“Puedo llevar el caballo hasta el río pero no puedo obligarlo a beber”. Asimismo el sabio puede mostrarte la sabiduría, pero no puede hacer que la aprecies y menos aún que seas sabio.
La Pedagogía ha ido y vuelto sobre este punto. Distintas corrientes han tratado el tema de la educación desde uno y otro ángulo: sea desde el sujeto que transmite, conduce, ayuda, asiste, o el sujeto que recibe, construye, descubre, alcanza, o aún desde el hecho en sí que permite el fluir del hombre social.
La Didáctica apareció como brazo solidario para resolver el conflicto que emerge en medio de ese fluir. Y cada cual, como ciencias de la educación, considera al hombre en su esencial imperativo de superación. “Andros fisei oregontai eidenai”; “el hombre tiende naturalmente al saber”, dijo Aristóteles.
Pero el conocimiento o saber no es sabiduría.
El hombre fue creado para el conocimiento y la sabiduría, pero normalmente se conforma con adquirir algo de conocimiento precisamente por falta de sabiduría. Como la mujer en Edén.
Quisiera el sabio vencer la ignorancia con su sabiduría, sabiendo que no es suya, sino que él le pertenece y está para servirla. Pero descubre que su adversaria, en realidad, no es la ignorancia ya que la oscuridad fácilmente es destruida por la luz. El que quiere dejar de ignorar procura aprender, conocer, saber.
Lo grave es la necedad que suele acompañar a la ignorancia.
Derek Bock decía: “si piensan que la educación es cara que prueben con la ignorancia”.
Ella es la causante de terribles errores que pueden provocar una gran mortandad y cuantiosas pérdidas, pero basta saber lo que se ignoraba para impedir el desastre.
Sin embargo, la necedad es aún peor, porque ella se obstina en el error y no admite ni el conocimiento ni la verdad. “El camino del necio es derecho en su opinión” (Prov. 12:15).
Muchas veces e considerado la advertencia y la reconvención de Jesús: “… cualquiera que diga necio a su hermano, será culpable ante el concilio y cualquiera que le diga fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego” (Mt. 5.22).
No hay duda alguna que es un epíteto extremo que conlleva el sentido de antidiseño, por eso mismo el Maestro llama necios a los que conociendo lo justo, lo verdadero, y lo bueno, se empecinan en hacer lo contrario y aun juzgarlo a él (Lc. 11:37-54). Parece una paradoja que el mismo que enseña a no calificar de necio sea quien lo aplica.
Pero no lo es. Jesús conocía, sabía, tanto las intenciones como las razones que sustentaban los diferentes planteos de los religiosos.
«Entonces algunos de los escribas decían dentro de sí: Este blasfema.
Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?»
(Mt. 9:3-4)
“Entonces Jesús dijo al hombre:
“Extiende tu mano.” Y él la extendió, y le fue restaurada, sana como la otra. Pero cuando los Fariseos salieron, hicieron
planes contra Él, para ver cómo lo podrían destruir.
Pero Jesús, sabiéndolo, se retiró de allí. Y muchos Lo siguieron, y los sanó a todos.”
(Mt. 12: 13-15).
El necio es fructífero en excusas. Podrá caer cien veces y levantarse las cien, pero fracasará ciento una porque repetirá persistentemente el error, mantendrá su opinión y su camino. No podrá considerar sus faltas, pues solo tiene habilidad para ver la paja en el ojo ajeno. Ante un fracaso tendrá mil justificaciones que recaerán en acusaciones a terceros o, simplemente, se escudará en la “mala suerte”.
El necio es necio porque se ve siempre a sí mismo como un indigente, por eso, con orgullo puede decir que es capaz de empezar de cero cada vez que sea necesario. Su arrogancia le hace creer que solo puede, por eso habla de empezar de la nada.
El sabio, en cambio, conoce el punto de partida y no lo llama cero, sino arrepentimiento. Esto marca la gran diferencia y asegura que su camino prospere y que siempre mantenga el mismo sentido: derecho, adelante y hacia arriba… “yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt.
28:20b).
Lic. Laura Arco