Por Lic. Moisés Franco
“No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre echan a perder las cosas y donde los ladrones roban. ¡Háganse tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que puedan corromper, ni ladrones que les roben!, pues donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón”
(Mateo 6:19-21 | NBV)
Para comenzar esta meditación quisiera compartirles una secuencia común.
Llega el momento de presentar la tesis, es tu momento, lo que has esperado por años, lo que te ha costado tanto esfuerzo, noches de desvelo y hasta lágrimas…¡Aprobaste!, te tiran huevos, te celebran, fotos, muchas fotos, festejo, trasnochar…8 am del siguiente día: no sabes qué hacer con tu vida, angustia, estás más perdido que San Martín en la Guerra de las Galaxias.
Este relato se repite una y otra vez con quienes egresan de una carrera terciaria/universitaria, ¿por qué? Porque este sistema nos inculca desde mucho antes que podamos tomar consciencia de ello que nuestro fin, nuestra máxima meta es acumular tesoros en la Tierra y a menudo las carreras son un perfecto lazo para creer esa mentira.
No estoy diciendo que estudiar “sea del diablo”, como lastimosamente se decía en la religión en otras generaciones. Tampoco lo digo desde un prejuicio sino desde la vivencia, ya que tengo (después entenderán por qué destaco este verbo) un título de grado y otro de posgrado y lo he vivido.
Existe una mentalidad propia de la lógica empirista griega que implanta, sin que lo percibamos racionalmente, algunas ideas como las siguientes:
- Necesitas un título para ser alguien
- Tu carrera es el propósito de tu vida
- La carrera que elegiste es la mejor
- Un título te garantiza el éxito, o al menos la supervivencia segura
Si miramos estos paradigmas al reverso diríamos: sin título no soy nadie, no tengo propósito en la vida, me pierdo lo mejor y estoy destinado al fracaso.
¿Crees que exagero? Imaginemos una mesa de café donde hay tres amigos con título y llega un amigo de uno de ellos, el cual no tiene formación superior. Uno se presenta diciendo “soy abogado”, otro “soy docente” y se sabe que el que lo introdujo en la mesa “es” ingeniero. Más allá de que no se lo pregunten, el recién llegado estará posiblemente tentado a pensar “y yo soy…nadie”.
Seguramente muchos dirán, “ya sé que una carrera no me hace más que nadie”, pero por algo este sistema hace que la gente diga “yo soy” al hablar de su profesión u oficio.
La primera carta de Pedro, capítulo 2 versículo 9 dice:
“Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable” (NVI)
Ese es justamente el propósito de todo aquel que haya nacido de nuevo en el verdadero Mesías, en Yeshúa, ejercer un sacerdocio santo que reconcilia y promueva toda la creación (empezando por la humanidad) a fin de unirla al Eterno para que sea plena.
Ese es tu propósito si estás en la Luz admirable: reconciliar al mundo con YHVH.
En ese inmenso y maravilloso propósito necesitaremos de todos nuestros recursos al servicio del Señor, por eso dice Devarim (Deuteronomio) 6:5 nos indica que debemos amarlo con todo lo que somos y tenemos (a eso se refiere con “fuerzas”).
Vuelvo a destacar el verbo tener, porque eso es un oficio o una formación académica, una herramienta, un recurso que tenemos, no que somos, uno de tantos para servir al propósito eterno de nuestro Dios.
¿Es valioso? Sí, por supuesto, porque al estudiar se amplía el conocimiento y se piensan cosas nuevas. Es sumamente importante si y sólo si las herramientas que nos brindó una carrera las disponemos al servicio del amor perfecto; en cambio, si sólo sirven a nuestros fines individualistas, no son nada. Porque de hecho en el mundo venidero sólo quedarán las obras que hayamos realizado aquí, y conforme a ellas será la recompensa que tengamos.
Por eso, como dice el profeta Tony González en base a Devarim 32, “nuestra herencia es la Torah” (1). Porque sólo viviéndola en plenitud gracias a la obra de Yeshúa el Mesías, la Torah encarnada, podremos acumular los “tesoros en los cielos” que nos anunció Él como maestro.
Los bendigo en Su nombre y espero que estas palabras puedan servirte para darle la justa importancia a tu estudio o trabajo, ni el extremo de la dejadez o mediocridad, ni la idolatría del becerro de oro.
En amor Moisés Franco, hijo de YHVH.
Con una licenciatura en Comunicación Social