Koinonía

¿Para qué nos sirve trabajar por la UNIDAD?

Autor: Ptr. Adolfo Cataldo
[Monte Santo, Gral. Madariaga (Bs. As.)]

Desde hace cuatro parashot atrás el Eterno me hizo notar que constantemente llama a la Unidad de su pueblo para que Su presencia se manifieste en medio de él.

Cuando no existe unidad se corre el riesgo de la manifestación de HaSatán, el oponente, ya que surgen discordias entre los hermanos, fluye la lashón hará (lengua mala), y todo tipo de actitudes que provocan que la presencia de nuestro Elohim NO se manifieste.

Comencemos considerando en la parashá TERUMÁ lo siguiente:

“También harás cuarenta basas de plata debajo de las veinte tablas: dos basas debajo de una tabla para sus dos espigas, y dos basas debajo de la otra tabla para sus dos espigas.” 
(Éxodo/Shemot 26:19)

 Las tablas representan cada miembro del pueblo de Israel. Acá podemos ver el mensaje de la unidad que debe existir para poder formar un templo santo para el Eterno. Debajo de cada tabla hay dos basas de plata, ellas unían las tablas simbolizando los fundamentos doctrinales de la Instrucción divina uniendo a los miembros de Israel.

En la parashá TETZAVÉ leemos lo siguiente:

«Y mandarás a los hijos de Israel que te traigan aceite puro de olivas machacadas, para el alumbrado, para hacer arder continuamente las lámparas.» (Shemot 27:20)

La expresión hebrea TETZAVÉ (mandarás) comparte la misma raíz que TZEVET (unir). La exhortación divina es que si te esfuerzas en unir a la gente puedes hacer que la Menorah (la Luz) haga brillar la gloria de Yah para el mundo entero.

Unidos podemos hacer que la gloria del Padre se manifieste.

Aceite puro de olivas machacadas”, en esta expresión el Espíritu del SEÑOR me hacía ver que una aceituna individualmente no aporta el aceite suficiente para encender las luces. Individualmente, aporta unas cuantas gotas que se pierden en el recipiente, pero cuando en la unidad, son machacadas dan el aceite necesario para manifestar la luz.

Puedo ver que el Eterno en ese “machacar” nos está llevando a entender que en la humildad que nos demanda para poder presentarnos delante de Él, debemos limar toda aspereza con nuestro hermano y entender que lo necesitamos para poder manifestar la luz divina.

Al estudiar la parashá KI TISÁ leíamos:

“Tomarás de los hijos de Israel la plata de la expiación y lo darás para el servicio de la tienda de reunión, para que sea un recordatorio para los hijos de Israel delante de Yahvéh, como expiación por vuestras vidas.”
(Éxodo/Shemot 30:16 _ LBLA revisada)

Cada medio shekel (ciclos de plata) sumado a otro igual, estaban destinados para las basas del Mishkán, las cuales eran usadas para simbolizar la Unidad del Pueblo del Eterno. Esto me hace ver que cada ciclo de plata, individualmente era inútil para poder ser las basas, era necesario que fueran fundidas, pasadas por fuego para poder cumplir la función de unir las tablas (Shemot 26:19).

Al llegar esta semana a la parashá VAYAKHEL nos encontramos con lo siguiente:

«Hizo además cincuenta broches de oro, y unió las cortinas una a la otra con los broches, de manera que el tabernáculo llegó a ser una unidad... Hizo además cincuenta broches de bronce para unir la tienda, a fin de que fuera un todo
(Semot/Éxodo 36:13, 18) 

Betzaleel y sus hombres unieron las cortinas unas con otras para formar una sola pieza, un ejad.

Como podemos ver el Eterno no se manifiesta con poder si no existe unidad. El Maestro y Dueño de nuestras vidas (Yeshúa) lo dejó bien claro:

«Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»
(Mateo 18:20)

Es más Yeshúa Rabeinu oraba al Padre para que existiera unidad entre sus discípulos:

“Ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, guárdalos en tu nombre, el nombre que me has dado, «para que sean uno, así como nosotros»… Más no ruego solo por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que «todos sean uno». Como tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste les he dado, «para que sean uno, así como nosotros somos uno: «yo en ellos, y tú en mí, para que «sean perfeccionados en unidad», para que el mundo sepa que tú me enviaste, y que los amaste tal como me has amado a mí.”
(Juan 17: 11, 20-23)

Esa unidad se consigue cuando la gloria que el Eterno dio al Mesías es transmitida a nuestras vidas personales. Por eso, cuanto más seamos llenos del Espíritu y carácter del Mesías, más unidad vamos a experimentar.

Debemos comprender y aceptar que el que busca lo suyo propio no podrá experimentar la unidad con sus hermanos. El apóstol Pablo bien lo expresó, en su epístola a los Efesios (4:1- 6) en la que escribió:

Yo, pues, prisionero del Señor, os ruego que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos unos a otros en amor, «esforzándoos por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz». Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también vosotros fuisteis llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos.”

Viendo lo que nuestro Elohim nos muestra a lo largo de la bendita Torah, puedo llegar a la conclusión de que el causal de que no pueda existir unidad en una asamblea es porque las personas son de doble ánimo, o sea que están divididos en ellos mismos. Justamente desde esta idea el apóstol Jacobo nos dice: «… el hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos.» (Sntg. 1: 8 ) En el que también puede leerse el hombre «de alma doble» significando que esta división interior se debe a dos impulsos o tendencias, una mala y la otra buena, que se enfrentan sin cesar, y se oponen a la «sencillez» de corazón, y a la firmeza de actitud que de ellas resulta. Más adelante exhorta a aquellos de doble ánimo, aquellos que están divididos interiormente:

 «Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros. Limpiad vuestras manos, pecadores, y purificad vuestros corazones, hombres vacilantes
(Santiago 4:8) 

Para finalizar, el Señor me llevó al Salmo capítulo 24:

» ¿Quién subirá al monte del SEÑOR? ¿Y quién podrá estar en su lugar santo? El de manos limpias y corazón puro; el que no ha alzado su alma a la falsedad, ni jurado con engaño.» (24:3-4)

 Cuando no existe unidad entre hermanos, cuando las contiendas son más que las manifestaciones de amor, es imposible subir al Monte Santo de Yahveh; podrás orar, manifestar conocimiento de las escrituras, podrás ofrendar , diezmar, pero si no existe unidad tienes “manos sucias y corazón impuro«.

En amor y servicio, ptr. Adolfo Cataldo