Hacia dónde quiera que nuestra atención apunte, notamos una sola cosa, la agresividad manifestada cada vez más fuerte en los seres humanos de las sociedades actuales y de cualquier sustrato social. Los habitantes de este planeta salen, día a día, a sus actividades cotidianas con una constante actitud defensiva. Esta errada actitud sólo produce un fruto: la violencia. Ésta lo primero se manifestará en las calles de las distintas ciudades y se infiltrará sin permiso en las distintas instituciones que conforma y hasta fundamentan una sociedad: familia, Estado, escuela, etc.
Si acudimos a la Biblia en busca de respuesta este tema nos encontraremos que registra una gran cantidad de textos que señalan la oposición del Eterno Dios a la violencia, ya sea en la familia (doméstica), en la escuela (bullying), o en el trabajo (mobbing).
¿De dónde viene la violencia, según la Escritura?
No viene de Dios. La Creación es un acto de poder, no de violencia. El hombre tiene como misión, entre otras, poner orden en este mundo inacabado, imperfecto. Su dominio sobre el mundo creado tiene por objetivo que reine la paz. Pero la serpiente, HaSatán, el maligno adversario, sugiere al hombre que comiendo del fruto prohibido se hará capaz de rivalizar con el Eterno Dios. Marido y mujer no se ayudan a resistir a la tentación. Al contrario, se arrastran el uno al otro. Se dejan engañar: es el pecado.
La primera consecuencia del pecado es la violencia. Sobre un fondo de rivalidad, Caín mata a Abel. El Eterno Dios quiere parar el ciclo infernal de la violencia: protege a Caín. Pero esta se mantiene viva.
Y llega hasta tal punto que, dice la Escritura, Dios se arrepiente de haber creado al hombre. “La tierra está llena de violencia a causa de los hombres”, le dice a Noé. ¡Que la humanidad tenga un nuevo comienzo, a partir del único justo que Dios encuentra, Noé y su familia! El diluvio engulle pecadores y pecados. Dios no se venga pero no puede dejar indefinidamente que se propaguen el mal, la injusticia, la violencia, el pecado.
Al final, como signo de una nueva alianza con la humanidad, Dios suspende en el cielo un arco que reúne a la humanidad de un extremo de la Tierra al otro. El arco, arma de guerra, se convierte en símbolo de paz. Anuncia una inversión aún más radical: la muerte de Jesús en la cruz como fuente de salvación.
Israel no ha nacido en la violencia. Ha nacido de una llamada de paz: el Eterno Dios llama a Abraham y le hace salir de su país para que se desplace, con su familia y su ganado. Él mismo es un hombre de paz. Intercede ante el Eterno a favor de Sodoma, ciudad gravemente pecadora. En caso de conflicto por la utilización de un pozo en Beerseba, llega a una solución con su rival. Concluye incluso una alianza con él. Es saludado por Melquisedec, rey de Salem (Jerusalén), palabra que significa “paz”.
Pero si Abraham es más bien pacífico, ¿qué decir de Dios? Dios impidió a Abraham que le ofreciera a su hijo en sacrificio y esta prohibición permanecerá. En Jerusalén, el valle de Gehena está maldito porque reyes impíos creyeron atraer los favores divinos sacrificando a sus hijos e hijas. Dios condena esto, en el profeta Jeremías, “lo cual yo no mandé” (Jeremías 7:31).
El significado de la violencia en las Escrituras y su clasificación.
Observaremos, primeramente, que la palabra violencia en hebreo es hamas, interesante dato en días específicos en los que una organización que supuestamente lucha por los derechos palestino ostenta dicho nombre. Notaremos que este término hebreo también puede traducirse como “agravio” o “mal”, según la situación. La idea que esta expresión daba era la de «violencia, injusticia, agresión, brutalidad, atropello«.
En los libros del Antiguo Pacto, la expresión hamas aparece 60 veces y siempre connota algo negativo. Por ejemplo, en Job 16:17 y 19:7 la violencia es revelada como contraria a la pureza y a la
justicia.
Los agentes de hamas son siempre los opresores, los poderosos y privilegiados (Am. 3:10; Miq 6:11-12; Ezq 7:11,19,23-34.).
En los libros de sabiduría todo tipo de agresor será considerado como “malvados” (Prov 24:2), “enemigos” (2 S 22:49; Sal 14:48), “instigadores” (Prov 16:29) y abundantes en “transgresiones” (Prov 29:22); por esta razón, se recomienda no asociarnos con ellos (Prov 22:24). En este contexto, se aconseja no imitar esta clase de actitud (Prov 3:31).
En los libros que conforman el Nuevo Testamento (Pacto) encontramos que para hablar de violencia se usa la palabra griega bía. Con ella se señalará todo tipo de conducta violenta. Ésta únicamente aparece tres veces en Hechos (5:26; 21:35; 27:41).
En todos estos casos bíblicos, “la violencia se manifiesta como amenazadora para la vida del hombre”. Por este motivo, la agresión tendrá un fin (Is 29:20; cf. Ap 21:1-4).
Un elemento muy interesante que registra la Biblia, aplicado en nuestros días en relación al fenómeno social llamado bullying, es el insulto. Cuando el Mesías caminó en la tierra aseveró lo
siguiente:
«Habéis oído que se dijo a los antepasados: “NO MATARÁS” […]
Pero yo os digo que todo aquel que esté enojado con su hermano será culpable ante la corte; y
cualquiera que diga: “Raca” a su hermano, será culpable delante de la corte
suprema; y cualquiera que diga: “estúpido”, será reo del infierno de fuego«
(Mt. 5:21-22)
Es evidente, al meditar en estas palabras, que el Señor no sólo estaba en contra de la agresión física, sino también de la agresión verbal. Para él, el insulto es un asesinato, un delito. ¡Es la transgresión del sexto mandamiento! (Éx 20:13). Aquella persona que diga algún apodo, magullando a su compañero, recibirá el castigo divino.
Por otra parte, si bien es cierto existe el maltrato, el Eterno Dios promete cuidar de los débiles. Él aborrece al que ama la violencia (Sal 11:5), pero ama a quienes son objetos de agravio (Sal 118:13). En pocas palabras, el Señor protegerá a los desvalidos y castigará a los agresivos. Lo que él desea que hagamos es confiar en él y hablar con las autoridades terrenales. El resto, él lo hará.
Para ir concluyendo este estudio, diremos que la Biblia encuentra su respuesta definitiva al problema de la violencia en el punto central de toda la historia de la Salvación divina: el Mesías en la cruz del Calvario. Al fin de cuentas, la respuesta del Eterno Dios a la violencia fue la de asumirla en sí mismo y así derrotarla para siempre. Cristo mismo se insertó dentro de la paradoja del mal y de la violencia y la convirtió en la paradoja de la gracia y la vida. En la cruz él absorbió la violencia para liberarnos de su fatalidad. Por eso el león vencedor del Apocalipsis resulta ser un Cordero inmolado (Ap. 5:5-6). Cuando Cristo rechazó el uso de la espada y le dijo a Pilato que su reino no procedía de ese «mundo», quiso enseñarnos que el reino de Dios no viene por la fuerza sino por la vía de la mansedumbre que Él mismo manifestaría en Su Pasión.
Por eso, hoy día también, la idea que da la obra mesiánica en la cruz tiene que modelar toda nuestra vida, incluso nuestra respuesta básica a la violencia. Después de todo, y de acuerdo a al llamado que el mismo Mesías nos hace para seguirlo, nuestro vivir es por su propia naturaleza una existencia cruciforme. El que quiere venir en pos de mí, dijo Yeshúa, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga, porque «el que pierde su vida la hallará» (Mt 16:24-25). Mientras los dos testigos de Apocalipsis 11 trataban de lograr el reino de Dios soplando fuego y matando gente, para responder a la fuerza con mayor fuerza y a la violencia con más violencia, fracasaron totalmente (Apoc 11:3-10), pero cuando murieron y resucitaron con Cristo, muchos glorificaron a Dios (11:11-13). La iglesia que busca el poder está traicionando al Siervo Sufriente que se despojó de sí mismo y fue obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
El Cordero de Dios venció entregando su vida en la cruz, venciendo al mal con el bien, a la violencia con el sacrificio del amor. Eso es central al mensaje del Apocalipsis y del NT en general. Y aunque no da una explicación final ni una fórmula mágica para determinar de antemano todas nuestras decisiones ante la violencia y la maldad, sí nos orienta desde la óptica de Dios y nos da la orientación cristológica (podriamos decir «corderológica») para decidir y actuar hoy y mañana conforme a la verdad del Reino que él trajo desde Su victoria en la cruz.
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