parashá kedushim

Cuando la Tierra vomita al Pecador…

Por P.A. David Nesher

 

 

«Guardad, por tanto, todos mis estatutos y todas mis ordenanzas, y cumplidlos, a fin de que no os vomite la tierra a la cual os llevo para morar en ella…
No se hagan inmundos por ninguna de estas cosas; porque todas las naciones que Yo estoy echando delante de ustedes están profanadas con ellas. La tierra se ha vuelto inmunda, y por eso es que Yo la estoy castigando. La tierra misma vomitará a sus habitantes
Si ustedes hacen a la tierra inmunda, los vomitará a ustedes también, así como está vomitando a la nación que estaba allí antes que ustedes.»

(Levítico/Vayikrá 20:22, 24-25, 28)

 

Desde la cosmovisión celestial que la Instrucción (Torah) divina revela, es evidente que cuando el ser humano obedece los mandamientos que recibió del Creador  refleja el carácter mesiánico del Eterno, permitiendo que su entorno se vea afectado positivamente por poderes cósmicos que producen una armonía total, que promueve a la plenitud total, y elimina el caos. La naturaleza toda se ve beneficiada por esta correcta actitud. Las aves se encuentran bien, la población marina disfruta de lo pleno, el mundo vegetal reluce y se multiplica en energía beneficiosa para el ecosistema. El estilo de vida del hombre mesiánico afecta incluso las nubes en el cielo, los rayos del sol, la velocidad de la luna y el magnetismo de la tierra. Toda la creación depende de si el ser humano obedece los mandamientos del Señor, o se rebela contra ellos. Cabe recordar que ya, en los albores de la historia de la humanidad, Adán había sido expulsado del huerto del Edén por haber de alguna manera . . mancillado el lugar al transgredir el mandato divino.

El concepto «mancillar la tierra» es usado por las Sagradas Escrituras en cuatro ocasiones, a saber:

  1. la idolatría,
  2. las relaciones incestuosas,
  3. el derramamiento de sangre y
  4. hacer pernoctar el cadáver de un ajusticiado (sin darle sepultura).

De acuerdo con este texto, resulta que el concepto «Tumáh» (impureza) aquí utilizado no hace referencia a algún concepto ritual, sino que más bien se refiere a tres de las más graves transgresiones que el hombre puede cometer.

Los cananeos que en ese entonces vivían en la Tierra Prometida estaban envueltos profundamente en todos estos tipos de cosas inmorales y ocultas. Esta es la razón por la que fueron expulsados de la tierra de Israel. El Eterno mismo determinó utilizar a Israel para juzgarlos y echarlos fuera.

Por eso, Yahvéh le pidió a Israel que le obedeciera, para que el mismo destino no cayera a ellos y sus descendientes.

La tierra de Israel está separada por el Eterno para un propósito específico. Los que moran allí está obligados a obedecer más que todos los hombres de la faz de la tierra. Así como el estómago, cuando está colmado de alimentos que no quiere, los rechaza vomitándolos, la tierra de Israel expulsa a los habitantes que no tienen normas de conducta dignas del ser humano. Es por eso que la Toráh empleó el término «vomitar» en este caso. Como es la tierra del Eterno el pecado contra Él y Su Instrucción trae consecuencias mucho más graves en relación con la tierra. La tierra de Israel podrá vomitar a sus habitantes si no obedecen los mandamientos del Eterno.

La Torah quiere indicar que si el pueblo de Israel incurre en estas graves transgresiones será pasible, no solamente de la pena de expulsión de la tierra («… para que no os vomite la tierra«), sino que será pasible también de la pena de «caret» (vida truncada) De lo que resulta que el pueblo de Israel tiene una responsabilidad colectiva por sus acciones frente a Yahvéh, pero el individuo de Israel asume también una responsabilidad personal por sus acciones frente al Eterno. Y es lo que leemos: » … serán truncadas las almas … » (versículo 29).

En la cosmovisión divina, eecar en Israel es mucho peor que pecar en España. Pecar en Jerusalén es mucho peor que pecar en Eilat. Los profetas muestran que cuando el pecado de Yerushalayim (Jerusalén) llegue a cierta medida todo el pueblo tendrá que ir al destierro.

Por eso, cuando la nación estaba divida en dos Reino, el Eterno envió profetas, como Oseas para advertirles:

“Escuchad la palabra de Yahvéh, hijos de Israel, porque Yahvéh tiene querella contra los habitantes de la tierra, pues no hay fidelidad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra. Sólo hay perjurio, mentira, asesinato, robo y adulterio. Emplean la violencia, y homicidios tras homicidios se suceden. Por eso la tierra está de luto, y languidece todo morador en ella junto con las bestias del campo y las aves del cielo; aun los peces del mar desaparecen.”

(Oseas 4:1-3)

Desafortunadamente la obediencia no se mantuvo firme por mucho tiempo. Los hebreos de los dos reinos (Israel, al norte, y Judá, al sur) se desviaron tras los pecados de las naciones, tal como lo relata el salterio: «… sino que se mezclaron con las naciones (goyim) y aprendieron a seguir sus costumbres.» (Salmo 106: 35). Así pues, eventualmente la tierra echó a Israel fuera, resultando en el exilio tanto de la nación del norte (Israel), como de la nación del sur, Judá.

No fue el pecado de los babilonios y los romanos que causaron la destrucción de los dos templos. Fue el Eterno que les dio poder para hacerlo porque los pecadores de Sión no se arrepintieron. No es el pecado de los musulmanes que hace que hay guerras en Israel hayan causado millares de muertos y causarán cientos de miles de muertos en los enfrentamientos futuros. Es el Santo de Israel que cumple sus amenazas cuando su pueblo no cumple Sus mandamientos.

El apóstol Pablo, trabajando estos códigos de Luz Infinita con los discípulos de las primera comunidades mesiánicas, insistía en este consejo:

«Nadie los engañe con palabras huecas; pues es por estas cosas que el juicio de Dios cae sobre los que le desobedecen.

¡Así que no sean copartícipes con ellos!

Pues ustedes estaban en tinieblas; pero ahora están unidos con el Señor, son luz, vivan como hijos de luz, pues el fruto de la luz es todo tipo de bondad, justicia y verdad; traten de determinar lo que le agrada al Señor.»

(Efesios 5: 6-10)

No hay dudad alguna, la obediencia trae paz y vida. La desobediencia trae guerras y muerte.

Nosotros escogemos. Así pues, de acuerdo a nuestra elección, la Tierra que habitamos nos recepciona, o nos excluye.