Evangelio de Lucas

¿Por qué importa que Ana sea de la tribu de Asher? (2da Parte)

Por David Nesher

«Estaba también allí Ana, profetisa,… de la tribu de Asher,…»

(Lucas 2: 36)

Hemos estudiado que Asher era hijo de Yaakov y Zilpa, sierva de su esposa Lea:

“¡Bendita soy! Porque las mujeres me han llamado bienaventurada”. Por eso llamó al niño Asher.”

 (Génesis 30:13)

¿Qué opinas?¿Las palabras de Lea resonarían en Miriam y su hijo Yeshúa? ¡Sí! En Lucas 1:48-49, Miriam dice “desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho grandes cosas en mí, y Santo es su nombre”. Descubrir estas conexiones llevaría a una asherita piadosa, como Ana, a alabar a Yah.

También sabemos su nombre fue dado a una de las tribus de Israel que se originó de su familia. A no ser por eso y por haber participado de la venta de su hermano más joven, Yosef, como esclavo, Asher no es muy destacado en la Escritura. Su nombre en hebreo significa tanto “bendición” como “felicidad”, dependiendo de la interpretación. Para ser más precisos Asher significa “el pleno de alegría y bendiciones” o el “Bienaventurado”. Por lo tanto, se sabía que la tribu de Asher era la más alegre de las Doce Tribus. Esta alegría interior (hebreo: simjáh) provenía de su conciencia de felicidad, mentalidad que permitía el hecho de que Asher también era contrada entre las tribus de mayor prosperidad financiera en la nación de Yah. Se describió en distintos documentos que los de la tribu de Asher disfrutaban de todo lo que la vida tiene para ofrecer, particularmente en términos de buena comida, incluso si eso los hacía un poco más derrochadores que las otras tribus.

En el momento del Éxodo, los descendientes adultos de Asher eran 41.500, contando solo los varones (Números 1:41). Más tarde, en un nuevo recuento, el linaje de Asher contó con 53.400 hombres adultos (Núm. 26:47). La tribu de Asher estaba formada por cinco clanes (Números 26:44-47)

El territorio de Asher fue asignado por Josué, y formaba la frontera norte de Palestina, y se extendía hacia el sur hasta el final del Carmelo, limitando con el territorio de Manasés (Josué 19:24-31,34). También es válido saber que los levitas gersonitas poseían cuatro ciudades en Asher (1 Crónicas 6:62,74,75).  Esta distribución le permitió a la tribu de Asher contar con una región muy fértil, que generó la abundancia de alimentos. Los documentos registran que la tribu de Asher comía tan bien que llegó a ser famosa en el Oriente Medio por su arte culinario. Esta será la razón por la que la tribu terminó siendo tan próspera, logrando el mejor cultivo de aceitunas, con la cual logró establecer gran fortuna para cada uno de sus habitantes con la producción de aceite de oliva. Es por eso que el símbolo del escudo de la tribu es un frondoso árbol, que muchos consideran que es un olivo. El simple hecho de que la riqueza de Asher proviniera del aceite de oliva podría ser el cumplimiento de la bendición de Moisés sobre dicha tribu. Sin embargo, el aceite de oliva era más que un condimento para los israelitas. Recordemos que era un aceite sagrado que se usaba para ungir a los sacerdotes y mantener las lámparas del Beit HaMikdash encendidas.

Interesante será aportar que en el período del éxodo, muchos varones de Asher formaron el ejército de los israelitas. Más tarde, durante el reinado de David, intenso en actividad militar, la tribu de Asher era la responsable por buena parte del abastecimiento de las tropas, con sus víveres de excelente calidad.

Aunque Asher proporcionó guerreros a David (1 Crónicas 12:36), la tribu no fue mencionada en la lista de los principales líderes (1 Crónicas 27:16). En los días del reinado de Salomón, Asher formaba uno de los distritos administrativos (1 Reyes 4:16).

La ubicación del territorio de Asher puso a sus habitantes en contacto con los fenicios, conocidos por el comercio de la época. Sin embargo, los descendientes de Asher no consiguieron expulsar definitivamente a los cananeos de sus ciudades, y «moró… entre los cananeos que habitaban en la tierra» (Jueces 1:31-32).

También podemos leer que en la época de los jueces de Israel, la tribu de Asher fue una de las tribus que no ayudó a Débora y a Barak, negándose a participar en la guerra, manteniéndose «a la ribera del mar, y se quedó en sus puertos» en vez de unirse a la lucha contra Jabín, un rey cananeo (Jueces 5:17). Esta actitud revela la tendencia de la tribu Asher a sentirse orgullosa por su prosperidad material y de esa forma generar la desunión de las tribus de Israel (Jueces 5:15). Por otro lado, esta falta de ayuda a sus tribus compañeras podría reflejar una falta de confianza en Dios, una falta de esfuerzo, un miedo al enemigo o una negativa a molestar a aquellos con los que hacían negocios. 

A los fines de nuestra consideración de la profetiza Hanah, vale aportar que desde la época de Moisés, la tribu de Asher era famosa por producir las mujeres más hermosas de todo el Mediterráneo. Como resultado de esto, los varones de todas las tribus, cuando llegaba Tu BÀv, buscaban novias asheritas. Esto les dio a las mujeres una amplia selección de solteros elegibles, y muchas priorizaban  elevar sus tefilot (súplicas) para que los sacerdotes, los shoftim (jueces) y/o otros varones socialmente poderosos la escogieran como almas gemelas.  Así pues nacerá, la tradición de que las mujeres asheritas eran las novias ideales para los sacerdotes; todas las hijas de esta tribu terminaban casadas con sacerdotes debido a su belleza, y madurez espiritual. Desde esta información podemos deducir que la profetisa Hanah era la viuda de un kohen (sacerdote)

La orden para que las puertas del Templo se cerraran

Cuando el rey Acaz asumió el reinado de Judá, la realidad del lugar era de perdición, delante de los ojos de Dios. El monarca, intensamente idólatra, llevó a gran parte del pueblo a adorar a falsos dioses y a andar en pecado. Su idolatría era tan grande, que él ordenó cerrar las puertas del Templo de Salomón, abandonando la casa de Dios, prohibiéndole al pueblo llevar sus oraciones y sacrificios, desmoralizando a los sacerdotes y a los demás levitas. Como cuenta la Biblia en 2 Crónicas, su reinado cayó bajo la violencia de los asirios, por no andar en rectitud y en temor al Señor.

Cuando Acaz murió y fue sucedido por su hijo Ezequías, el nuevo rey trató de convocar al pueblo a una guerra en contra de la idolatría. Los ídolos y los altares dedicados a ellos fueron destruidos y el Templo de Salomón fue recuperado y abierto nuevamente, y sus ministerios fueron reactivados. A muchos de la tribu de Asher les tocó un importante papel: recuperar entre todo el pueblo la costumbre de la celebración de la Pascua y de la Fiesta de los Panes sin Levadura (o Ácimos), en las que los judíos de todas partes, de todo Israel y Judá, se dirigían hacia Jerusalén para recordar la liberación del cautiverio del Egipto y para nuevamente adorar a Dios conforme a Sus preceptos. Los descendientes de Asher ayudaron mucho haciendo una convocatoria por las ciudades, y la celebración nuevamente se llevó a cabo, como no se veía desde los tiempos prósperos de Salomón.

Se alegró, pues, toda la congregación de Judá, como también los sacerdotes y levitas, y toda la multitud que había venido de Israel; asimismo los forasteros que habían venido de la tierra de Israel, y los que habitaban en Judá.
Hubo entonces gran regocijo en Jerusalén; porque desde los días de Salomón hijo de David rey de Israel, no había habido cosa semejante en Jerusalén.
Después los sacerdotes y levitas, puestos en pie, bendijeron al pueblo; y la voz de ellos fue oída, y su oración llegó a la habitación de Su santuario, al cielo.

 (2 Crónicas 30:25-27)

Esto fue considerado un acto de humildad, prueba de un corazón contrito ante Dios (2Crónicas 30:11)

Shevat tiene una tribu: Asher

La tribu asociada con el mes de Shevat es Asher. Y no por casualidad, la palabra que denota la buena fortuna y la riqueza, osher, se escribe con las mismas tres letras que Asher

Asher y todos sus descendientes hicieron honor a su nombre y fueron muy bendecidos.

Cuando Yaakov avinu profetizó sobre sus hijos antes de su muerte, dijo de su octavo hijo:

«De Asher sale un pan delicioso, y él proveerá los manjares del rey»

(Génesis 49:20)

En lo que respecta a las profecías, Asher definitivamente recibió una palabra más bonita que muchos de sus hermanos ese día. Cuando Moisés profetizó sobre las doce tribus, dijo de Asher dicieno:

«Que Asher sea bendecido con hijos; que sea agradable a sus hermanos y que moje su pie en aceite»

(Deuteronomio 33:24).

Una vez más vemos que sólo la abundancia y la prosperidad iban a ser la herencia de Asher.

 Hemos estudiado que Asher era una tribu del norte de Israel conquistada por Asiria. Por lo tanto, Asher llegó a ser conocido como una de las diez tribus perdidas. Pero en el relato que Lucas hace de Hanah, la Buena Noticia de Dios es que lo que una vez se perdió ahora está de vuelta. El Eterno trajo y condujo a la tribu perdida de Asher fuera de los países a donde los había expulsado (Jeremías 23:8). El mensaje lucano se hace en el alma de un redimido bien claro: el Israel disperso se reconstruye en la geografía del Proyecto de Reino que proclama Yeshúa.

El hecho de que Hanah descendiera de la tribu de Asher sugiere que su herencia se debía sólo al obrar de la Gracia del Eterno obrando a través de los siglos en aquellos que, como Hanah, permanecieron fieles en expectativa de ayunos y oraciones hasta que Su Ungido se manifestara. Sus antepasados ​​habían emigrado al sur antes de la conquista asiria de Israel o estaban entre el pequeño y disperso grupo de exiliados que regresaron del cautiverio. Hanah era parte del remanente creyente del reino del norte o Casa de Efrayim y, por lo tanto, era un emblema viviente de la fidelidad de Yah hacia su pueblo.

Debo señalar que el salmista se inspiró en la justicia divina obrando sobre la tribu de Asher cuando escribió el Tehilim/Salmo 1 asegurando que toda persona justa es como un árbol plantado junto a corrientes de agua que da su fruto en su tiempo, y su hoja no se marchita, y en todo lo que hace, solamente prospera.

Shevat es el intervalo del año para recibir el refresco y la renovación para la preparación para entrar en la plenitud de la promesa del Eterno, y para comer de los frutos que finalmente están maduros para participar y compartir. Es el mes para decidir si dejamos que el enemigo robe nuestra herencia en el Eterno enviando al devorador de nuestros bienes materiales, o nos mantenemos firmes en la autoridad que Yeshúa HaMashiaj nos ha dado para recibir su porción asignada para esta temporada.

Durante este mes de lluvia es tiempo de refrescar y renovar nuestras raíces para que el agua viva del trono del cielo corra a través de nosotros, trayendo el fruto en su estación. Debemos ser como el aceite de oliva puro usado en la menorá del Templo de donde las llamas ardían, y ser como antorchas en la noche que iluminan el camino a Yeshua. Tomad vuestras bendiciones del Señor con felicidad y alegría. Escuchad vuestro primer amor por Jesucristo y recordad que debéis vivir en ese amor. Rellena tus lámparas con aceite de oliva puro, y mantén el fuego ardiendo en la noche:

«Ceñid vuestra cintura y vuestras lámparas encendidas; y vosotros mismos sed como hombres que esperan a su amo, cuando vuelva de las bodas, para que cuando venga y llame le abran inmediatamente. Bienaventurados aquellos siervos a quienes el amo, cuando venga, encontrará vigilando»

(Lucas 12, 35-36)

¿Quién era Ana, la profetisa de la tribu de Asher? (1ra Parte)

Por David Nesher

Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, pues había vivido con su marido siete años desde su virginidad, y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones.Esta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén.

(Lucas 2:36-38)

Todos sabemos que las Sagradas Escrituras no fueron escritas descuidadamente. Nuestra mente capta que no existen versículos desechables, ni de relleno. Aceptamos y confiamos en que cada palabra fue inspirada por el Espíritu Santo (2 Timoteo 3:16), libre de error (cf. Tito 1:2) y provechosa para el pueblo de Dios. Estándivinamente destinadas a nuestro crecimiento espiritual.

Eso significa que el Eterno incluyó personajes menores como Ana (hbr. Hanah)  para revelar Su propósito eterno en beneficio de nuestro crecimiento. Y aunque esta mujer sólo aparece en tres versículos del Evangelio de Lucas, entendemos que su presencia no es un accidente. Vibra en estos versos algo que debemos aprender de su ejemplo. La intención del escritor es que cada comunidad de discípulos de Yeshúa profundice en los escasos detalles que brinda el relato, hasta lograr descubrir la visión sorprendente de la vida de esta servidora fiel.

¿Quién era esta santa mujer?

Lucas nos presenta a Hanah (griego: Ana) la profetisa en el momento exacta en que Yosef y Miriam han presentado al niño Yeshúa en el Templo a los ocho días de su nacimiento tal y como lo ordena la Torah divina. Tanto Hanah, como los pastores de Belén, y Simeón, han logrado confesar a Yeshúa como el Mesías, incluso antes de que celebrara Su primer año de nacido en la Tierra. 

Lucas nos brinda información valiosa sobre la escena. Podemos leer el relato muy detallado de Simeón confesando con un cántico profético a Yeshúa como el Ungido (Mesías/Cristo) prometido. Entonces, y mientras está sucediendo esta escena, ingresa en el evento Hanah. Sin embargo, llama la atención aquí que Lucas decide no explicar más detalles… ¿Por qué?… Veamos esto con más detalle:

Simeón aparece en once versículos, nueve de los cuales describen Su encuentro con Yeshúa en el Templo en ese día. Por el relato en sí, sabemos que Simeón sostuvo a Yeshúa en sus brazos, es más, hoy podemos hacer la misma oración que él hizo al momento de irnos a dormir. También sabemos cómo reaccionaron Miriam y Yosef, y conocemos lo que Simeón le dice directamente a Miriam. En contraste, Hanah recibe sólo tres versículos, y sólo un verso alude a que ella estuvo en el Templo al mismo tiempo que Yeshúa. ¿Que pasó exactamente? No podemos decirlo. La información específica que tenemos sobre Hanah y el silencio sobre su encuentro con Yeshúa son sorprendentes, y esconde una hermosa intención lucana, pues notamos que apenas hay una descripción de su encuentro con Yeshúa, y en dicho momento, Lucas decide guardar silencio.

Podemos imaginar lo que pasó. Lucas explica en detalle quién es Hanah y nos lleva a saber que ella conoció a Yeshúa. Hay un propósito claro aquí. El querido dr. Lucas prepara la escena para el encuentro de Hanah con Yeshúa, y luego rápidamente salta su reunión y analiza su respuesta al ver a Yeshúa para que nosotros, los lectores, nos detengamos y digamos: «¡espera un momento!,… ¿qué pasó?

Pues bien, primero debo enseñarles que lo que se conocer como «brecha narrativa» es una característica literaria recurrente en el evangelio de Lucas. El evangelista es un escritor brillante y a menudo muy detallado, por lo que cuando está contando una historia y de repente se vuelve vago o incluso silencioso, como lo hace aquí, es un movimiento calculado diseñado para hacernos notar la pausa repentina y meditar sobre lo que está omitiendo de una manera más profunda y totalmente en la interioridad de aquel que está leyendo. Lucas anima así a sus lectores a involucrarse con la Palabra encarnada en su escritura usando la imaginación y la creatividad, y mediantes ellas, detenerse y dedicar mayor tiempo a la meditación en los eventos a los que se refiere pero que no explica literalmente

Con base en la información que nos brinda Lucas, podemos explicar gran parte del significado de la aparición de la profetisa Hanah. El autor proporciona detalles específicos sobre quién es esta mujer y nos enseñan cómo pensar en ella. Siguiendo el ejemplo de Lucas, podemos comprender el significado de su silencio que invita a la reflexión y elevación mesiánica de conciencia

Hanah se menciona como una profetisa [femenino de profeta] y una de las personas conectadas con Yeshúa en su infancia. Se nos dice que ella era hija de un tal Penuel, de la tribu de Asher.

Su nombre, que comparte con Hannah (madre del profeta Shemuel) en la TaNaK, significa «favor» o “gracia”. Todo lo que sabemos de ella se encuentra en estos tres versículos del libro de Lucas. Cuando Hanah se encuentra con el niño Yeshúa en el Templo, vemos que su vida rebosa de favores celestiales y gracia divina (Lucas 2:36-38).

«Había también una profetisa, Ana,» (Lucas 2:36).

Entendamos que Hanah se encuentra entre un puñado de mujeres en las Sagradas Escrituras que llevan el título de “profetisa”. Las otras son Miriam, la hermana de Moisés (Éxodo 15:20); Débora, la jueza (Jueces 4:4); Hulda, la esposa de Salum, quien recibió una palabra del Señor para el sacerdote Hilcías y otros (2Reyes 22: 14; 2 Crónicas 34:22-28); la anónima esposa de Isaías (Isaías 8:3); y las cuatro hijas solteras de Felipe (Hechos 21:9).

Por lo tanto, la identificación que Lucas hace de Hanah como una “profetisa” probablemente estaría significando que tenía reputación de ser una maestra talentosa y por sobre todo una fiel animadora de sus compañeros de adoración en el Templo. Cuando ella hablaba, era sobre la Palabra de los profetas del Eterno que anunciaban al Mesías de Dios. Evidentemente había pasado toda su vida estudiando y meditando la Palabra de Dios en su corazón, y esa era la esencia de lo que ella solía soltar desde sus labios a todo los adoradores que se acercaban al Santo Templo con sus korvanot (acercamientos u ofrendas). Entonces, cuando Lucas la llamó “profetisa”, le dio una idea de su carácter y una pista sobre lo que ocupaba su mente y su conversación.

«Era muy anciana; ella había vivido con su esposo siete años después de su matrimonio, y luego quedó viuda por ochenta y cuatro años» (Lucas 2:36–37).

Hanah había estado casada solo siete años cuando enviudó, y permaneció viuda por el resto de su vida.

La mayoría de las traducciones indican que Hanah tenía ochenta y cuatro años cuando conoció a Yeshúa. Sin embargo, también es posible traducir el texto en el sentido de que Hanah había vivido ochenta y cuatro años después de la muerte de su esposo. Eso significaría que Hanah tenía al menos 104 años, si se hubiera casado a los trece (edad en la que una muchacha judía era entregada en matrimonio). De cualquier manera, y más allá de toda conjetura, lo que sí se nota en el texto es que ella había pasado la mayor parte de su vida sin esposo y estaba ministrando ante el Eterno en el Beit Mikdash, Su santo Templo.

Lo que sí importa aquí es saber que Lucas, al contar la edad de Hanah, está tratando proféticamente al número 84 desde la simbología gemátrica, pues ochenta y cuatro representa la plenitud del pueblo de Israel:  

  • 84 surge de la multiplicación [ 7 x 12].
  • Siete es el número de la creación en plenitud o reposo (pues ya está el ser humano en la existencia), y
  • el número 12 representa al reinado sacerdotal de las doce tribus de Israel sobre las naciones. 
  • Entonces 84 es la plenitud del pueblo de YHVH cumpliendo su misión mesiánica en la Tierra como Tabernáculo de Dios.

El evangelista está llevando a sus lectores a comprender que Hanah, como Israel, ha llegado a la plenitud de los tiempos. Con la venida de Yeshúa, Hanah, de 84 años, nos muestra que el sistema revelado en toda la TaNaK ya está completo. Antes de Yeshúa, las asociaciones tribales eran importantes. Por eso en los Evangelios se registran las genealogías de Yosef y Miriam, y ambas se remontan a Abraham (Evangelio de Mateo), y la que aparece en este Evangelio de Lucas llega incluso hasta Adam HaRishon. El mensaje se hace intensamente profundo: de ahora en adelante,  Yeshúa reemplaza las genealogías. Lo que importa ya no es de qué tribu eres, sino si has nacido de nuevo en el Espíritu de la Profecía que da testimonio de Yeshúa. En otras palabras, las tribus encuentran encarnación plena en Yeshúa HaMashiaj. 

Entonces Yeshúa viene y Hanah ha cumplido 84 años de viudez. Ambos eventos señalan la consumación y el cumplimiento de la Antigua Alianza en el Pacto Renovado en el Mesías. La edad de Hanah representa la plenitud del pueblo elegido de Yahvéh, oficiando como un reinado sacerdotal a favor de todas las naciones de la Tierra.

«…hija de Fanuel, de la tribu de Aser,…»

Fanuel no se menciona en ninguna otra Escritura. El nombre Fanuel es la forma griega del hebreo Panuel, nombre con el que se recordaba el lugar donde Yaakov avinu recibió su cojera, Peniel (Génesis 32). Fanuel, tal como el cojo de Yaakov, sugiere la idea de un pueblo que lucha con los principios de Dios. Este significado ciertamente encaja con la presentación que hace Lucas de la lucha de Ana. Nos muestra a un personaje de Fanuel, un israelita fiel, que espera y anhela la Redención final a través del Ungido (Mashiaj o Xristós) de Yah.

Sin embargo, de manera más directa, el nombre Fanuel (Panuel) significa «Rostro de Dios«. Hanah ha visto el Rostro de Dios llamado Fanuel, su padre terrenal, por lo que puede reconocer a Fanuel cuando lo ve. Hoy, sin embargo, sucede algo mejor que ver a su padre terrenal Fanuel. Hannah ve el rostro de Elohim en Yeshúa, el Ungido, que viene a encarnar y revelar el rostro de su Padre celestial. Cuando Hanah  mira al niño Yeshúa, discierne en su espíritu que está mirando el Rostro de Dios nacido entre los hombres.

El texto, al darnos el nombre del padre de Hanah, nos lleva a considerar que Yeshúa es el «Rostro de Dios«. Yeshúa es Fanuel en carne. Justamente es el apóstol Pablo, el mentor de Lucas, quien llama a Yeshúa “la imagen del Dios invisible” (Colosenses 1:15). Y el autor a los Hebreos dice en el capítulo 1: “Él es el resplandor de la gloria de Dios y la huella exacta de su naturaleza”, dando a entender que  podemos ver al Eterno, mirando a Yeshúa y participando en la Vida que Él ofrece. ¡Yeshúa es Fanuel, el rostro de Dios!

«Ella nunca se apartaba (dejó el matrimonio en el) del Templo, sino que adoraba día y noche, ayunando y orando (Lucas 2:37).

Después de enviudar, Hanah se dedicó por completo al servicio del Eterno. Ella nunca salió del Beit HaMikdash (Templo en Jerusalén), sino que pasó su tiempo adorando, ayunando y orando. Es posible que a Hanah tuviera su alojamiento en el Templo debido a su designación como profetisa, o pudo haber vivido cerca. Lo que se destaca es que su devoción fue constante durante la mayor parte de su vida, y su devoción fue recompensada con un encuentro con su Salvador. Sus muchos años de sacrificio y servicio valieron la pena cuando vio al Mesías, Aquel por quien había esperado tanto tiempo.

Justamente esto será lo más llama la atención en la historia de Hanah, me refiero a su entrega a la oración, al ayuno, y a la vida de servicio al prójimo en el Templo. Esta mujer ha optado por dejarse acompañar por el Espíritu de la profecía. Entiendo que para algunos de nosotros es fácil imaginar a una mujer como esta en la experiencia cotidiana de sus propias vidas. Pero sé que para otros, esta idea de un alma humana dirigida por el Espíritu Santo puede parecer muy extraña. Un alma humana que viene y va, y que anuncia la verdad a todos los que están a su alrededor en un momento dado pudiera ser tenida por excéntrica, fanática (por no decir loca). No obstante, esta profetisa de la tribu de Asher encuentra su lugar en la historia de la Salvación, y es un ejemplo de una vida que estaba a la expectativa de la manifestación del Mesías.  

Ana nos enseña que cualesquiera que sean las dificultades que hemos tenido en el pasado, el Eterno no nos abandona y tenemos la posibilidad de poder quedarnos con Él, Su Instrucción y Su guía en el Camino de esto que se conoce como vida humana. Esta mujer, viuda y profetisa, es la imagen de la fidelidad en la espera. Miramos hoy el camino que hemos recorrido con alegría y reconocimiento: el Eterno nos recuerda por medio de Su Hijo, que nuestra vida, en cualquier momento y a cualquier edad, es una bendición para nosotros y para los demás, a los que podemos anunciar la Buena Noticia de Dios para hacer un mundo más humano.

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[Pregunta: ¿Por qué importa que Ana sea de la tribu de Asher?… Bueno, considero que la respuesta merece una segunda parte]

En servicio y amor: David Nesher

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«Benedictus»: El Himno Profético de Zacarías

Autor: Josef Schmid

Con el nacimiento de Juan Bautista se cumple de manera visible el mensaje del ángel a Zacarías. Al ir a circuncidar al niño, la gente propone que le impongan el nombre de su padre, pero Isabel, la madre, sin duda por lo que su esposo le habría contado de la aparición del ángel, resuelve que se llamará Juan, y otro tanto sentencia el padre, que estaba sordo y mudo, escribiéndolo en una tablilla cuando se lo preguntan por señas. Inmediatamente Zacarías vuelve a hacer uso del lenguaje y sus primeras palabras son el cántico de alabanza divina. La impresión producida por la visible intervención divina es un temor sagrado, «quedaron sobrecogidos», y la noticia se extiende por los alrededores. Lo sucedido en la circuncisión del niño da que pensar a cuantos se enteran y es interpretado como señal de su predestinación para alguna misión extraordinaria: «¿Qué va a ser de este niño?». El evangelista añade un comentario que confirma la opinión del pueblo: la mano de Dios, símbolo de su protección y su providencia, actúa de manera visible desde un principio en la vida de aquel niño, venido al mundo ya en tan milagrosas circunstancias.

El himno de Zacarías («Benedictus«) muestra grandes semejanzas de ideas y sentimientos con el «Magníficat» de Miriam (María). Al igual que éste, también el Benedictus se mueve totalmente dentro de la mentalidad de la TaNaK (Antiguo Testamento), quedando en el límite entre el Antiguo Testamento y el Nuevo.

El tema central del himno de Zacarías lo forman la misericordia de Dios y su fidelidad a su alianza. Al igual que el Magníficat es también el Benedictus, en su mayor parte, una compilación de pensamientos tomados del AT, de la que tampoco en este caso resulta una simple y hábil sucesión de reminiscencias veterotestamentarias, sino una nueva unidad. También como en el Magníficat, sus pensamientos son, aunque no en la misma medida, afirmaciones de carácter general, distinguiéndose de aquél en su referencia expresa a la persona y la futura misión redentora de su destinatario (Juan el Bautista, vv. 76-77). Una diferencia con el Magníficat suponen también los rasgos judíos nacionalistas de su primera mitad (vv. 67-75).

  • La primera parte del himno (vv. 68-75) ensalza, al igual que el cántico de María, las grandes obras redentoras de Dios, que alcanzan su punto culminante en la misión del Mesías.
  • La segunda parte (vv. 76-79) se vuelve al recién nacido hijo de Zacarías, cantando en proféticas palabras la tarea para la que Dios le ha destinado. Mientras que el Magníficat procede en su ideario de lo individual a lo general, de la persona de María «a la plenitud de la actuación divina», en el himno de Zacarías encontramos un orden inverso, lo cual radica, tanto en un caso como en el otro, en la situación respectiva de la persona que lo pronuncia. Zacarías queda lleno de Espíritu Santo, como antes Isabel (v. 41), en el momento de desatarse su lengua, y pronuncia su cántico en aquel estado de inspiración profética (v. 67).

V. 68. El himno comienza con las alabanzas dirigidas a Dios usuales en muchos salmos del AT y oraciones posteriores judías. La actuación de la misericordia, esto es, de la bondad y la indulgencia divinas, constituye el contenido único de la primera mitad del himno; la glorificación de Dios por la oración de los hombres puede consistir solamente en la sonora proclamación agradecida de sus obras. Los pensamientos se mantienen dentro del horizonte de la elección de Israel por parte de Dios como pueblo suyo. En previsión de la época de la salvación mesiánica, dada ya como presente, se refiere como un hecho que Dios ha visitado misericordioso a su pueblo en la opresión (cf. vv. 71 y 74), y lo ha redimido. La visita de Dios consiste en la misión del Mesías.

V. 69. «Un poder (o fuerza) salvador», literalmente «un cuerno de salvación» -el cuerno es aquí, como muchas veces en el AT, símbolo de la fuerza-, levantado por Dios, libertador poderoso, es el Mesías, que según la promesa del AT y las esperanzas judías surgiría de la estirpe del siervo de Dios, David. El contenido de lo que contempla aquí Zacarías como realizado o a punto de realizarse, era pronunciado con palabras semejantes en forma de súplica cotidiana por los piadosos judíos en la oración de las dieciocho bendiciones: «Haz brotar pronto el vástago de David, tu siervo, y levanta su cuerno con tu ayuda. Alabado seas, Yahvé, que haces brotar el cuerno de la salvación».

V. 70. Con la misión del salvador mesiánico ha dado Dios cumplimiento a las promesas hechas por boca de sus santos profetas. La expresión «desde antiguo» sería literalmente «desde los primeros tiempos», lo cual es una exageración retórica, ya que las promesas hechas a la casa de David no se remontan más allá de David mismo.

V. 71. Los versículos siguientes, 71-75, describen con más detalle la época de la salvación mesiánica. El v. 71 da una explicación del concepto «cuerno de salvación», «poder salvador» o «fuerza de salvación»; los enemigos y los que los odian son aquí, dentro del punto de vista vétero-testamentario judío en que va concebido todo el pasaje, los enemigos políticos y los opresores de Israel, quienes como enemigos del pueblo de Dios lo son también de Dios mismo. El v. 74 es, con todo, una prueba de que tales palabras no pueden ser entendidas como un grito de venganza.

VV. 72-75. La redención concedida por Dios a la generación de entonces es también, por la relación que con sus antepasados la une, una prueba de la «misericordia» divina con sus padres y de la fidelidad de Dios a su alianza. Al enviar al redentor mesiánico, cumple Dios la alianza, el pacto hecho una vez con los patriarcas. Dios cumple así el juramento bajo el cual prometió una vez al protopatriarca de Israel, Abrahán, para él y su descendencia, una posesión del país, libre del poder de sus enemigos.

El fin de la obra redentora divina era el procurar a su pueblo libertad frente al poder de enemigos externos. Pero el aspecto político de tal libertad no era su fin único ni primero, sino sólo condición previa de la libertad religiosa, que es la que debe dar a Israel la posibilidad de «servir» a Dios sin cesar, libre de todo temor de guerra o de opresión, como su pueblo santo, en piedad y justicia auténticas, esto es, en el fiel cumplimiento de su voluntad. Este servicio divino aquí referido es algo más que simple culto, es un servicio que incluye también una actitud moral, que, según el carácter de la ética bíblica, consiste en la obediencia a Dios y a su ley. A pesar de que Zacarías espera del Mesías la liberación política de su pueblo, falta en su ideal mesiánico todo rasgo guerrero o simplemente imperialista. También en el profeta Zacarías del AT aparece el Mesías como príncipe «manso», pacífico, cuya misión es instaurar el reino eterno de la paz en medio de un mundo impío. Los rasgos característicos de su reino son la justicia y la piedad auténtica, lo cual es uno de los pensamientos centrales de las esperanzas de redención del AT, como lo prueban los profetas más antiguos, Isaías y Sofonías.

V. 76. Con el v. 76 vuelve Zacarías su atención a la figura de su propio hijo, anunciando en palabras proféticas la misión para la que ha nacido. El versículo enlaza con la promesa de Gabriel a Zacarías de Lc 1,15-17. Este niño será llamado (esto es, será) profeta del Altísimo, que, según la profecía de Malaquías, preparará el camino al «Señor», esto es, Dios (no el Mesías), que viene misericordioso al encuentro de su pueblo.

V. 77. El v. 77 declara más en detalle en qué consiste este preparar los caminos. El Bautista debe instruir al pueblo sobre la verdadera naturaleza de la redención, llevarle a la convicción de que la salvación consiste en el perdón de los pecados y no en cosa otra alguna, siendo, pues, de carácter puramente religioso y no político. En este punto, el v. 77 sobrepasa claramente al v. 71 y al v. 74, pero sin ir más allá tampoco de la línea de la futura predicación del Bautista (cf. Lc 3,3).

VV. 78-79. La frase que sigue («Por la entrañable misericordia…»), colocada simplemente a continuación de lo anterior, apenas puede ser puesta en relación lógica con el «perdón de los pecados», sino más bien con el contenido total de los vv. 76b-77, dando como motivo de la obra redentora divina allí referida la «misericordia», cuya más grandiosa revelación es su visita de gracia al pueblo por medio del «Oriente [Sol naciente] de lo alto». Con los testimonios más antiguos, hay que suponer como texto originario el futuro «visitará». Precisamente este cambio entre pasado y futuro, con la tensión que lleva consigo, concuerda con la situación del himno, en el que se expresa la seguridad sobre la presencia de la época mesiánica, pero sin conocer aún su verdadera revelación y despliegue.

De suyo sería posible, en lugar de la traducción «Oriente», la de otros nombres, pero parece preferible la traducción «el Oriente», es decir, el sol en su salida, entendiéndolo como designación figurada del Mesías, quien, como «sol de justicia» (Mal 3,20), se aparecerá a los que yacían en las tinieblas del alejamiento de Dios producido por el pecado, para mostrarles el camino de la salvación. Zacarías se incluye a sí mismo, como lo prueba la expresión «nuestros pasos», en el número de los que yacían en las tinieblas.

De importancia para el enjuiciamiento, tanto del himno de Zacarías como del Magníficat, es la observación de que en ambos va entendida la venida del Mesías exclusivamente como revelación de la gloria divina, sin que se haga referencia alguna a su pasión y a su muerte, hecho que no sería explicable si ambos himnos hubieran sido compuestos en círculos judeocristianos o fueran cánticos judíos rehechos por mano cristiana.

Fuente:
[Extraído de Josef Schmid, «El Evangelio según san Lucas«. Barcelona, Ed. Herder, 1968, pp. 83-91]