término que la Torah usa para decir que todos los hijos de Noaj son familia y que Yaakov usó para hablar con gente extraña.

Entonces usando la primera ley de interpretación de las Escrituraskal vajomer  (nos permite aprehender una ley a partir de otra) – podemos decir que si el término aj – hermano – es usado de manera universal entre todos los hombres de la Tierra, ¡cuánto más el término rea – prójimo – tiene que incluir a todos los hombres y mujeres de la Tierra!

Al considerar lo que la Torah enseña entendemos que en esa cosmovisión el amor al prójimo no es solo sentimiento, sino también acción. Al examinar el contexto en el que se encuadra el mandato de Levítico 19 que exhorta a los siervos de Dios a amar al prójimo como a sí mismos, logramos comprender que esto es pura praxis. En ese capítulo leemos que los israelitas dejarían que los necesitados y los residentes forasteros recogieran parte de la cosecha. Además, no tolerarían el hurto, el engaño y la falsedad, ni tampoco el favoritismo en los juicios. Censurarían a quien actuara mal, pero sin olvidar esta advertencia: “No debes odiar a tu hermano en tu corazón”. Este mandamiento y muchos más se resumían en las palabras: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:9-11, 15, 17, 18).

La Torah nos enseña acerca del amor que debemos tener hacia los hijos de nuestro propio pueblo, y hacia el extranjero que habita entre nosotros, porque estas son las personas hacia las cuales podemos expresar nuestro amor de manera inmediata. No puedo mostrar amor al que no conozco. Los más allegados son los que pueden recibir mi amor, y tengo la responsabilidad de esforzarme para mostrarles amor a ellos de la misma manera que estoy haciendo conmigo mismo. Si amo a mi prójimo no le engaño ni tomo ventaja de él; soy cuidadoso con sus bienes como si fueran los míos, e incluso con más cuidado que con los míos; no le hago daño con mis palabras, sino que le hablo con respeto y hablo bien de él; no guardo mi alegría para mí mismo, sino la comparto con él y me alegro por su prosperidad como si fuera la mía; hago por él todo lo que a mí me hubiera gustado que me hiciera si yo hubiera estado en la misma situación.

Se trata de un amor universal, no limitado al grupo al cual uno pertenece .

Desafortunadamente, durante el ministerio terrenal del Mesías, muchos judíos tenían una estrecha definición sobre quien era su prójimo y solamente consideraban a sus amigos y compatriotas como prójimos. Sucedía que para ese entonces, desde la época de los Macabeos, los maestros judíos enseñaban que en la Torah términos como “amigo” y “prójimo” estaban reservados para los judíos, y que había que odiar a la gente de otros pueblos. Llegaban a decir que ser verdaderamente devoto exigía despreciar a quienes no lo eran. En tal ambiente era imposible extinguir el odio ya que había leña de sobra para alimentarlo. Estos maestros erróneamente enseñaban que en Vayikrá (Levítico 19:18) la expresión “tu prójimo” solamente hace referencia a “los hijos de tu pueblo”, es decir, está limitado a significar solamente los israelitas. Pero el versículo 34 (treinta y cuatro) muestra que la expresión “el prójimo”, según el Eterno, no está limitada a significar solamente los hijos de Israel sino también a los extranjeros:

“El extranjero que resida con vosotros os será como uno nacido entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto; yo soy HaShem vuestro Dios.”

(Levítico 19: 34)

Por ello, Yeshúa (Jesús) trato este asunto en el conocido Sermón del Monte. Él, al pautar sintéticamente los lineamientos fundamentales del Yugo que ofrecía a sus discípulos, dejó bien aclarado a quién hay que tratar con amor:

«Ustedes han oído que se dijo:

“Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo”.

Pero yo les digo:

Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos.»

(Mateo 5:43-45)

Con estas palabras, Yeshúa HaMashiaj destacó dos puntos:

  • Primero, que el Eterno trata con generosidad y bondad a buenos y malos, y
  • Segundo, que debemos copiar su ejemplo, tal y como Yeshúa mismo lo imitaba como Hijo.

Yeshúa nos ordena que amemos a nuestros enemigos (Lucas 6:27), y mostró que nuestro prójimo es aquel en necesidad, aunque por tradición fuera enemigo (Lucas 10:25-37). El mandamiento de amar a tu enemigo como a ti mismo es simple pero a menudo malinterpretado. Esto no significa que debemos de amarnos a nosotros mismos antes que podamos amar a alguien más; esto significa que en la misma manera que cuidamos de nosotros mismos, y estamos preocupados por nuestros propios intereses, debiéramos de cuidar y preocuparnos por los intereses de otros.

 

Este lineamiento del Yahvéh enseña que tú no puedes amar a otros si no te amas a ti mismo. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, ni más ni menos. No se puede amar al prójimo más que a sí mismo, sino en la misma medida. El que no se ama a sí mismo es incapaz de amar al prójimo. ¡Ámate a ti mismo, perdónate a ti mismo, habla bien de ti mismo, cuídate a ti mismo, y haz lo mismo con tu prójimo!

El amor al prójimo depende de cuánto hemos entendido del amor que el Padre tiene hacia nosotros , como está escrito:

 

“El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.”

(1 Juan 4:8)

 

El que no se ama a sí mismo no conoce a Dios. La fuente de nuestro amor es Dios. Cuanto más conozcamos a Dios, más vamos a poder amarnos a nosotros mismos y al prójimo:

“Nosotros amamos, porque Él nos amó primero.”

(1 Juan 4:19)

Sucede que ni el amor a sí mismo ni el amor al prójimo pueden alcanzar la profundidad que es necesaria para que sean duraderos y perfectos, si ambos no han buscado y descubierto su centro en el Eterno. Esta era la idea que palpitaba en el corazón de Agustín de Hipona cuando escribiera: «Sólo los que se aman en Dios, se aman rectamente. Por tanto, para amarse, es preciso amar a Dios«.

Nuestro amor depende de cuánto amor hayamos recibido del Eterno . Dicho con otras palabras, si cultivamos nuestra relación con Él, vamos a poder recibir su amor, y así poder amar al prójimo de la misma manera como hemos sido amados por el Padre .

El amor al prójimo nos ayuda a no cometer malas acciones, tal como mostró el apóstol Pablo:

“Pues los mandamientos dicen:

No cometas adulterio. No cometas asesinato. No robes. No codicies».

Estos y otros mandamientos semejantes se resumen en uno solo:

«Ama a tu prójimo como a ti mismo.”

(Romanos 13:9, 10)

Por todo esto,entendemos que los discípulos de Yeshúa de las comunidades del primer siglo entendía que el amor tiene que mostrarse en primer lugar a los más cercanos. El que no ama a su hermano que ha visto no puede amar al forastero que no ha visto. El amor empieza con los cercanos y se va extendiendo a todos los hombres:

“Por esta razón también, obrando con toda diligencia, añadid… a la piedad, fraternidad y a la fraternidad, amor.”

(2 Pedro 1:5, 7)

 

¿Qué luz arrojan estas palabras sobre este inciso: «como a ti mismo«? El ser humano mesiánico de nobles sentimientos ha de considerar el amor al prójimo tan importante, o digamos mejor, tan natural como lo es el amor de sí mismo; el amor fraterno ha de ser como una segunda naturaleza. Pero tengamos siempre presente que la última medida del amor al prójimo no ha de ser el simple amor natural de sí mismo, por más noble que lo supongamos; esa medida es el santo amor de sí mismo en Dios. Ese amor es posible gracias al ejemplo del Mesías Yeshúa y a su muerte redentora, y consiste en amarnos con el mismo amor que Yahvéh nos profesa, en co-amarnos con Dios. En suma, la última medida del amor al prójimo no es el amor a nosotros mismos, porque ambos amores han de medirse por el amor que Yeshúa HaMashiaj nos profesa.

 

¡Ama a tu prójimo como a ti mismo!