Todo el mundo sabe algo de Galileo, Newton o Einstein, por citar tres nombres especialmente ilustres de la física. Pero pocos han oído hablar de Georges Lemaître, el padre de las teorías actuales sobre el origen del universo.
Todo el mundo también sabe que la teoría del Big Bang, la Gran Explosión que habría originado nuestro mundo, pertenece a la cultura general de nuestra época. Muchos de los seres humanos ateos y agnósticos la estudian, usan y sostienen a la hora de demostrar que Dios no existe. Sin embargo, muy pocos saben que originalmente esta teoría fue formulada por Georges Lemaître, físico y sacerdote católico de origen belga.
Él formuló la primera teoría cosmológica según la cual el universo primitivo y denso, entró en expansión inmediatamente después de una explosión. En 1922 redacta una memoria que se presenta como una síntesis personal de la relatividad estrecha y general, titulada La física de Einstein. Estudiando, de hecho, las ecuaciones del padre de la teoría de la relatividad, observó que el Universo que surgía no podía ser estático, sino dinámico, de lo contrario toda la masa habría acabado por colapsar sobre sí misma. En 1927, durante el periodo de su cátedra en Lovaina, publica su artículo más importante, que impresionó mucho a Albert Einstein, aunque en los primeros años, rechazará la teoría del Padre Lemaître.
El sacerdote llegó a sostener que en el origen, el universo debía estar concentrado en un “átomo primordial” extremadamente caliente y terriblemente condensado, que en seguida explotó y comenzó a expandirse creando galaxias y después estrellas. La teoría de Lemaître fue en seguida llamada, irónicamente, teoría del Big Bang en 1950 por el astrónomo británico Fred Hoyle, el cual estaba a favor del modelo estacionario, según el cual el Universo es siempre idéntico a sí mismo. A día de hoy, la comunidad científica es concorde en considerar que el Big Bang sucedió hace alrededor de 13.700 millones de años.
Albert Einstein quedó tan fascinado por cuando escuchó esta exposición y se atrevió incluso a decir que, “quien no sea capaz, ante la inmensidad y el esplendor del universo, de experimentar en lo más profundo de su alma un sentimiento de admiración hacia el Ser Superior, autor de todo esto, no es digno de ser llamado Ser Humano”.
Desde el momento en el que el padre Lemaître hizo públicas sus teorías, en 1927, algunos astrofísicos guiados por Fred Hoyle, comenzaron a criticar esta teoría y a acusar al sacerdote católico de “concordismo”, es decir, de pretender mezclar la aproximación científica con el fin de sostener las enseñanzas de la Biblia. El simple hecho de ver a un sacerdote católico metiéndose en cuestiones científicas parecía sugerir una intromisión de los eclesiásticos en un terreno ajeno a la fe. Y si ese sacerdote proponía, además, que el universo tenía un origen histórico, la presunta intromisión parecía confirmarse: se trataría de un sacerdote que quería meter en la ciencia la creación divina. Pero los trabajos científicos de Lemaître eran tan serios, que finalmente todos los científicos, Einstein incluido, lo reconocieron y le otorgaron todo tipo de honores.
Este sacerdote supo unir su fe en Dios con el convencimiento de que se demostraba científicamente que hubo un inicio, una creación de todo lo existente en un momento determinado, en el que una fuerza superior a la naturaleza hizo posible el Bin Bang y la expansión del cosmos.
En conclusión, el modelo cosmológico según el cual la creación del Universo habría tenido origen con el “Big Bang” no contradice la visión de la fe y las enseñanzas de las Sagradas Escrituras. La teoría del Big Bang es con todo una teoría física y no una doctrina, sin embargo nos da evidencia de nuestra sana doctrina.