Hay situaciones cotidianas y de poca relevancia que suelen funcionar como disparadores para la reflexión.
A mí me agradan, tal vez porque ponen en evidencia varias cosas, por ejemplo, que no somos seres meramente carnales, sino que desde nuestra naturaleza material y sensible estamos siempre listos para brincar y entrar y funcionar en el medio que nos es más propio y propicio, el espiritual.
«Lo que ha nacido de la carne, carne es;
y lo que ha nacido del Espíritu, espíritu es».
(Juan 3:6)
Por otro lado, porque entiendo que toda la realidad es un sistema de códigos que conllevan en forma latente mensajes superiores. Todo está a la vista y, paradójicamente, oculto. Cada cosa es como una moneda, con dos caras; la una exhibe un aspecto y la otra un valor. Normalmente vemos sólo una, la material, externa, sensible; a la otra sólo la intuimos.
Cuando miramos un semáforo no vemos solamente tres luces de color encendiéndose alternadamente. Por la vista captamos las señales lumínicas, pero en ellas y a través de ellas está lo más preciado, que es el mensaje. Entendemos que éste es más importante que la estética de esa organización cromática. Sin embargo, por importante que el mensaje sea está sujeto al esquema visual.
Así observo que Jesús mostraba los semáforos para que se conociera la verdad y el funcionamiento de las leyes espirituales; me refiero a las parábolas.
» …a vosotros os es dado saber
los misterios del reino de los cielos…
les hablo en parábolas porque
viendo no ven y oyendo no oyen
ni entienden
Abriré en parábolas mi boca;
declararé cosas escondidas
desde la fundación del mundo.»
(Mateo 13: 11, 13; 35)
El tema de la codificación de la verdad, invisible y sobrenatural, diseño eterno, es muy amplio y complejo y merece un abordaje más sistemático y extenso. Sin embargo, era necesario este breve comentario para poder compartir mi observación, y, a partir de ella, leer el mensaje oculto.
Últimamente he prestado atención a un hecho trivial y rutinario, que en verano se repite con frecuencia diaria. (Entiendo que Dios tiene una didáctica infinitamente variada para enseñarnos y advertirnos.)
¿Cuál es el hecho en cuestión? Cuando mi esposo y yo nos acostamos, como hace calor, lo hacemos sobre la sábana inferior, muy ligeros de ropa, y no nos cubrimos (¿Quién no, verdad?) A medida que nos vamos relajando y entrando en el sueño nuestra temperatura corporal baja al punto que ambos, simultáneamente, sin habernos puesto de acuerdo, acudimos a extender la sábana superior y cubrir nuestra desnudez. Nos basta esa sola y liviana cobertura para sentirnos cómodos y continuar nuestro descanso.
Varias noches consecutivas ocurrió lo mismo, sin que yo le prestara atención a la coincidencia. Pero un día, al despertar, vi lo que antes no había visto, y esta acción rutinaria cobró sentido. Me llamó la atención nuestra sincronización para buscar la sábana, pero más aún el ver que una cobertura tan liviana nos brindara tanto bienestar. Y he aquí el brinco de la vulgar a lo significativo.
Desde unos años a esta parte oigo hablar de coberturas ministeriales y miro a mi alrededor buscando ejemplos de coberturas y le pregunto a Dios qué es, en qué consiste y cómo debe ser, porque lo que veo en derredor me confunde y no me satisface.
En algunos casos, basta que alguien solicite a otro una extensión de su registro de culto y una bendición para funcionar, y otras, una larga lista de requisitos a cumplir para conceder al otro esa tan anhelada cobertura. Pero…¿Qué es?
¿Una cuestión legal? ¿Una formalidad? ¿Un convencionalismo social o eclesiástico? ¿Una credencial para ser reconocido como “un alguien” y no como un NN?
Creo que haberle hecho la pregunta al que Todolosabe me hizo observar el asunto de la sábana de mi lecho conyugal.
Descubrí que no la busca uno u otro, sino que ambos, los dos que integramos esta unidad de amor llamada matrimonio, pareja de pacto, nos movemos en el mismo sentido.
Descubrí que la cobertura nos alcanza a ambos y cubre toda nuestra desnudez, modo que si algún intruso se atreve a invadir nuestra zona privada, sólo verá nuestras cabezas.
Descubrí que esa cobertura es tan liviana que nos permite mover en libertad, como el cuerpo lo desee o necesite. Nos cubre, no nos aplasta. No es una carga pesada, sino ligera.
Descubrí que nos protege de lo que nos pudiera afectar desde afuera, como de los mosquitos, y no permite que se nos escape el calor propio, o que el fresco de la madrugada nos incomode o dañe. Esta cobertura es tan agradable que podemos estar en reposo.
Las parábolas, en el sentido más estricto, no son más que comparaciones, es decir “lo que se pone al lado para conocer mejor”. Si debo interpretar esta experiencia como parábola que el Padre me puso para que yo, por fin, viera, debo aplicar las características de cobertura física a la espiritual.
Y así descubro que algo anda mal, pero muy mal. Un registro de Culto no ofrece lo que ofrece mi sábana; tampoco una denominación. Si entendemos que cada congregación es una unidad de amor, igual que un matrimonio, también entendemos que el pacto tiene el mismo carácter. Ningún registro proporciona amor; sólo el reconocimiento de parte del Estado de que un cierto número de personas concuerdan en una práctica de fe, la cual le permite llevar estadísticas que podrán o no incidir en políticas socioculturales.
Por otra parte, las denominaciones, al menos las que yo he podido conocer, se asemejan más a las sectas de fariseos, saduceos, zelotes y herodianos que a una comunidad en la que los ancianos se convierten en mentores de los más jóvenes desplegando paternidad sobre ellos.
Meditando sobre este punto el Espíritu Santo me trajo a memoria la historia del joven profeta que fue instado a desobedecer a Dios por un viejo profeta, hombre de experiencia, lo cual le significó la muerte y fin de su ministerio (1Reyes 13).
Todos los que habiendo leído el Evangelio hemos creído y entregado nuestra vida a Jesucristo hemos aceptado el mensaje completo, sin restricciones, sin “peros” o quejas y nos hemos dispuesto a obedecer en todo, aun en lo que no entendemos. Como María, con la misma fe y disposición hemos dicho con asombro y sin dudar:
«¿Cómo será esto?» (Lucas 1:34)
«He aquí la sierva del Señor,
hágase conmigo conforme a tu palabra.» (Lucas 1:38)
Pero luego, los más viejos, experimentados teólogos, conocedores del oficio, repetidores de cientos y cientos versículos de memoria, expertos “críticos” de las Escrituras, empiezan a contaminar la fe de los nuevos siervos con los “sí, pero”, de modo que la obediencia es a medias, o sea, es servicio en desobediencia.
Y como hay dos formas de tener éxito: una dándole a la gente lo que la gente pide, y otra, dándole lo que la gente necesita, fácilmente se confunde el camino y los bien intencionados terminan siendo engañados y explotados. La primera forma da un resultado rápido, aunque efímero y sin fruto aceptable. La segunda, es dolorosa, ardua y a muy largo plazo, pues sólo los escogidos la pueden oír (ejecutar). (Juan 6:60)
La mayoría de las veces ocurre esto: la tradición de las denominaciones, defendida por los “viejos profetas”, invalidan la Palabra de Dios (Marco 7:13) y los jóvenes pierden su camino, pues ingenuamente aceptan su cobertura, comen su pan y beben su agua y toman otro rumbo, ya no es el que Dios les mostró.
Algunos dicen: “No, yo no sirvo a una denominación” y hablan de redes apostólicas y proféticas que no difieren mucho de las denominaciones tradicionales.
La era de la Apostolitis y el Redismo ha constituido comunidades que se dijeron:
«Vamos, edifiquémonos una ciudad
y una torre, cuya cúspide llegue
al cielo; hagámonos un nombre,
“por si” fuéremos esparcidos sobre
la faz de la tierra.»
(Génesis 11:4)
Alcanzar los cinco continentes con redes apostólicas que se extienden no por el poder del Espíritu Santo ni con el nombre de Jesucristo, sino por contrataciones y bajo el nombre de un profeta o apóstol, o ministerio de “tal”, no agrada al Señor y no da cumplimiento a las :últimas palabras de Jesús antes de ser ascendido:
“recibiréis poder cuando haya venido
sobre vosotros el Espíritu Santo y me seréis
testigos en Jerusalén, en toda Judea, en
Samaria, y hasta lo último de la tierra”
(Hechos 1:8)
No es suficiente predicar el Evangelio; eso lo hacen todas las religiones cristianas, y algo similar, las ideologías y filosofías de toda estirpe. Es preciso ser testigos con poder y eso sólo es posible creyendo y obedeciendo sin restricciones al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.
¡¿Cuántos ministerios son testigos de otros nombres, y no de Cristo?! ¡Cuántos sienten su respaldo en el poder del marketing que da pertenecer a determinada red! ¡Cuántas contrataciones! El Señor ha prometido vaciar esas mansiones.
«A causa de la multitud de sus contrataciones
fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que
Yo te echaré del monte de Dios, y te arrojaré
de entre las piedras de fuego, oh querubín protector.»
(Ezequiel 27:16)
Parece que hoy en día es poco o insuficiente decir “Soy la Iglesia de Cristo”. Da más prestigio decir que “ese ministerio” o “esa red” me dan cobertura, que confiar que el poder del Altísimo cubrirá. (Salmo 91:1; Lucas 1:35).
No hay nombre de persona, ministerio, asociación, red o denominación que pueda cubrir nuestra desnudez. Sólo la gloria de Dios sobre una Iglesia que se reconoce esposa de Cristo y deja ver que la cabeza es Cristo es verdadera cobertura. Los demás son pequeñas coberturas. (Efesios 5:23).
De ningún modo quiero decir que no sean necesarias las coberturas. No. Todas las noches acudíamos a ella en el lecho. Pero no nos equivoquemos; si no hay paternidad no hay buena cobertura y una buena paternidad enseña a confiar en Dios Abba y a creerle siempre y todo lo que Él dice.
M.A. Laura Arco