Por P.A. David Nesher
«Vayikrá Elohim la-or yom velajoshej kará laylah vayehí-erev vayehi-voker yom ejad.»
«Llamó Elokim a la luz “día” y a la oscuridad llamó “noche”. Fue el anochecer y fue la mañana, un día.»
(Génesis/Bereshit 1:5)
A partir de una lectura superficial y rápida del primer capítulo de Bereshit (Génesis), surge la impresión de que todo el proceso creador tuvo lugar en seis días de 24 horas. De haber sido esa la intención del autor, pareciera estar en contradicción con la moderna investigación científica, que indica que el planeta tierra fue creado hace miles de millones de años. Ante esto, muchos se preguntan si esto fue un día literal de 24 horas (como la noción que nosotros tenemos de un día) o si fue una era geológica. Por eso, es que algunos dicen que Dios creó al mundo en seis días, y otros dicen que lo creó en seis eras geológicas enormes. Ahora bien, si los días no fueron días, ¿Dios daría su aprobación a la palabra? ¿Tiene Él que ver con inexactitudes, sin importar lo edificante que son? La cuestión depende del uso y entendimiento correcto del idioma hebreo.
Por ello, y para comenzar a hablar de esto, es preciso admitir que un día de la Creación no equivale a un día ordinario de 24 horas, porque el Sol y la Luna son los que definen este lapso y ellos aparecieron hasta el Cuarto Día.
El secreto de este planteo se encuentra en el análisis de la expresión “…tarde y mañana, un día…” (vayehí-erev vayehi-voker yom ejad): Este es el fundamento del Calendario hebreo, en el que el día no comienza por la mañana, sino al atardecer. Por eso, la fraseología no debe entenderse en términos terrenales, más bien hay que apreciarla en una perspectiva divina; como un período de tiempo indefinido.
A ver un momento… alguno se estará cuestionando: «la expresión “…tarde y mañana, un día…” (vayehí-erev vayehi-voker yom ejad) con relación a los periodos de creación, ¿no indica que estos duraron 24 horas?» Pues la respuesta es: NO NECESARIAMENTE.
Según el sabio intérprete de la Torah Najmánides, las palabras vayehí erev, no quiere decir en realidad “y fue la tarde”, sino “y hubo desorden”, porque la raíz de erev, significa “caos”, “mezcla”, “desorden”. Es por eso que la noche es llamada erev, porque cuando el sol baja, la visión se hace confusa. La palabra de la Torah para “mañana” es boker, que es lo opuesto. Cuando el sol sale, el mundo se hace bikoret, es decir “ordenado”, «claro para discernir«. De esta manera se explica que los primero días son contados a base de la obra de poner las cosas en orden que antes estaban desordenadas. Cuando un elemento es transformado de desorden a orden se habla de tarde y mañana, “del caos a la armonía”.
Entonces debemos comprender y aceptar que la Torah no describe las cosas de una manera estrictamente lineal, sino más bien avanza de manera circular o espiral. Por esta razón no se debe entender estas palabras como un seguimiento de lo que ocurrió antes, sino como un resumen de lo que pasó durante todo ese día. Según la Torah, el día comienza con la noche. Primero había oscuridad y luego vino la luz. Ese es un día. El texto hebreo no dice propiamente “día primero”, en cuyo caso tendría que haber dicho yom rishon, ya que esta es la palabra para designar el comienzo de algo como puede ser: germen, brote, primero, etc., sino que lo llama yom ejad, día único. Aquí no dice que fue el primer día, porque los demás días no habían venido todavía, y por eso no se podía hablar de una secuencia de días, sino sólo de un día, por lo tanto dice “un día” o “día uno”, en hebreo yom ejad. La palabra ejad es la misma que se usa para el Eterno que es uno (cf. Deuteronomio 6:4). Ejad es una palabra masculina que se usa comúnmente en el hebreo para decir uno, en referencia a un objeto masculino. El día ejad era un día único, porque sólo durante ese día Dios era único. El término aparece así para expresar con rotundidad la absoluta unidad y soberanía del Eterno por cuanto es el único y no hay nadie más fuera de Él. De allí que tanto el Midrash y Rashí sacan la idea errónea de que los ángeles no fueron creados sino hasta el segundo día.
Con todo este contenido mental de cosmovisión hebrea, comprendemos que para Yahvéh al expresión “un día”no es lo mismo que lo que significa para el hombre:
«…Pues mil años en tus ojos son como día de ayer que se fue, y como una de las vigilias de la noche…».
(Tehilim/Salmos 90:4)
Por eso, es importante tener en cuenta que la palabra traducida como «día« es el hebreo yom, y tiene cuatro significados principales:
- Día, como el tiempo cuando hay luz (aproximadamente12 horas) [cf. Génesis 1:5a].
- Día, como jornada de 24 horas (cf. Génesis 1:5b).
- Un tiempo más largo limitado, una época. El mismo texto de Bereshit usa el término yom traduciéndolo como «el día» refiriéndose así al conjunto de los seis días creativos (cf. Génesis 2:4; 30:14; Prov. 25:13).
- Mil años (cf. Salmo 90:4; 2Pedro 3:8).
El historiador judío Flavio Josefo (Yosef ben Matityahu), resume lo acontecido en el primer día:
«…Al principio Dios creó el Cielo y la Tierra. Pero como la Tierra no se veía sino que estaba cubierta de espesas tinieblas y un aire recorría la superficie, ordenó el Eterno que se hiciera la Luz. Hecha la luz, consideró la mole en su totalidad y separó la luz de las tinieblas y a las tinieblas las llamó “noche” y a la luz “día”; y al comienzo de la luz y a la hora del descanso la llamó “tarde y mañana”. Y este fue el primer día que existió…».
En el Midrash Levítico (Vayikrá Rabá 29:1), leemos que Yom Teruah conmemora la creación de Adam, y que los seis días anteriores están separados de nuestro sistema de medición del tiempo.
El Talmud, por su parte, registra que los 31 versículos de Bereshit/Génesis que hablan de los 6 días creacionales son una parábola. Es decir, no son literales. La conclusión de los eruditos es que estos seis días de la Creación, no es posible contabilizarlos como días “humanos” de 24 horas, porque sus parámetros son totalmente distintos.
Sucede otra cosa interesante con el tiempo: lo percibimos de una manera muy diferente dependiendo de dónde estemos situados. Comencemos con un ejemplo sencillo: como dice la moderna sabiduría popular; pedirle un deseo a una estrella del firmamento es inútil, porque cabe la posibilidad de que esa estrella ya no exista, simplemente, su luz ha tardado tanto en llegar a nuestro campo visual que, literalmente, estamos viendo algo que existió hace millones de años. Eso significa que estamos viendo el pasado. La ciencia ha demostrado ya que la velocidad y la gravedad son factores que afectan al tiempo. Si nosotros nos moviésemos a la velocidad de la luz, o estuviésemos en un lugar con una densidad gravitacional distinta, el tiempo transcurriría bajo otros parámetros.
Encontré un comentario hecho por el Dr. Gerald Schroeder, judío ortodoxo y científico, miembro de la Comisión de Energía Nuclear de los Estados Unidos de Norteamérica, que considero de suma importancia:
«…Cuando un científico refiere que el Universo tiene casi 14 mil millones de años de antigüedad, lo está expresando desde la perspectiva del tiempo que tenemos aquí en la tierra. Si estuviésemos en otro lugar del Universo, la perspectiva del tiempo sería otra. Por lo tanto, la cifra no sería de 14 mil millones de años, sino otra, probablemente… ¡seis días! …».
Schroeder entonces regresa a la pregunta clásica: los seis días de la Creación que menciona el Génesis ¿son días de 24 horas? Y contesta: ¡Seguro que sí! Todo depende desde dónde estés observando, si desde la ubicación de Dios, o desde nuestra ubicación.
Lo cierto de todo es que, sea cual haya sido su duración, recordemos que la obra de cada día se desarrolló como resultado del mandato soberano del Eterno. Este capítulo, como ya lo expliqué en otra bitácora, no es un tratado de ciencias sino más bien un poema himno cosmogónico lleno de los misterios de Yahvéh y Su propósito eterno en el Mesías. Sin embargo, su armonía con los actuales conocimientos biológicos y zoológicos es sorprendente.