Cuatro imágenes causando el mismo efecto en mi corazón profético. Primero las fotos, subidas a Facebook, de aquel jovencito que orgulloso por haber saqueado el supermercado de su barrio mostraba airosamente su botín. Ésta fue una de las más llamativas. Una de las que provocaron en mí una santa ira profética.
La segunda es aquella del robo a cara descubierta por parte del mismo vecino que el día anterior había intercambiado con el comerciante de la esquina saludos para su familia.
La tercera imagen del terror es la de quienes intentaron quemar viviendas de sus vecinos porque sospechaban que fueron sus delatores ante la policía.
Pero la peor de todas, la que más eleva los grados de indignación humana, es la aceptación, resignada y general, de que un policía puede, en reclamo de un salario mejor, dejar un barrio desprotegido, una ciudad liberada y una provincia entera a la buena de Dios. Y es que en mi interior vibra enojada la justa idea de que no hay necesidad que justifique semejante decisión. Es la misma sensación de indignidad que surge cuando vemos que, en las líneas de la sanidad y salud, se abandona a un paciente, en medio de una operación a corazón abierto, para sumarse a una reivindicación salarial y laboral, por más justa y legítima que parezca. No queda duda alguna, a Argentina la saquearon, no de sus bienes materiales, sino de sus valores integrales. ¡Argentina fue saqueada de tal modo que hoy se ha quedado sin principios! ¡El país carece en sus “escaparates” principales (familia, escuela, gobierno, etc.) de basamentos para una moral íntegra y solidaria!
Hace ya un tiempo atrás, leí y me impactó lo que un cura párroco de una villa de emergencia contó acerca de los principios que albergaban en sus pensamientos los niños y jóvenes de aquel lugar. Tomaré aquello para ilustrar mi denuncia profética. Ese varón relató que cuando se les preguntaba a los chicos de esa villa qué les gustaría ser cuando fueran grandes, muchos respondían que querían ser «piqueteros». Hoy, estoy convencido, de que es muy probable que alguno que otro conteste, ante la misma pregunta, que le anhela ser «dealer» o «narcotraficante». Y es que en los últimos años ha sido tan grande la inserción del narcotráfico en distintos poblados pobres de buena parte del país, que el fenómeno está modificando los principios de vida y los hábitos de conducta de todos sus habitantes.
Para ejemplo de esto, mencionaré lo que un informe señala acerca de la existencia de unos 2.500 puntos de venta de droga sólo en la capital de la provincia de Córdoba. Esto equivale a 2.500 familias que viven de la venta de drogas ilegales. De repente, y ante este dato, me di cuenta que sólo con esas 2.500 familias organizadas y lanzadas a la calle se puede generar un caos en tan solo una noche.
Todo nos pasó en el transcurso de una semana, desde que estallaron la rebelión de Córdoba y el apogeo de los saqueos en esa provincia. Día tras día el efecto dominó, fue armando un diseño de un arte repugnante. Se habla ya de siete muertos y decenas de heridos por los asaltos a los comercios. Una situación de tensión extrema se advierte hoy fácilmente en el rostro de casi todos los funcionarios con responsabilidades ejecutivas a lo largo del país. No queda duda alguna que el gobierno nacional fue un imprudente espectador en las primeras horas del drama cordobés. Un solo pensamiento surge al observar todo esto: el poder está miope y soberbio.
El rencor social serpentea entre muchos argentinos. Los lazos sociales están rotos y la responsabilidad del ciudadano es hoy, en nuestra nación, una obligación arqueológica. Existen, desde hace mucho tiempo, sectores numerosos de la sociedad que viven en la miseria. Seres humanos que han perdido cualquier esperanza de ascenso social y que han sido programados por el sistema imperante a creer que acceder a un televisor LED sería la única revolución posible en sus vidas. Son incontables vidas humanas que cargan con la frustración de comprobar que aunque muchos trabajen todo el día, al final del año no les termina alcanzando ni para lo mínimo.
Los encargados de pensar políticas y modelos de transformación deberán primero aceptar que en nuestra nación aún hay deudas democráticas. Es verdad que hemos sido testigos de fuertes avances en estos últimos treinta años de democracia, pero, sin embargo, los sectores que no tenían trabajo siguen igual porque continúan repitiéndose aquellas situaciones que le impiden a la gente dignificarse como seres humanos.
Se necesita comprender que la política tiene siempre resultados en la subjetividad, en lo que llevamos como bagaje de ideas, sentimientos y miradas. Desde esto será urgente aceptar que un modelo de rapiña que autoriza los saqueos de recursos naturales y que privilegia a las corporaciones multinacionales, genera siempre una subjetividad de rapiña, saqueo y privilegios. Desde dicha subjetividad todo el mundo cree que puede tomar lo del otro o hacer cualquier cosa para obtener lo que el otro legítimamente ha alcanzado en su esfuerzo previsor.
Para males se suma a todo esto el hecho real de que los medios son parte del problema y no de la solución porque son los hacedores de esa subjetividad. Ellos exacerban el consumo, y la violencia. Ellos hablan todo el tiempo de inseguridad generando así situaciones de miedo. Así, el espíritu de temor liberado desde los medios guía a muchas personas a encerrarse y apartarse de todos aquellos que, a su cosmovisión, son no confiables. Pero, a la misma vez, los medios empujan a otros humanos a no quedarse afuera de la rapiña, y a salvarse de cualquier modo. De esta forma, todo y todos pasan a formar parte de la misma mugre superestructural. La situación de fondo es idéntica y de descomposición en todos y cada uno de los sustratos sociales de la nación.
Ante todo esto observamos día a día impávidos el desarrollo de una etapa de fuerte descomposición de las relaciones sociales argentinas. Miramos atónitos e impotentes la descomposición de la convivencia en cada uno de las entidades fundamentales del país (familia, escuela, gobierno, policía, etc.). Desde el discurso presidencial se nos ha instado una y otra vez a entender que la democracia es el otro, pero eso en la práctica cotidiana no existe. Por el contrario solamente existe el sálvese quien pueda.
¿Y a quién le atribuiremos todo esto? Pues bien, primeramente a la política del gobierno. Porque ella misma fomenta el mismo tipo de vida en supervivencia: el plan social, la bolsa de comida de la provincia, el reparto de droga, o trabajar para la policía. Y muchas veces todo esto ocurre junto. El común denominador es que la vida ha pasado a no tener valor. Cualquiera se vende, se compra, se corrompe. Toda medida política solamente busca el efectismo. El tema central, y dónde el error radica, no es mejorar, ni mucho menos transformar, sino contener. La gestión errónea es solamente contener, armonizar, todo pegado con moco, pero que sí o sí continúe para adelante. Nadie piensa a gran escala. No se valora el considerar nuestras generaciones futuras. Nadie quiere visualizar lo que va a pasar de aquí a veinte años.
En segundo lugar, la responsabilidad cae sobre la voluntaria actitud de cada argentino de tender a la descomposición moral de sus generaciones. Es que lo único que se percibe a dónde quiera que la mirada apunte es una descomposición globalizada de lo humano. Justamente esta es la forma vil de sostener lo que hacen los gobiernos y corporaciones del mundo puestas al servicio de la élite luciferina gobernante.
Todos podemos caer en la descomposición, o elegir vivir y respirar un aire distinto. Un aire digno. Un aire no contaminado por estas cuestiones. Aquellos que queramos hacer esto, seguiremos peregrinando en la misión de realizar actos llenos del amor perfecto. Lo otro es la pudrición, en el sentido más llano. Lo otro surge cuando se pudren los sentimientos, los sentidos, las virtudes y los principios de lo humano y de la vida. Es en este punto dónde hay que decidir si seguimos con la corriente o nos largamos unánimes a remar en contra de la corriente de descomposición que el Leviatán ha creado en el mundo.
Yo creo firmemente en aquello que el Eterno me ha revelado. Él me mostró en Su Espíritu que los cambios se avecinan. Y ocurrirán desde ese mar de luces que nacen fuera de la superestructura que conforman hoy el Estado y el mercado. Son las luces que reman contra la corriente. Luces, encendidas en el Mesías, que revelarán cómo salir de la descomposición y la decadencia que carcome hoy a la Argentina. Un mar de luces que producirán cantidades de situaciones diferentes, de construcción social, de cuidado ambiental y comunitario, de realización productiva, de defensa y ampliación de derechos.
Les dejo pensando en estos lineamientos, y para que el sello de su reflexión se efectivo les comparto este fragmento surgido del ingenio de un uruguayo maravilloso:
«Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.- El mundo es eso – reveló- un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con la luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay gente de fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas; algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman, pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende. «
Eduardo Galeano; El Libro de los abrazos (fragmento)