«¿De qué le sirve al necio poseer dinero? ¿Podrá adquirir sabiduría si le faltan sesos?»
Proverbios 17:16 (NVI)
Surgió en la tele como un mediático que quería algo de fama y prensa. Era el hijo de un importante empresario de golosinas de nuestro país. Así y a fuerza de utilizar su dinero logró un lugar en la televisión, en los programas de chimentos. Puso una obra de teatro donde él era el protagonista y estuvo en las tapas de las revistas y en los programas de televisión durante un tiempo.
Hizo de su vida un reality. Se mostró sin filtros. Mostró detalladamente todos sus autos, sus mansiones, sus viajes, sus novias y novios, su vida extravagante, sus operaciones, su cuerpo musculoso, sus excesos. Y en los últimos meses se lo vio demacrado, con serios problemas óseos (en columna y rodilla), abusando del consumo de morfina para aliviar sus dolores.
Repentinamente murió. Y los programas hicieron un réquiem de su vida, y el comentario que todos hacían era el mismo. Este hombre había tenido un montón de plata, lujos y placeres, pero en el fondo, no había tenido nada. En el repaso de sus notas, siempre quedaba un dejo de tristeza y dolor por no ser amado y reconocido. El mediático pagó caro el precio de una carrera tan pobre para un tipo tan rico. Al final de cuentas, la vida es lo único que el dinero no puede comprar.
Si en sus primeras apariciones públicas en televisión, allá por finales de 2009, Ricardo Fort era señalado como un símbolo de la decadencia cultural, con su extravagancia, el placer desmedido por alardear de sus excesos con obscenidad y sin reparos, alentado por un satánico Marcelo Tinelli que lo necesitaba por cuestiones de rating, su prematura muerte, a los 45 años, simbolizó perfectamente el dramatismo decadente de una pantalla que premia y castiga, descarta, y no perdona el fracaso. Es que así como hay cosas que el dinero no puede comprar, también hay productos que ni siquiera la televisión puede sostener: si un artista sólo se mantiene a fuerza de escandaletes y extravagancias, su duración es limitada a la sorpresa de comienzo, el morbo para sostenerlo mediana y mediáticamente en el tiempo, y nada más.
Hay algo en eso de la mediatez extrema que es como un vicio: cuando el efecto empieza a pasar, es necesario recurrir a dosis más fuertes. Así, la primera noticia necesaria (y obvia) fue primero su supuesta homosexualidad. Luego, por fin llegó la nueva que hablaba de su salida del closet. Desde ese momento el largo listado de exnovias (todas mediáticas ellas) que le despilfarraban la fortuna en los mil y un caprichos se convirtió en un largo listado de romances y parejas masculinas que lo querían o le rompían el corazón o la billetera.
Hacía bastante que ya nadie hablaba de Ricardo Fort, salvo él mismo (su narcisismo no lo perdió hasta el final). Sólo convocado por algún exabrupto, alguna pelea esporádica, sus crecientes problemas de salud, sus internaciones, la (mala) suerte de Fort estaba echada y la moneda había caído otra vez del lado del anonimato y la intrascendencia.
Mientras reflexionaba de este modo viendo los informes de su muerte y los resúmenes de su vida, me acordé del protocolo gubernamental que Salomón resumió en el proverbio que encabeza esta bitácora. Me dio la extraña sensación de que fue escrito luego de la muerte de este farandulero. Mi corazón reflexionó en lo meditado por generaciones: no le sirve de nada al necio poseer dinero, aunque tenga una fortuna; porque no la sabe aprovechar.
¡Por favor, no me malinterpreten! ¡Definitivamente, es necesario el dinero! De eso estoy convencido. Es más, sé que el Eterno Dios quiere que estudiemos y que nos esforcemos para superarnos cada día y así trabajar con el objetivo de mejorar nuestro estándar de vida. Lo que también tengo muy en claro es su constante llamado de atención para que el dinero no sea el centro de nuestra vida. Él nos capacita desde su Instrucción (Torah) para que las riquezas no sean una obsesión cotidiana. Esta bien aclarado: ¡el medio no es un fin en sí mismo, sino que es solamente eso… un medio!
El problema es que los tontos se ciegan con el dinero y pierden el sentido. No hay nada peor que un pobre con dinero, se vuelve pedante. No hay nada peor que un rico con dinero, se vuelve presumido y orgulloso. No hay nada mejor que un redimido con dinero, porque va a colaborar y asistir al Reino de Dios optando preferentemente por los que menos tienen.
Sirve tener dinero, pero con entendimiento y discernimiento espiritual, para saber bien de donde viene y como usarlo. La sabiduría divina para el uso y la actitud espiritual para vivir, no te la da una billetera abultada; sino al guía del Espíritu.