Cuentos

¿Quién creó al Mundo?

 

Un apikoros (epicureo) le preguntó una vez a Rav Akiva:

¿Quién creó al mundo?

Yahvéh– contestó R. Akiva.

Pruébalo– exigió el apikoros.

R. Akiva contestó únicamente:

Vuelve mañana.

Cuando el hombre volvió al día siguiente, R. Akiva le preguntó:

¿Qué llevas puesto?

Una túnica-Respondió el epicureo.

– ¿Quién la hizo?

– El tejedor.

No te creo. Pruébalo– exigió R. Akiva.

Esto es ridículo. ¿Acaso no te das cuenta por la tela y el diseño que un tejedor la hizo? – dijo el hombre.

¿Y tú no te das cuenta que el Eterno creó el mundo?

Después que se fue el apikoros, R. Akiva explicó a sus alumnos:

Así como una casa fue obviamente construida por un constructor y una prenda obviamente cosida por un sastre, así el mundo (que sigue un orden natural) fue obviamente creado por el Creador.

La Realidad del Todopoderoso

El Emperador Adriano preguntó a Rav Iehoshúa:

– ¿El mundo tiene un amo?

Por supuesto – contestó R. Iehoshúa. – ¿Acaso pensó Ud. que el mundo podría existir sin un dueño?

Entonces, ¿Quién es su amo?

Yahvéh es el Creador del cielo y la tierra.

Pero Adriano insistía:

Si ésto fuera verdad – decía – ¿por qué no Se revela varias veces al año a su pueblo para que le teman?

Eso sería imposible – contestó R. Iehoshua – porque dice (Shemot 33:20) – «Ningún hombre puede verme y vivir.»

No creo eso – dijo enojado Adriano – Nadie puede ser tan grandioso como para que fuese imposible siquiera mirarlo.

Rav Iehoshua se fue de la presencia del Emperador.

Más tarde, al mediodía, volvió y le pidió al Emperador que saliera.

 

Estoy listo para mostrarte a Yahvéh – anunció.

Curioso, Adriano lo siguió al jardín del palacio.

Mira directamente al sol. Allí descubrirás a Yahvéh – dijo R. Iehoshua.

– ¿Qué? – exclamó Adriano enfurecido. – ¿Sabes lo que estás diciendo? Todo el mundo sabe que es imposible mirar directamente al sol al mediodía.

R. Iehoshua sonrió y dijo:

Fíjate en tu propia afirmación. Tú admites que nadie puede fijar la mirada en el sol en plenitud cuando está en su cenit. Sin embargo, el sol es uno de los sirvientes de Yahvéh, y su gloria, es solamente una millonésima fracción del esplendor del Eterno. ¿Cómo piensas que la gente podría mirarlo a El? Sin embargo, Él prometió que llegaría el día cuando solamente Él será exaltado y Su grandeza aceptada por todos.

 

Los Dientes del Sultán… (y las Formas de Decir las Cosas)

Un Sultán soñó que había perdido todos los dientes. Por esto, al despertar, ordenó llamar a un sabio para que interpretase su sueño.

«¡Qué desgracia Mi Señor!» -exclamó el Sabio- «Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de vuestra Majestad.»

– «¡Qué insolencia!» – gritó el Sultán enfurecido. «¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!»

Llamó a su guardia y encargó que le dieran cien latigazos.

Más tarde mandó que le trajesen a Nasrudín, el otro sabio de la corte, y le contó lo que había soñado. Este, después de escuchar al sultán con atención, le dijo:

– «¡Excelso Señor! Gran felicidad le ha sido reservada. El sueño significa que sobrevivirás a todos vuestros parientes.»

Ell semblante del Sultán se iluminó con una gran sonrisa y ordenó que le dieran a Nasrudín cien monedas de oro.

Cuando el mullá salía del Palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:

– «¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer sabio. No entiendo porque al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro.»

«Recuerda bien amigo mío«, respondió Nasrudín, «…todo depende de la forma como se dicen las cosas.»

 

Para concluir solamente diré que la verdad puede ser comparada con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura ciertamente será aceptada con agrado.

 

Ahora los invito a reflexionar lo que dice el sabio rey Salomón en el libro de los Proverbios:

 

«Las palabras del hombre son aguas profundas,

río que corre, pozo de sabiduría…

Con sus labios, el necio se mete en líos;

con sus palabras precipitadas se busca buenos azotes…

Cada uno comerá hasta el cansancio del fruto de sus palabras.

La vida y la muerte dependen de la lengua;

los que hablan mucho sufrirán las consecuencias».

Proverbios 18: 4,20-21

 

Sin duda alguna, uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender a comunicarse.

 

El Eterno ha diseñado y establecido que de la comunicación depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. Así mismo, Él ha determinado en este propósito ontológico que la verdad debe ser dicha en cualquier situación, de esto no tenemos la menor duda; mas, la forma con que debe ser comunicada es lo que provoca, en algunos casos, grandes problemas.

 

Cuantos matrimonios entran en crisis y conflicto por el simple hecho de no saber decir con tino las cosas. En mi experiencia como sacerdote, que trabaja en pastoral matrimonial, he constatado que muchas peleas y discusiones se pudieron haber evitado con tan solo expresar mejor sus diferencias. Todo cónyuge que se sienta atacado se defenderá contra-atacando con más virulencia. En cambio, todo cónyuge que escucha como sus actitudes afectan a su pareja, se sentirá interpelado y tomará medidas para corregirlas.

 

«El que mucho habla, mucho yerra;

callar a tiempo es de sabios»

Proverbios 10: 19

Por todo esto, elevo una plegaria pidiendo que tus palabras sean más valiosas que el silencio que rompen.

Los Tres Picapedreros y la Gran Obra de la Vida.

En un día de mucho calor tres picapedreros se encuentran rompiendo piedras en una cantera. Los tres están ensimismados en la misma tarea, pero descargan con diferentes intensidades el peso de la maza y el punzón sobre las rocas. Las expresiones de sus rostros manifiestan distintos grados de concentración en su trabajo.

 

Entonces, un caminante que por allí pasaba atento de la situación, supuso que todos eran empleados y que poseían una misma finalidad. Pero la diferente actitud de cada uno lo confundía. Pensó que tal diferencia se debe a las distintas reacciones ante el calor. Decide, entonces, romper su curiosidad abandonando su supuesto, acercarse y preguntarle a cada picapedrero para qué o por qué pica las piedras.

 

Preguntó al primer obrero y este le respondió muy malhumorado: “¿No ves? Es evidente. Pico piedras”.

 

No conforme con la respuesta, interrogó al segundo albañil y este dijo con sinceridad: “Me gano el pan. Necesito ganar dinero y alimentar a mi familia y cuantas más horas trabajo, más dinero llevaré a mi casa ”.

 

Por último, decidió preguntar al tercer trabajador y este dijo con una gran sonrisa: “Construyo una catedral”.

 

(Autor Anónimo)

 

 

Conclusión:

 

Así, de forma simple, con una respuesta diáfana, evidenció como un sencillo y humilde trabajo puede proyectarse e integrarse dentro de una gran obra. Muchos de nosotros estamos llamados, cada día durante muchos años, a ser como este último picapedrero.

 

La vida de los seres humanos está hecha para pequeños momentos tejidos en el Gran Tapiz divino de la vida cotidiana. Por ello, debemos aceptar que para vivir plenamente feliz no hacen falta grandes momentos llenos de anécdotas heroicas. Debemos procurar ser felices en la fugacidad del instante, único e irrepetible, que se nos presenta como sucesión de hechos encadenados a lo largo de un día,. No hay que esperar grandes acontecimientos para ser nosotros mismos y mostrar la fuerza interior que da sentido a la vida. Todos nosotros nos encontramos cada día ante acontecimientos sencillos, de aquellos que no salen en las crónicas, pero que son esenciales para explicar la propia existencia anexándola al propósito eterno de Dios. Cada uno de nosotros, como seres humanos, somos los protagonistas silenciosos de las pequeñas historias que sumadas hacen la Gran Historia que revelará finalmente al Mesías sobre las naciones.

 

Asumir que desde la pequeñez se pueden conseguir grandes transformaciones en la existencia humana es la gran proclamación sobre el sentido de sencillez. Creo que este es el sentido de la alabanza que se desprende del Salterio:

«… la piedra que rechazaban los constructores, ahora corona el edificio»

(Salmo 118: 2)

 

 

 

En amistad y amor en servicio: P.A. David Nesher

 

 

¿Quién dobla cada día tu paracaídas?

Charles Plumb fue un piloto de jets de la US Navy en Vietnam. Después de setenta y cinco misiones de combates, su avión fue destruido por un misil tierra-aire. Plumb fue expulsado del avión y su paracaídas abrió y aterrizó en tierras enemigas. El fue capturado y pasó 6 años en una prisión Vietnamita. Sobrevivió la prueba y regresó a USA.

Un día, cuando Plumb y su esposa estaban sentados en un restaurante, un hombre en otra mesa se acercó y le dijo:

Tú eres Plumb! Tú piloteabas aviones caza en Vietnam desde el portaaviones Kitty Hawk. Tú fuiste derribado!«.

¿Cómo es posible que tú sepas esto?» preguntó Plumb.

Yo empaqué tu paracaídas«, contestó el hombre.

Plumb se quedó con la boca abierta por la sorpresa y agradecido. El hombre extendió su mano y dijo:

Me imagino que funcionó...» Plumb le aseguró,

Seguro que lo hizo. Si el paracaídas no hubiese funcionado, no estaría aquí hoy«.

Charles Plumb

Plumb no pudo dormir esa noche, pensando acerca de aquel hombre. Plumb piensa: «Yo estuve imaginando como luciría él con un uniforme de la Marina. Me imagino cuántas veces lo pude haber visto y no decirle buenos días, como estás?, o algo más porque, como ven, yo era un piloto y él sólo un marinero«. Plumb pensó en las largas horas que el marinero pasó en un mesa larga de madera en las entrañas del barco, empacando cuidadosamente cada paracaídas, teniendo en sus manos muchas veces el destino de alguien que ni siquiera conocía.

Ahora, Plumb da charlas sobre sus experiencias y siempre pregunta a su audiencia, «¿Quién empaca tu paracaídas cada día? » Todos tenemos a alguien cuyo trabajo es importante para que nosotros podamos salir adelante. Uno necesita muchos paracaídas en el día: uno físico, uno emocional, uno mental y uno espiritual. Plumb también puntualiza que él necesitó muchos tipos de paracaídas cuando su avión fue derribado sobre tierra enemiga: él necesitó su paracaídas físico, su paracaídas mental, su paracaídas emocional, y su paracaídas espiritual. El recurrió a todos estos soportes antes de lograr la libertad y seguridad.

A veces, en los desafíos que la vida nos trae, perdemos de vista lo que es verdaderamente importante, especialmente las personas que nos salvan en el momento oportuno sin que se los pidamos. Y por eso dejamos de saludar, de dar las gracias, decir hola o por favor, de felicitar a alguien, o de decir algo amable.

Hoy y cada día, trata de darte cuenta quien prepara tu paracaídas, y agradécelo. Aunque no tengas nada importante que decir, envíale un mensaje de agradecimiento a quien o a quienes alguna vez lo hicieron. Y también mándaselo a quienes todavía no lo han hecho.

Las personas a tu alrededor notarán ese gesto de afecto, y te lo devolverán preparando tu paracaídas con ese mismo amor.

Todos necesitamos de los demás, por eso es necesario el agradecimiento.

A veces las cosas más importantes de la vida sólo requieren acciones sencillas. Una llamada, una sonrisa, un gracias, un te quiero, un te amo.

Cuando vayas por el transcurso de esta semana, este mes, este año, reconoce la gente que empaca tus paracaídas.

Querido lector, apreciada lectora, te estoy compartiendo este relato como una forma de agradecerte por tu parte para empacar mi paracaídas!

 

El Niño del Helado

Un niño de nueve años de edad entró a un bar y se sentó junto a una mesa vacía. La moza se acercó, y él le preguntó:

_ “¿Cuánto sale un helado con crema y nueces?

_“Diez pesos”, le respondió ella.

El niño sacó el dinero del bolsillo, contó las monedas y le preguntó:

_ “¿Y cuánto sale el helado sin la crema y las nueces?”.

La moza le respondió un tanto molesta: “Cinco pesos”.

El niño se fijó en las monedas que tenía y dijo:

_ “Entonces tráigame por favor un helado así nomas”.

La moza le trajo el helado, arrojó con disgusto la cuenta en la mesa y se fue…

El niño comió el helado lentamente, mirando por la ventana hacia la calle. Cuando terminó el helado, el niño pagó la cuenta y se fue.

Al rato, llegó la moza a limpiar la mesa, pero cuando vio los diez pesos, los ojos se le llenaron de lágrimas: el niño había dejado cinco pesos por el helado y otros cinco pesos de propina para ella…

 

Cuántas veces pasa que llegamos a todo tipo de conclusiones respecto a una persona sin saber cuáles fueron sus motivaciones

Muchas veces nos adelantamos a los acontecimientos y juzgamos desde le prejuicio que elabora nuestra percepción.

Sea el Eterno acompañándonos para que cada uno de nosotros guarde su corazón de juzgar, y hablamos más de lo justo.

¡Sólo el Yahvéh, Bendito sea, conoce el por qué de cada ser humano!