Pedagogía y Didáctica

Los 10 principios de la dictadura del relativismo

En Occidente  le llamamos relativismo a la posición filosófica de que todos los puntos de vista son igualmente válidos, y de que toda la verdad es relativa al individuo. Sostiene que no existen verdades absolutas y que, por lo tanto, todo es debatible. Pero en el fondo el relativismo no esconde más que la anulación del hombre como ser racional y, con ello, la anulación de su libertad. Vivimos en el universo de la contradicción permanente.

 Analicemos la situación en unos pocos aforismos, que son los paradigmas (casi mandamientos) vigentes del relativismo.
El primero y más importante de todos, que los engloba a todos, que los resume y abarca a todos, es el siguiente:
1. “Nada es verdad ni nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira”. Ahora bien, la frasecita de Campoamor, que revela como ninguna otra el fin de las verdades absolutas, es la que incurre en la primera contradicción flagrante: nada es verdad ni nada es mentira… menos esta frase, este principio, este dogma aniquilador.
2. “Prohibido prohibir”, tradujeron los del mayo francés, una generación que continúa sin abandonar el poder. Ahora bien, si prohibimos prohibir, ya hay algo que sí está prohibido: prohibir.
3. “Todo es opinable”, aseguran los hombres de la sociedad de la comunicación. Sí, todo es opinable; todo menos justamente eso: que todo sea opinable.
4. “Los dogmas son inadmisibles”. Salvo justamente el que a acabo de enunciar, indemostrable pero de aplicación forzosa. En cualquier caso, el hombre siempre parte de un dogma para concluir, tanto en el pensamiento deductivo como en el inductivo.
5. “Libertad de pensamiento”. Muy cierto, pero dos más dos sólo son cuatro en base 1 y por definición. Nadie comienza pensar desde cero, sino desde un eje de coordenadas que le viene dado. El pensamiento humano está sometido a reglas estrechas, que componen lo que se conoce como la ciencia de la lógica: no damos para más y no es para avergonzarse de ello. A fin de cuentas, mal de muchos…
6. “Toda idea, principio o creencia es tan respetable como otra”. ¿Todas? No, porque la que acabo de escribir vale mucho más que cualquier otra y es acreedora del mayor de los respetos.
7. “Eduquemos en libertad”. Pero eso es imposible: si concedemos libertad al alumno para someterse o rechazar la educación, seguramente optará por la libertad de no educarse, sobre todo si piensa en el sometimiento y el esfuerzo que implica el hacerlo. Lo único que importa es la tolerancia, no las ideas que se toleran. Es más, la misma libertad de expresión es un atentado contra la libertad ajena, en cuanto pude influir en el interlocutor.
8. “No acepto aquello que no sea demostrable”. Pero ni tan siquiera puedo demostrar nuestra existencia. Lo empíricamente demostrable no alanza ni el 0,1% e lo conocimientos humanos. Tampoco puedo dar razón de mi existencia.
9. “Lo que se ve, existe, y lo que no se ve, no existe”. Pero nuestros sentidos nos engañan. Además, de esta forma no existirían la lunas de Júpiter, ni el amor, ni el dolor, ni la belleza, ni el arte, ni la literatura… Además, ¿estamos seguros de que la vida no es sueño y ensueño no es la verdadera vida?
10. “Nadie puede decir lo que está bien o lo que está mal”. Pero esta política de no injerencia es buena en sí misma, así como sus numerosos desarrollos en forma de juicios morales, esos juicios que constantemente estamos pronunciando. Es más, si en algo creemos es en nuestras críticas al próximo o en nuestros halagos (en ésos menos, dado que resultan menos numerosos).

No me extraña que el hombre actual esté mareado. Sufre de vértigo intelectual y sus síntomas son: falta de personalidad, acentuada inseguridad en sus talentos. O sea, que el relativismo le ha llevado al complejo de inferioridad, a la tristeza: Porque el hombre puede ser bueno o malo, sabio o ignorante, pero lo que su propia naturaleza racional no puede aceptar jamás sin romperse en pedazos es vivir en la contradicción. El único velo capaz de ocultar la incoherencia es la locura. Y ésa es, precisamente, la meta lógica de todo relativismo. Desafortunadamente, la filosofía del relativismo es dominante en nuestra cultura actual. Con el rechazo de Dios, y el gobierno de Su Torah (Instrucción) en particular, la verdad absoluta está siendo abandonada. Sin embargo, y con la esperanza de que Cristo triunfará sobre tantos dislates, hemos de hacer nuestra con valentía la afirmación del profeta: “sea que escuchen, o se nieguen a hacerlo –porque son un pueblo rebelde- sabrán que hay un profeta en medio de ellos” (Ezequiel 2:5).

EXCUSAS A ORILLAS DEL RÍO

 Autora: Lic. Laura Arco

Puedo llevar el caballo hasta el río pero no puedo obligarlo a beber”. Asimismo el sabio puede mostrarte la sabiduría, pero no puede hacer que la aprecies y menos aún que seas sabio.

La Pedagogía ha ido y vuelto sobre este punto. Distintas corrientes han tratado el tema de la educación desde uno y otro ángulo: sea desde el sujeto que transmite, conduce, ayuda, asiste, o el sujeto que recibe, construye, descubre, alcanza, o aún desde el hecho en sí que permite el fluir del hombre social.

La Didáctica apareció como brazo solidario para resolver el conflicto que emerge en medio de ese fluir. Y cada cual, como ciencias de la educación, considera al hombre en su esencial imperativo de superación. “Andros fisei oregontai eidenai”; “el hombre tiende naturalmente al saber”, dijo Aristóteles.

Pero el conocimiento o saber no  es sabiduría.

El hombre fue creado para el conocimiento y la sabiduría, pero normalmente se conforma con adquirir algo de conocimiento precisamente por falta de sabiduría. Como la mujer en Edén.

Quisiera el sabio vencer la ignorancia con su sabiduría, sabiendo que no es suya, sino que él le pertenece y está para servirla. Pero descubre que su adversaria, en realidad, no es la ignorancia ya que la oscuridad fácilmente es destruida por la luz. El que quiere dejar de ignorar procura aprender, conocer, saber.

Lo grave es la necedad que suele acompañar a la ignorancia.

Derek Bock decía: “si piensan que la educación es cara que prueben con la ignorancia”.

Ella es la causante de terribles errores que pueden provocar una gran mortandad y cuantiosas pérdidas, pero basta saber lo que se ignoraba para impedir el desastre.

Sin embargo, la necedad es aún peor, porque ella se obstina en el error y no admite ni el conocimiento ni la verdad. “El camino del necio es derecho en su opinión” (Prov. 12:15).

Muchas veces e considerado la advertencia y la reconvención de Jesús: “… cualquiera que diga necio a su hermano, será culpable ante el concilio y cualquiera que le diga fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego” (Mt. 5.22).

No hay duda alguna que es un epíteto extremo que conlleva el sentido de antidiseño, por eso mismo el Maestro llama necios a los que conociendo lo justo, lo verdadero, y lo bueno, se empecinan en hacer lo contrario y aun juzgarlo a él (Lc. 11:37-54). Parece una paradoja que el mismo que enseña a no calificar de necio sea quien lo aplica.

Pero no lo es. Jesús conocía, sabía, tanto las intenciones como las razones que sustentaban los diferentes planteos de los religiosos.
 «Entonces algunos de los escribas decían dentro de sí: Este blasfema.
 Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?»
(Mt. 9:3-4)

“Entonces Jesús dijo al hombre:
“Extiende tu mano.” Y él la extendió, y le fue restaurada, sana como la otra. Pero cuando los Fariseos salieron, hicieron
planes contra Él, para ver cómo lo podrían destruir.
 Pero Jesús, sabiéndolo, se retiró de allí. Y muchos Lo siguieron, y los sanó a todos.”
(Mt. 12: 13-15).

El necio es fructífero en excusas. Podrá caer cien veces y levantarse las cien, pero fracasará ciento una porque repetirá persistentemente el error, mantendrá  su opinión y su camino. No podrá considerar sus faltas, pues solo tiene habilidad para ver la paja en el ojo ajeno. Ante un fracaso tendrá mil justificaciones que recaerán en acusaciones a terceros o,  simplemente, se escudará en la “mala suerte”.

El necio es necio porque se ve siempre a sí mismo como un indigente, por eso, con orgullo puede decir que es capaz de empezar de cero cada vez que sea necesario. Su arrogancia le hace creer que solo puede, por eso habla de empezar de la nada.

 El sabio, en cambio, conoce el punto de partida y no lo llama cero, sino arrepentimiento. Esto marca la gran diferencia y asegura que su camino prospere y que siempre mantenga el mismo sentido: derecho, adelante y  hacia arriba… “yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt.
28:20b).

Lic. Laura Arco