Notas de Interés

Despreciar el Tiempo Libre puede conducirte a sufrir de Estrés y Depresión.

Autora: Andrea Fischer

La carga de trabajo del día estuvo menos pesada. De pronto, dan las cinco de la tarde y, en medio del encierro pandémico, nos encontramos sin nada que hacer. Nos paramos del escritorio, apagamos la computadora y, más allá de mirar otro rato más el celular, no parece haber nada bueno en la agenda. De pronto, el tiempo libre nos aterroriza.

Las responsabilidades de la oficina se detienen. Nadie contesta en los grupos de amigos. Entonces, sentarse a leer, a dibujar o hacer cualquier cosa no-redituable parece una buena opción. En el último rincón de la mente, un malestar se hace cada vez más presente: parece que ese tiempo de ocio, que no genera un quinto, es un desperdicio.

El peso de la autorrealización laboral se hace asfixiante y, antes de saberlo, parece que descansar ya no es una opción. A la larga, según un estudio de la Universidad de Ohio con Harvard, las personas que piensan así tienen impactos severos a nivel psicológico. Esta es la razón.

Rendimiento y presión sostenidos

Ya lo identificaba el filósofo surcoreano-alemán Byung-Chul Han. En su compendio de ensayos, «La sociedad del cansancio» (2010), denuncia la manera obsesiva en la que los seres humanos contemporáneos se explotan a sí mismos en aras de su propia realización personal. Siempre basados en el rendimiento laboral; siempre con base en las horas en las que las personas se mantienen productivas desde el punto de vista económico.

Un estudio reciente de Harvard respalda — quizá refuerza y hace eco— a este desarrollo teórico anterior por 11 años. Ambas referencias concuerdan en una misma premisa: las personas piensan que, en su tiempo libre, si no están explotándose a sí mismos para conseguir una remuneración económica, están desperdiciándose. Así, se convierten en un recurso constante, a disposición del sistema de producción neoliberal.

El problema viene después de años de rendimiento y presión sostenidos. Según el artículo publicado en Journal of Experimental Social Psychology, quienes ya dependen de su trabajo para sentir que no están perdiendo el tiempo son mucho más propensos a la depresión y a la ansiedad crónica.

Hay muchas investigaciones que sugieren que el ocio tiene beneficios para la salud mental y que puede hacernos más productivos y menos estresados”, señala Selin Malkoc, experto en mercadotecnia de la Universidad de Ohio. Los trabajadores contemporáneos no comparten este sentir, aunque sea de manera sistematizada e inconsciente.

Terror al vacío

Incluso como analista de esta problemática social, Malkoc habla de ella desde el punto de vista de rendimiento. En otras palabras, está diciendo: si te relajas, puedes trabajar más. Este terror al vacío aparente también lo identifica Byung-Chul Han. En un punto confluyen ambos autores: “[…] encontramos que si las personas comienzan a creer que el ocio es un desperdicio, pueden terminar más deprimidas y estresadas“, explica el mercadólogo estadounidense.

En contraste, según el estudio conjunto de Harvard con la Universidad de Ohio, quienes son más escépticos a las jornadas laborales inexorables son más sanos a nivel mental. A pesar de ello, los investigadores de ambas instituciones concuerdan en que las personas tienden a disfrutar más el ocio si lo entienden como un objetivo más grande:

Si el ocio puede enmarcarse como un objetivo productivo, eso ayuda a las personas que piensan que el ocio es un desperdicio a obtener algunos de los mismos beneficios”, dijo la coautora del estudio Rebecca Reczek, mercadóloga de la Universidad de Ohio.

De esta forma, se genera un letargo constante, en el que las personas no se sienten tranquilas al momento de no hacer nada —más que descansar. Entender el ocio como un fin en sí mismo, en la era de la hiperconectividad, se ha vuelto inconcebible. Bajo esta premisa de auto-explotación, el descanso profundo ya no existe.


Tomado de: Muy Interesante

Una Investigación Genética dio una Noticia Asombrosa:¡El 25% de los Latinoamericanos tiene ADN judío!

Una investigación genética sin precedentes realizada por docenas de profesores de todo el mundo proporcionó evidencia de que casi una cuarta parte de los latinos e hispanos tienen ADN judío.

El estudio, publicado en Nature Communications en diciembre de 2018, reveló que el número de descendientes de comunidades judías españolas y portuguesas es mucho mayor que incluso las estimaciones más grandes sugeridas anteriormente.

La última aproximación oficial del número de personas en América Latina, realizada por las Naciones Unidas en 2016, dio como resultado una cifra de más de 650 millones. A esa evaluación hay que sumarle los aproximadamente 60 millones de latinos e hispanos en EEUU, así como los datos de investigaciones genéticas anteriores que muestran que alrededor del 20 por ciento de la población actual de 60 millones de personas en la Península Ibérica tienen ascendencia judía. Por ello, podría haber hasta 200 millones de descendientes de las comunidades judías españolas y portuguesas en todo el mundo hoy en día.

¿En qué medida esta población es consciente o está interesada en una afinidad con el pueblo judío?

“Reconectar”, una organización que facilita la reconexión de los descendientes de las comunidades judías españolas y portuguesas al mundo judío, ha realizado una serie de estudios que exploran las actitudes de decenas de miles de estos descendientes hacia su ascendencia. Se ha encontrado que en algunos lugares, hasta el 30 por ciento conoce algunos ancestros judíos, ya sea a través de pruebas de ADN, descubrimientos genealógicos o búsquedas simples en Google con respecto a los orígenes y tradiciones familiares.

Esto significa que decenas de millones de personas fuera de la comunidad judía normativa están buscando formas de volver a conectarse con ella y con su herencia, desde la simple investigación de las raíces ancestrales hasta la búsqueda activa de un retorno al pueblo judío e incluso hacer aliyáh (emigrar a Israel).


Fuente: Agencia AJN

Una Amenaza Silenciosa: La Contaminación Química del Plástico

Autora: Ethel Eljarrat

¿Sabías que cada año se producen un total de 300 millones de toneladas de plástico? Lo más triste de este dato es que de ellas, se estima que ocho millones acaban directamente en los mares y océanos de nuestro planeta.

La inundación de plásticos de mares y océanos es uno de los principales problemas ambientales del planeta, según el informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) publicado este 2019. De no tomarse medidas, existe un elevado riesgo de deterioro de los ecosistemas marinos y, por consiguiente, de la biodiversidad marina.

El impacto físico de las basuras plásticas en la fauna es evidente. Es frecuente encontrar animales, como las tortugas, que han quedado enganchados con redes o cuerdas, quedando estrangulados en sus extremidades y sufriendo falta de riego sanguíneo.

Además, muchas especies marinas han incorporado plásticos en su organismo, incluyendo cetáceos, aves, tortugas, peces y plancton. Muchos mueren por la ingestión de plástico que les ha bloqueado el sistema digestivo. Se calcula que más del 60 % de todas las especies de aves marinas tienen rastros de plásticos en sus intestinos y se han encontrado plásticos en los estómagos de casi 700 especies de vertebrados marinos. Sin embargo, el impacto químico de los plásticos es menos evidente.

Los aditivos de los plásticos

Los plásticos están formados por polímeros, normalmente derivados del petróleo, a los que se añaden diversos compuestos químicos, que pueden constituir más del 50 % del peso del plástico. Cada compuesto químico que se añade tiene su función:

  • Los plastificantes proporcionan la flexibilidad, dureza o rigidez, dependiendo de las diferentes aplicaciones del producto.
  • Los estabilizantes se añaden para inhibir o retardar el mecanismo de oxidación y degradación de los polímeros durante su fabricación.
  • Los retardantes de llama se añaden a todo tipo de material para evitar su flamabilidad. Así, si se produce un incendio, la propagación de las llamas es más lenta.
  • Los filtros solares se añaden para absorber la luz UV y así aumentar la vida útil de los plásticos expuestos al sol.
  • Los antibacteriales se añaden para evitar que bacterias crezcan en el plástico. Esto es muy importante para el destinado a usos alimenticios.

Existen más de 3.000 sustancias químicas diferentes asociadas a los plásticos y más de 60 caracterizadas como sustancias de alto riesgo para la salud, siendo algunas de ellas persistentes, bioacumulables y tóxicas. Existen cientos de estudios científicos que demuestran que aditivos comunes del plástico, como los bisfenoles, los ftalatos, los retardantes de llama y los metales pesados, son muy peligrosos para la salud.

Los microplásticos

Los microplásticos son pequeños pedazos de plástico que miden menos de medio centímetro, como el tamaño de un grano de arroz. Llegan al mar por dos vías diferentes:

  • Por un lado, proceden de los microplásticos fabricados específicamente para ser usados en artículos como cosméticos, pasta de dientes, jabón de manos y productos de limpieza. Cada año, los fabricantes europeos utilizan 3.125 toneladas de microplásticos. Las aguas residuales y las escorrentías los llevan a las vías fluviales y de aquí van a parar a los mares.
  • Por otro lado, cuando los plásticos llegan al mar, se van fragmentando en pedazos mucho más pequeños por la acción de la luz solar y el oleaje.

Además, los microplásticos tienen la capacidad de atraer y acumular las sustancias tóxicas presentes en el medio marino, de manera que funcionan como un medio de transporte de contaminantes. Así, estos fragmentos de plástico, con todas las sustancias químicas asociadas a ellos, así como con todos los contaminantes del medio atraídos sobre ellas, son ingeridos por la fauna marina, desde los peces más pequeños hasta los mamíferos.

La amenaza de la contaminación química

Una vez ingeridos los microplásticos, el animal acumula los compuestos químicos asociados en sus tejidos. Estos compuestos químicos no se metabolizan, por lo que se van acumulando en el animal a lo largo de toda su vida.

Además, se produce el efecto de la biomagnificación: los niveles de estos compuestos van aumentando a medida que se asciende en la cadena trófica, de forma que las presas tienen menor concentración de sustancias tóxicas que el predador. De esta manera, los mayores niveles de contaminación los vamos a encontrar en las especies de nivel trófico superior, como los delfines.

Los compuestos químicos asociados a los plásticos, como los mencionados anteriormente, no provocan toxicidades agudas, o sea, no producen efectos adversos inmediatos. Sin embargo, sí que producen una toxicidad crónica, es decir, provocan los efectos adversos como resultado de pequeñas dosis diarias de una sustancia química.

Algunos son disruptores endocrinos: imitan el comportamiento de las hormonas e incluso concentraciones pequeñísimas pueden producir mutaciones graves a nivel celular. Algunas de las alteraciones que se han relacionado con los aditivos tóxicos del plástico son diversos tipos de cáncer, infertilidad, problemas de desarrollo, enfermedades neurodegenerativas, enfermedades cardiovasculares, obesidad y diabetes.

Repercusión en la salud humana

Los humanos, al estar en la cúspide de la pirámide trófica, no estamos exentos de peligro. Las vías de exposición humana a los aditivos químicos de los plásticos son básicamente dos: la ingesta y la inhalación.

El mayor aporte corresponde a la dieta. Cuando ingerimos un pescado, estamos incorporando a nuestro organismo todos los contaminantes que ha acumulado a lo largo de su vida. Es importante destacar que el problema no viene por el plástico que el animal tenga en el tracto gastrointestinal, ya que esta parte no es comestible. El problema viene de los aditivos químicos del plástico, que sí se acumulan en los tejidos grasos, como el músculo, una parte que sí es comestible.

También hay que tener en cuenta que los alimentos pueden contaminarse durante la producción, el procesamiento industrial (empaquetado, enlatado y secado) y el almacenamiento, debido a la presencia de contaminantes en algunos materiales utilizados en el procesamiento, así como a la transferencia de contaminantes desde los materiales de envasado.

La otra vía de exposición humana es a través del aire. Estos químicos se hallan en las partículas del aire que respiramos, sobre todo en interiores (casas, oficinas, …), ya que dichos ambientes están llenos de materiales plásticos. Normalmente, esta exposición es inferior a la de la dieta, ya que solemos comer hasta 2 kg de alimentos por día, mientras que la inhalación de partículas a través de la respiración suele ser de 20 mg por día.

Así pues, la contaminación por plástico supone un grave problema ambiental y una potencial amenaza para la salud humana, por lo que son necesarias medidas para intentar reducir el uso de material plástico en la sociedad.


Ethel Eljarrat, Científica titular del Departamento de Química Ambiental, Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA – CSIC).


Fuente: Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Morir de la Mano

Autor: José Iribas

¡Abrázale, mi Señor!
Que yo no puedo abrazarlo.
Cógele la mano Tú,
Que a mí me ha sido vedado. 
Haz que no se sienta solo,
Haz que él te vea a su lado.
Haz que te note en el rostro 
De aquel que busca sanarlo.
De ese que en primera línea
La vida se está jugando.
Que va a pecho descubierto.
Va sin medios, superado.
Salvo coraje y amor, apenas va pertrechado.
Guía, por favor, Señor,
Guíame a los sanitarios.
Sé que Tú les acompañas,
Muchos bien lo están notando.
Te ven, así, en el enfermo,
En el que está acongojado.
Te ven en quien agoniza o en quien están ya curando.
Te ven en quien, en camilla,
Está, apenas, balbuceando.
Al Padre, a tu Padre amado: Que pase de él ese cáliz…
Tú, que lo pedías, hazlo. 
Amén.

Ayer me dieron la mala noticia de la muerte de la madre de Andrea, una buena amiga.

Contacté con Andrea por teléfono. En cuanto lo supe. El encuentro en persona, con el confinamiento por el Covid-19, es imposible -lo sabes bien-.

Mi amiga se desahogaba y compartía conmigo lo que podría relatarme cualquiera en sus circunstancias ante la pandemia que padecemos. Esa que no te deja siquiera “morir con normalidad”, junto a tus seres queridos.

Esta mañana, me he levantado dándole vueltas a la importancia del sentido del tacto.

A menudo caemos en la trascendencia de la vista, la del oído, la del gusto o el olfato… Para apreciar hermosos paisajes, bellas melodías, sabrosos manjares, perfumes o flores…

Hoy, sin embargo, pensaba yo -ya ves- en el valor de “la piel”. Y de ahí, he pasado al de la caricia, al del abrazo.

¿Se nos están yendo solos?

Este maldito coronavirus se está llevando a muchos de los nuestros -todos los seres humanos deberían serlo- sin poder siquiera acompañarlos; sin poder asirles de la mano en su último trance; sin poder despedirlos, sin poder arroparlos.

Es terrible. Muy duro.

Te hacía alguna vez reflexiones sobre la vida y la muerte. Compartía entonces contigo que cada ser humano, en el fondo, hemos de vivir nuestra propia muerte afrontándola personal e “intransferiblemente”.

Pero esto es bien distinto…

Darles la mano. Importante para ellos. Y también para quienes se la hubieran querido tender.

Te agarras a su mano y es un indudable consuelo.

Ojalá, para el que se va. Seguro.

Mas también para quien se queda: ese familiar dolorido a quien le gustaría… aferrarse a quien va a marcharse ya al Cielo e intentar -es humano- retenerle consigo un poco más… O, al menos, acompañarle a “atravesar el puente”; sin vértigos.

Pero hay más.

Cuando alguien fallece, hay que darle sepultura. Sus familiares y amigos quieren acompañar, también en ese último paso, al cuerpo sin vida del suyo: pues no todos pueden ir, en este estado de confinamiento. Hay límites. Y quienes van no pueden acercarse demasiado al féretro. Ni a veces siquiera -me decía Andrea- abrazarse con los suyos: hubo quien les recordó lo preceptivo de mantener las distancias y evitar el contacto.

Dicen que el amor va de corazón a corazón; que bastan miradas, gestos… pero ¡cuánto puede echarse de menos un abrazo! Un abrazo que te funda con el otro; que te una, te vincule, te facilite -en un encuentro solidario- esa necesaria común-unión.

Pensaba en todo esto y… en que tengo ganas, necesidad, -como tú, como todos- de que todo esto acabe. Y quiero dar abrazos. No me bastan saludos: prometo dar abrazos.

Me venía a la cabeza la importancia del abrazo físico como expresión de la amistad, de la fraternidad, de la unidad. Como consecuencia, sí, de aquellas.

Pero, además, pensaba en el abrazo no solo como consecuencia, sino como causa de las mismas.

Si -simplemente- las personas nos abrazásemos más, fraternalmente, incluso con quienes no apreciamos como debiéramos, probablemente lograríamos romper muchas barreras.

Pensaba en abrazar a “mis contrarios” -si los tuviera-, a quien piensa o actúa distinto, a quien me ignora… pensaba cómo un abrazo, un simple abrazo, un sencillo abrazo puede ser “medicina” que cura heridas, alivia corazones, hace que brote por fin la primavera, después de tanto invierno (e infierno) como a veces nos creamos -artificialmente y sin necesidad- las personas.

Cuando esto acabe, amigo, espero darte un abrazo. De corazón. Y de veras.

Mucho mayor que el que hoy te mando. Con todo mi afecto. Y una doble petición:

¡Cuídate!

Y ten paz en tu comprensible dolor si alguien próximo a ti se ha ido estos días al Cielo.

Seguro que, entre quienes están en primera línea, ha habido quien le ha tomado de la mano. Hasta lo Alto.

¿Me ayudas a difundir? ¡Muchas gracias!

Tomado con Permiso del Autor desde su Blog: Dame Tres Minutos

El Coronavirus y la Sociedad de la Mentira Global.

Por Pedro Luis Angosto

Durante el año pasado se registraron en España 277.000 casos de cáncer. La mitad de los enfermos morirán en un plazo inferior a cinco años, sufriendo durante el resto de su vida un calvario indecible de idas y venidas al hospital, de quimio y radioterapia, de dolor y sufrimiento y de miedo indescriptible. En una sociedad avanzada y civilizada, las investigaciones para curar o paliar el cáncer, las enfermedades cardíacas y las degenerativas deberían ocupar un lugar preeminente, dedicándoles todos los medios económicos posibles. Del mismo modo, en un mundo civilizado y justo, la Organización Mundial de la Salud, en vez de callar, debería denunciar los precios altísimos de los tratamientos para esas enfermedades que están arruinando a los sistemas estatales de salud, declarar la libertad de todos los países copiar cualquier medicamento que sirva para mejorar la vida de los enfermos y condenar el reparto mafioso y monopolístico de los nuevos tratamientos por parte de los grandes laboratorios. No lo hace, mira para otro lado, y la curación de esas enfermedades que tanto dolor causan a tantísima gente se pospone hasta que la mafia quiera. 

El año pasado murieron en España por accidente laboral casi setecientas personas, resultando heridos de gravedad o enfermos debido al trabajo varios miles de personas. Las causas están claras, precariedad laboral, jornadas interminables, destajo, escasas medidas de seguridad y explotación. Ningún organismo estatal ni mundial alerta sobre el deterioro de las condiciones de trabajo ni esas víctimas, que podrían haberse evitado con muy poca inversión, abren los telediarios ni ocupan más de su tiempo.

En 2019, seis mil españoles murieron de gripe, una enfermedad tan común como el sarampión que  mata todos los años a miles de personas en África sin que la OMS exija a los Estados miembros que aporten las vacunas necesarias -que valen cuatro perras- para evitar ese genocidio silencioso. Al fin y al cabo, la mayoría son negros.

En 2018, más de cuarenta mil personas murieron en España por la contaminación ambiental, siendo directamente atribuibles a esa misma causa el fallecimiento de ochocientas mil personas en la Unión Europea y casi nueve millones en el mundo, aparte de los millones y millones que padecen enfermedades crónicas que disminuyen drásticamente su calidad de vida.

En 2017 más de seis millones de niños murieron de puta hambre en el mundo mientras en los países occidentales se tiran a la basura toneladas y toneladas de alimentos. Ese mismo año, más de dos mil millones de personas trabajaron jornadas superiores a 15 horas por menos de 10 euros al día. Ningún informativo, ningún periódico, ninguna radio lleva días y días insistiendo machaconamente en esa tragedia que martiriza a diario a media humanidad y amenaza con llevarnos a todos a condiciones de vida insufribles.

La suspensión del Congreso Internacional de Móviles de Barcelona -Congreso que probablemente no se vuelva a celebrar tal como lo hemos conocido en años sucesivos- no se debió al coronavirus, sino a la exhibición que las grandes tecnológicas chinas iban a hacer sobre sus avances en el 5G

Hace unas semanas surgió en una región de China un virus que causa neumonía y tiene una indicencia mortal menor al uno por ciento. Los medios de comunicación de todo el mundo, acompañados con las redes sociales de la mentira global, decidieron que ese era el problema más terrible que había azotado al mundo desde los tiempos de la peste bubónica del siglo XIV que diezmó la población de Europa en casi un tercio. No hay telediario, portada de periódico por serio que sea o red social en la que el coronavirus no ocupe un lugar preferente y reiterativo hasta la saciedad, como si no tuviésemos bastante con las enfermedades ya conocidas que matan de verdad a muchísima gente después de largos periodos de sufrimiento y tortura vital. No sé como surgió ese nuevo virus, tampoco si es nuevo, carezco de conocimientos científicos para ello, lo único que sé es lo que cuentan los especialistas, y es que apenas mata ni deja secuelas importantes. Pese a ello, a que lo saben, los informativos siguen creando alarma a nivel mundial. ¿Por qué?

No creo que nada de lo que pasa en el mundo sea por casualidad, ni que los informativos ignoren inocentemente el número de muertos por guerras absurdas que cada año asolan al mundo de los pobres. Vivimos un tiempo de relevos, la potencia hegemónica –Estados Unidos– tiene por primera vez desde el final de la Guerra Fría un serio competidor que se llama China. Ese competidor fue alimentado desde los años ochenta por las potencias occidentales debido a su enorme población, a su pobreza y a los salarios bajísimos de sus trabajadores. Han pasado cuarenta años y lo que entonces pareció una decisión magnífica para acabar con los Estados del Bienestar, abaratar costes e incrementar riquezas de modo exponencial, ha tomado otro cariz y ahora esa potencia pobre produce casi el 18% de todo lo que se fabrica en el mundo y está en disposición de dar el gran salto que la coloque en como primera potencia mundial, algo que será inevitable haga lo que haga Trump y sus amigos porque tienen el capital, la tecnología y la mano de obra necesaria. La suspensión del Congreso Internacional de Móviles de Barcelona -Congreso que probablemente no se vuelva a celebrar tal como lo hemos conocido en años sucesivos- no se debió al coronavirus, sino a la exhibición que las grandes tecnológicas chinas iban a hacer sobre sus avances en el 5G. Se trataba de impedir de cualquier manera que los chinos pudiesen demostrar que hay campos en los que ya están por delante de Estados Unidos y, por supuesto, de Europa. No hay otra explicación ni otra razón. Con la cancelación del congreso de Barcelona y la información apocalíptica sobre las consecuencias de la expansión del coronavirus se daba un paso más en la nueva guerra fría que se ha inventado Donald Trump, dejando claro a China que todo vale en la guerra y que su ascenso al primer puesto les va -nos va- a costar sangre, sudor y lágrimas.

El coronavirus es una enfermedad que no arroja datos alarmantes, primero porque no se expande al ritmo de las grandes epidemias que ha sufrido el mundo, segundo porque tampoco los porcentajes de mortandad son equiparables a los de otras plagas como la “gripe española”. Sin embargo, y dentro de un lenguaje medieval, se está intentando crear pánico a escala global y por eso cada día nos cuentan el nuevo caso que se ha descubierto en Italia, Croacia, Malasia o Torrelodones, uno por uno, haya dado muestras de quebranto o no. Se trata de alimentar el bicho del miedo a escala global con fines estrictamente políticos y económicos, y nunca antes como hoy, en la sociedad de la desinformación, han existido tantos medios para imponer las mentiras como verdades absolutas al servicio de intereses bastardos. El coronavirus no es el fin del mundo ni nada que se le parezca, es una enfermedad normal, como tantas y con poca mortandad, pero la manipulación mediática interesada puede llevarnos a una crisis de consecuencias devastadoras.

Tomado de: Nueva Tribuna