parashá Jeyei Sara

Rebeca y su Ministerio para Camellos… (Características de la Excelencia)

«Entonces el criado corrió hacia ella y dijo:
Te ruego que me des a beber un poco de agua de tu cántaro.
Ella respondió:
Bebe, señor mío; y se dio prisa a bajar su cántaro sobre su mano y le dio a beber.
Y cuando acabó de darle de beber dijo:
También para tus camellos sacaré agua. hasta que acaben de beber. Y se dio prisa y vació su cántaro en la pila, y corrió otra vez al pozo para sacar agua, y sacó para todos sus camellos.»

(Bereshit / Génesis 24: 17-20)

Había nacido y vivía en Mesopotamia (Aram-naharaim en hebreo), en la ciudad de Harán o cerca de ella. Su familia no era como la gente de Harán, que adoraban a Sin, el dios-luna. Su Dios era Yahvéh (Génesis 24:50). Por algo, los sabios de Israel siempre le adjudicaron el versículo del “Cantar de los Cantares” que dice: “Como una rosa entre las espinas, así es mi querida entre las hijas” (Cantares 2: 2).

Su nombre Rebeca, (o Rivká en hebreo). Mientras transcurría en su cotidianeidad, ella no imaginaba que un gran cambio en su vida llegaría de forma inesperada, en un día normal como cualquier otro.

Rivká era una muchacha muy atractiva. Pero no se trataba solo de una cara bonita, estaba llena de vida y se había mantenido moralmente pura. Aunque su familia era adinerada y tenían sirvientes, ella no era una niña mimada ni la trataban como a una princesa; había recibió la enseñanza del esfuerzo. Sabía que trabajar duro era el secreto para un destino exitoso. Al igual que muchas mujeres de su época, se encargaba de algunas tareas pesadas en el hogar. Por ejemplo, al caer la tarde, iba al pozo cargada con un cántaro sobre los hombros a buscar agua para la familia (Génesis 24:11, 15, 16).

En una de estas ocasiones, después de llenar su recipiente, se le acercó corriendo un hombre mayor que le dijo: “Dame, por favor, un sorbito de agua de tu jarro”. ¡Era un favor tan pequeño y se lo había pedido con tanta amabilidad! Como se notaba que el hombre venía de lejos, enseguida bajó el cántaro para darle, no un sorbito, sino un buen trago de agua fresca. Rebeca vio que el hombre había llegado con una manada de 10 camellos y que no había agua en el bebedero. Se dio cuenta de que la observaba atentamente y quiso ser generosa con él. Le dijo: “También para tus camellos sacaré agua hasta que acaben de beber” (Génesis 24:17-19).

Fíjese que no solo se ofreció a darles un poco de agua a los camellos, sino a darles de beber hasta que saciaran su sed. Un camello sediento puede beber unos 135 litros de agua en apenas 13 minutos. En este caso tenemos 10 camellos, así que necesitaría más o menos 1.350 litros de agua para saciar su sed. Digamos que el cántaro de Rebeca es de barro y que le caben 10 litros de agua. Vale la pena mencionar que 10 litros de agua pesan aproximadamente 9 kg. Esto quiere decir que Rebeca tiene que hacer más de 100 viajes al pozo para sacar el agua y acarrear más de 10 kilogramos a donde están los camellos. Así que a Rebeca le podían esperar varias horas de duro trabajo.

Sin embargo, estaba dispuesta a hacer lo que fuera para mostrarle hospitalidad a aquel forastero, quien aceptó su ayuda.

Rebeca iba y venía bajo la atenta mirada del anciano, llenando una y otra vez su cántaro para llevar agua al bebedero (Génesis 24:20, 21). Mientras Rebeca realizaba la tarea de dar agua a todos los camellos, el siervo en ningún momento la detuvo. Él quería saber si ella de verdad daría agua a todos los camellos, o si solamente lo había dicho. Evidentemente Eliezer conocía gente a la que le es más fácil hablar como un servidor que servir. Él necesitaba saber si esta joven tenía el corazón de una servidora, o solo el hablar de una.

La mirada de asombro del anciano forastero delataba el agradecimiento que de su corazón se elevaba hacia el mismo Trono de nuestro Abba. Horas antes, al caer la tarde, Eliezer había clamado en en oración pidiendo:

«Oh Señor, Dios de mi amo, Abraham.

Te ruego que hoy me des éxito y muestres amor inagotable a mi amo, Abraham.

Aquí me encuentro junto a este manantial, y las jóvenes de la ciudad vienen a sacar agua.

Mi petición es la siguiente:

yo le diré a una de ellas:

“Por favor, deme de beber de su cántaro”; si ella dice:

“Sí, beba usted, ¡y también daré de beber a sus camellos!”, que sea ella la que has elegido como esposa para Isaac.

De esa forma sabré que has mostrado amor inagotable a mi amo».

(Génesis 24:11-14)

Este varón fue muy sabio en lo que pidió al Eterno. Él quería volver a su amo Abrahán exitoso en su misión, y sabía que sin el respaldo del Eterno, todo esto sería imposible. Él estaba seguro, que toda mujer del lugar sabía que un camello sediento puede beber mucha agua. Así pues, la que se ofreciese a abrevar diez camellos tenía que estar dispuesta a realizar un gran esfuerzo. El hecho de que desempeñara esta tarea ante la pasiva mirada de otras personas constituiría una prueba incuestionable de su energía, paciencia y humildad, así como de su bondad con las personas y los animales.

Eliezer al ver la benevolencia servicial de esta joven le da un pendiente y dos brazaletes y adoró a Yavhéh. Él es bien consciente que no está buscando una criada para Isaac sino que una joven con un corazón bondadoso, fuerte y determinado a terminar los trabajos difíciles que se propone. Una doncella creyente en el Eterno, dispuesta a aceptar la voluntad y el llamado divino para convertirse en la esposa de un joven varón que aún no conoce, pero que sabe la espera anhelante en fe como la ayuda idónea (ezer kenegdó) que Yahvéh le ha diseñado para bendecir a las generaciones venideras.

Hoy, cuatro mil años después, no podemos más que sentir admiración por esta matriarca de nuestra fe por su valentía, sus ganas de servir, hospedar y darse humildemente a sus semejantes. Todos nosotros, seamos jóvenes o mayores, varones o mujeres, estemos casados o solteros, podemos imitar la fe de esta extraordinaria mujer. Por ello, para cerrar la meditación de este estudio, lo que rescataremos de esta historia, será la actitud de Rivká. Este mujer ejemplifica lo que debiera ser la actitud de nuestra alma redimida a la hora de servir al propósito eterno de Dios en nuestro prójimo. El Eterno anhela que la Esposa del Mesías sea sin mancha ni arruga, por ello hallo conveniente destacar las características que debe tener el servicio que tú y yo demos a nuestros semejantes en la tarea que nos demanda la Gran Comisión:

  • Un Servicio Gustoso: Al momento en que Eliezer le pidió agua, ella respondió sin queja alguna, sin murmullo o murmuración en su interior. Respondió con amor y una actitud servicial. «Bebe señor mío; y se dio prisa…» La expresión hebrea da a entender que ella no esperó otra oportunidad, ni otro momento. Hizo al instante lo que le demandaban.
  • Un Servicio Dispuesto: No se conformó con cumplir con lo que debía hacer de acuerdo a lo pautado en la petición de Eliezer, ella se determinó a hacer más. Ofreció más de lo que le pidieron. ¡Tampoco tardó en hacerlo! Muchas veces esperamos a que nos pidan lo que sabemos qué hace falta hacer, no nos comprometemos sino hasta que no nos queda otra. Y cuantas veces ni aun cuando nos piden, hacemos «más de lo que nos corresponde».
  • Un Servicio Responsable: Una vez que ofreció, se dio prisa a cumplir con lo que prometió. Ella lo terminó con calidad total. Dio de beber a los 10 camellos que Eliezer traía consigo. Ella fue responsable y esforzada. Cumplió con su trabajo, por más difícil que haya sido. ¿Cuántas veces no te animas a tomar el trabajo difícil? ¿Cuántas veces eliges lo más fácil para hacer, lo que lleve menos tiempo, menos esfuerzo? ¿Cuántas veces has comenzado una tarea que luego has abandonado a la mitad?
  • Un Servicio Desinteresado: Rebeca no sabía que Eliezer buscaba mujer para Isaac. Ella actuó de ese modo sin buscar un premio, una paga o un beneficio propio. Lo hizo de corazón, demostrando su pureza y bondad. Sin que nadie más que Eliezer la viera, no buscando su aprobación ni la de nadie más.

 

Hoy día, vivimos en una época en la que nadie piensa en el prójimo. Como ya fue anunciado proféticamente, las personas son egoístas y no están dispuestas a sacrificarse por los demás (2 Timoteo 3:1-5). Los discípulos de Yeshúa, que anhelamos combatir esa tendencia en los hombres, debemos imitar el ejemplo de esta joven del pasado, una de nuestras madres de fe, que se desvivió por ayudar a un extraño.

¡Qué maravilloso sería de nuestro alrededor si demostráramos siempre en cada ámbito de nuestras vidas estas características de servicio que todos los hijos de Yahvéh debemos tener!