«¡Los habitantes de Tucumán no pueden llamarse al reposo!«, me
dijo la Voz del Espíritu Santo vibrando en mi mente, mientras oraba esta mañana por esa provincia bendita. Y es que después de la
tragedia social que explotó entre lunes y martes en esa tierra, es
urgente que los espíritus de los redimidos que allí habitan se eleven al
Señor Jesucristo e intercedan para que ocurran los cambios fundamentales que
ese pueblo necesita para ser verdaderamente libre de otras circunstancias
semejantes. Todos aquellos que son hijos del Eterno y caminan por ese suelo deberán volcar sus corazones delante del Trono realizando una perfecta autocrítica a la Luz de la vocación a la que han sido llamados.
dijo la Voz del Espíritu Santo vibrando en mi mente, mientras oraba esta mañana por esa provincia bendita. Y es que después de la
tragedia social que explotó entre lunes y martes en esa tierra, es
urgente que los espíritus de los redimidos que allí habitan se eleven al
Señor Jesucristo e intercedan para que ocurran los cambios fundamentales que
ese pueblo necesita para ser verdaderamente libre de otras circunstancias
semejantes. Todos aquellos que son hijos del Eterno y caminan por ese suelo deberán volcar sus corazones delante del Trono realizando una perfecta autocrítica a la Luz de la vocación a la que han sido llamados.
Todo los que me conocen saben cuánto amo a Tucumán. Fue en esta región celestial dónde el Espíritu Santo me ordenó como profeta a las naciones. Por ello, me sabrán entender y discernirán el sentido profético de esta nota.
Mi alma se contristó en gran manera cuando a través de las informaciones brindadas por los
medios nacionales, veía a esta tierra sucumbir ante el caos, la anomia, la delincuencia y la
desesperación. Pero más tristeza me causaba el discernimiento de que todo eso
era producto de algo peor: la impericia del Gobierno y la criminal desaprensión
de un grupo de policías sediciosos que dejó sin protección a cientos de miles
de tucumanos.
medios nacionales, veía a esta tierra sucumbir ante el caos, la anomia, la delincuencia y la
desesperación. Pero más tristeza me causaba el discernimiento de que todo eso
era producto de algo peor: la impericia del Gobierno y la criminal desaprensión
de un grupo de policías sediciosos que dejó sin protección a cientos de miles
de tucumanos.
Mis ojos se abrieron espiritualmente y logré ver la profunda
grieta que se abría entre la gente del pueblo y los que deben hacer cumplir las
leyes. Fui llevado a discernir el pulso del ciudadano de Tucumán marcado por los tiros, las armas, la bronca, el miedo y la desazón. Así vi como la potestad de tinieblas de la violencia ha dominado los espíritus humanos que transitan por ese territorio. Por eso se armaron, se encerraron y pusieron barricadas. Al mejo estilo cainita se defendían de sus hermanos hasta la muerte. Las escenas del caos, descritas en Génesis 1:2 sobraban ante la percepción espiritual de lo que se veía; el control producto de la templanza escaseaba.
grieta que se abría entre la gente del pueblo y los que deben hacer cumplir las
leyes. Fui llevado a discernir el pulso del ciudadano de Tucumán marcado por los tiros, las armas, la bronca, el miedo y la desazón. Así vi como la potestad de tinieblas de la violencia ha dominado los espíritus humanos que transitan por ese territorio. Por eso se armaron, se encerraron y pusieron barricadas. Al mejo estilo cainita se defendían de sus hermanos hasta la muerte. Las escenas del caos, descritas en Génesis 1:2 sobraban ante la percepción espiritual de lo que se veía; el control producto de la templanza escaseaba.
El filósofo Hobbes, en su póstuma obra “el Leviatán”, dice que cada ser humano está en continua guerra con los demás, y esta
situación es la que vive el hombre en su estado natural. Es de esta obra de
dónde ha surgido su famosa frase: “Homo homini lupus” (“El hombre es un lobo
para el hombre”) y la ciudad de San Miguel de Tucumán se convirtió en ejemplo
vivo de esta tesis cuando quedó sitiada y el estado benefactor devino en un
estado destructor y desertor. El abandono por parte del Estado a una de sus
funciones esenciales (dar protección ofreciendo cobertura de seguridad y promover la
paz) abrió paso a una dinámica social compleja y extraña en la que ondearon
dramáticamente la confusión de principios, valores, legalidades y méritos. Aquel pueblo maravilloso esperaba que lo protegieran y, sin embargo, terminó saqueado. La contratación luciferina que se pretendía de las tinieblas quedó bien cerrada y sellada: la Policía de la provincia se llevó la plata y el vecino de la ciudad se quedó con el miedo usurpando su interior.
situación es la que vive el hombre en su estado natural. Es de esta obra de
dónde ha surgido su famosa frase: “Homo homini lupus” (“El hombre es un lobo
para el hombre”) y la ciudad de San Miguel de Tucumán se convirtió en ejemplo
vivo de esta tesis cuando quedó sitiada y el estado benefactor devino en un
estado destructor y desertor. El abandono por parte del Estado a una de sus
funciones esenciales (dar protección ofreciendo cobertura de seguridad y promover la
paz) abrió paso a una dinámica social compleja y extraña en la que ondearon
dramáticamente la confusión de principios, valores, legalidades y méritos. Aquel pueblo maravilloso esperaba que lo protegieran y, sin embargo, terminó saqueado. La contratación luciferina que se pretendía de las tinieblas quedó bien cerrada y sellada: la Policía de la provincia se llevó la plata y el vecino de la ciudad se quedó con el miedo usurpando su interior.
Las versiones mal intencionadas lograban ponerse sobre toda
evidencia, hasta pisarlas, y así engendraron en los ciudadanos tucumanos el pánico,
contraposición satánica del perfecto amor. A causa de esto he mirado en el
espíritu cómo este diabólico efecto no se ha retirado aún del cuerpo y del
ánimo de los habitantes de esta tierra, en gran medida porque han sentido en
carne propia -en sus negocios o viviendas, en el barrio y entre sus familias-
los graves riesgos que generó el abandono del servicio público policial y el
oportunismo temerario y dramático de grupos vandálicos que han venido
“normalizando” sus prácticas delincuenciales desde hace muchos años. En el barrio un vecino desvalijó a otro. Y eso no se cura fácilmente.
evidencia, hasta pisarlas, y así engendraron en los ciudadanos tucumanos el pánico,
contraposición satánica del perfecto amor. A causa de esto he mirado en el
espíritu cómo este diabólico efecto no se ha retirado aún del cuerpo y del
ánimo de los habitantes de esta tierra, en gran medida porque han sentido en
carne propia -en sus negocios o viviendas, en el barrio y entre sus familias-
los graves riesgos que generó el abandono del servicio público policial y el
oportunismo temerario y dramático de grupos vandálicos que han venido
“normalizando” sus prácticas delincuenciales desde hace muchos años. En el barrio un vecino desvalijó a otro. Y eso no se cura fácilmente.
He visto un cuadro de desolación, hartazgo y desamparo sumiendo a gran parte de la población a raíz de este trance injusto, irrazonable y fuera de toda lógica y sensatez. El daño ha sido mucho más gravoso de lo que se vio, y de aquello que hoy se cuenta. A los muertos y a los perjuicios materiales hay que sumarles la desesperanza, el anti-valor más poderoso que Satanás tiene para destruir un proyecto de vida y fe. La desesperanza el arma específica con la que las tinieblas destruyen mentalmente la noción de futuro.
Hoy, el gobierno y los medios pretenden dar la sensación de que alguien ganó, pero la verdad es que todos los tucumanos perdieron. Aunque el acuerdo anunciado implique la superación del trance, las secuelas y efectos de estos días dolorosos deben ser evaluados seriamente para sacar las conclusiones que permitan evitar otros dilemas, otras crisis.
Siendo argentino he descubierto que nadie quiere hacerse cargo cuando se arrebata el asado y entiendo que desde este detalle de la cotidianidad se puede también sacar una enseñanza para lo trascendental ya que es muy difícil conseguir que alguien asuma su responsabilidad en estos órdenes. Por eso llamo a todo protagonista de injerencia social a practicar la autocrítica. Les recuerdo que para que una autocrítica sea posible, sirva y nos permita intentar cambiar el rumbo que la realidad nos está señalando como equivocado y despiadado, hace falta humildad, sinceridad. Dejemos de mentirnos, mirémonos en el espejo de la Palabra de Dios tal y como somos. Es la hora oportuna para que aquellos que hemos sido manifestados como siervos que edifican a los santos, revelemos nuestra misión sin ningún tipo de justificativos que traten de explicar la ineficacia hasta ahora demostrada. Ineficacia que surge por habernos atrincherado dentro del redil con aquellas pocas ovejas de YHVH que escuchan nuestra. Es esta errada acción la que merece ser cambiada. Es urgente que nuestros corazones se vuelvan al llamado de YHVH de hacer una reforma que surja del poder de la proclamación que practicaban las primeras comunidades. Una reforma que no juega a admirar a Lutero, ni a colocarse el título de apóstol sobre el pin que antes decía pastor. Una reforma que revelará al verdadero y perfecto amor obrando en los seres humanos. Una reforma que echará fuera al temor y garantizará un destino al que esa provincia está marcada por el Todopoderoso. Un destino que reflejará el gozo de YHVH en el rostro de aquellos que hoy están siendo amamantados por incontables mujeres tucumanas.
Por esa autocrítica que trae verdadera reforma, hoy brindo diciendo: ¡LeJaim! ¡Por la vida!