Liturgia Profética

¡Bailar Pegados al Eterno!… ¡La Terapia para Vivir Bien!

Al leer los libros del Tanak (Torah, Neviím, Ketuvim), también mal llamado Antiguo Testamento, encontramos la pedagogía espiritual de la danza. Justamente en cada lección, la lección será la misma: la danza es una expresión de alegría, aceptada por el Eterno como una ofrenda espiritual que lo glorifica como Creador y Dueño de todas las cosas.

La adoración a través de la danza ha sido parte de la historia y la tradición de Israel durante todos los años de su existencia. Entre tantos versos del salterio, podemos rescatar una que pone a la danza como un imperativo en la liturgia profética del Santo Templo:

 

Alábenlo a son de trompeta; alábenlo con salterio y arpa. Alábenlo con pandero y DANZA; alábenlo con cuerdas y flauta. Alábenlo con címbalos resonantes; alábenlo con címbalos estruendosos…”

(Sal. 150:3-5 VIN)

Esto se remonta a los tiempos de Moshé (Moisés), siendo una expresión de fe, adoración y alabanza a YHVH en la que cada movimiento del cuerpo tiene un significado y cada gesto de las manos tiene un sentido propio de adoración. Seguramente esta cosmovisión hebrea de la danza como instrumento cúltico, se desarrolló desde el mismo momento en que Israel fue librado del látigo opresor de Mitzraim (Egipto). Así lo vemos en la misma Instrucción (Torah) cuando nos relata:

“Entonces Miryam la profetisa, la hermana de Aharón, tomó un pandero en sus manos, y todas las mujeres fueron tras ella en DANZA con panderos…”

(Ex. 15:20 VIN)

Así pues, se instaló en la mentalidad hebrea que una de las manera de adorar a YHVH era demostrando el gozo de la salvación (simjáh). Por ello, para Israel bailar de alegría por el cumplimiento de una mitzvá es un privilegio celestial maravilloso.

Los códigos de la Torah revelan que cuando la alegría se comienza a irradiar en el interior del ser humano, se extiende a las piernas hasta que, literalmente, la persona comienza a danzar de gozo. Este acto profético disipa las fuerzas de la impureza (tumá), que se apoderan de las piernas para enfermarlas; además, atenuará juicios severos de los Cielos y permite recibir bendiciones. El fervor con el que se baila en un culto divino es “una ofrenda encendida de olor grato al Señor” (Números 28: 8).

En el folclore israelita existen mas de cuatro mil estilos de danzas diferentes: de adoración, de guerra, de paz, de dolor, etc. Como ejemplo de esto vemos que en el libro Shofetim (Jueces) encontramos la costumbre de danzar en alegría y gratitud por las cosechas:

“Tan pronto vean a las muchachas de Shiloh salir para unirse a los bailes, salgan de las viñas; que cada uno de ustedes escoja una esposa de entre las hijas de Shiloh…”

(Jue. 21:21 VIN)

Esta danza comenzaba en rueda y luego cada hombre seleccionaba una pareja.

También era costumbre sana y terapéutica danzar para conmemorar el gozo del regreso de algún ser querido:

“Cuando Yiftaj llegó a su hogar en Mitspah, ¡ahí salió su hija a recibirlo, con pandero y danza!”

(Jue. 11:34 VIN)

Es muy conocida la historia del rey David danzando fervientemente ante la llegada del Aron HaBrit (Arca del pacto) a Jerusalén. Notamos que él expresaba su gozo sin ningún tipo de prejuicio:

«David danzaba con toda su fuerza delante de YHVH; David estaba vestido con un efod de lino…”

(2 Samuel 6:14 – VIN)

Esta anécdota enseña como Mikal, quien se opuso a esta forma de adoración, quedó estéril (2 Samuel 6:14-23). Así pues, quedó claro en la mente de los hebreos que burlarse de la danza litúrgica produce un corte en la productividad de la vida.

Por esto, su hijo el rey Salomón (en hebreo: Sh’lomó HaMélek) enseñó que en la vida del hombre existe un tiempo de bailar, y que esto está marcado en el propósito eterno de Dios (Kohelet/Eclesiastés 3:4).

Así es como los profetas en sus oráculos afirmaban que en la restauración de todas las cosas también estaría incluida la danza como una forma legítima de diversión y gratitud a Nuestro Creador:

«De nuevo te edificaré, y serás reedificada, Virgen de Israel;

de nuevo tomarás tus panderos, y saldrás a las DANZAS con los que se divierten»

(Irmiyahu/Jeremías 31:4)

En los tiempos de Yeshúa ha Mashíaj, era una parte importante de la liturgia del Templo y el pueblo la utilizaba, en las fiestas de Israel, para conmemorar las victorias, los eventos históricos y los eventos de citas divinas o fiestas.

Por eso, cuando venimos al Evangelio (Buena Noticia) de nuestra Salvación, nos encontramos con que nuestro Maestro y Mesías Yeshúa enseñó que la danza era una expresión legítima de alegría a la hora de expresar gratitud al Eterno, nuestro Abba. Esto lo hizo en forma sutil cuando hablando del regreso del hijo pródigo, describió como era el momento de la shelamim que el padre ofreció a Yahvéh por esta alegría:

«…Y su hijo mayor estaba en el campo, y cuando vino y se acercó a la casa, oyó música y danzas«

(Lucas 15:25)

También entendemos que en la boda de Caná (Qanah), nuestro Señor vio las danzas que se producían en esta celebración, e incluso no es descabellado pensar que él participó como cualquier joven judío, pues esto era parte integral de su cultura. Los discípulos del Mashíaj eran de mentalidad hebrea y ellos tuvieron que haber conocido este folclore.

¡Evidentemente estar alegre es una bendición, y bailar para expresar dicha alegría también lo es! Sin embargo, también las Sagradas Escrituras dejan en claro que cuando una persona baila con el calor de la inclinación al mal (yetzer hará), está encendiendo un “fuego extraño” (Levítico 10: 1), mientras que el vino que bebe es el “vino de la embriaguez”, que permite a las fuerzas de la impureza afianzarse. Por eso, desde sus líneas, Yahvéh nos hace distintos llamado de atención, ya que el desenfreno puede llevar a que una misma acción tenga diferentes intenciones y, por lo tanto, diferentes consecuencias.

Debemos buscar la alegría pero no el desenfreno. Debemos estar exultantes de gozo, pero, siempre, tener presente el motivo de la alegría: nuestra gratitud al Eterno. Por esto, es recomendable que en todas las fiestas, los varones y las mujeres dancen por separado o en todo caso evitando el contacto físico, aunque esta recomendación no aplica a las pareja unidas en santo matrimonio.