Reforma Apostólica

Yeshúa, el “Maldito de Dios”

 

 

“ Si alguno hubiere cometido algún crimen digno de muerte, y lo hiciereis morir, y lo colgareis en un madero, no dejaréis que su cuerpo pase la noche sobre el madero; sin falta lo enterrarás el mismo día, porque maldito por Dios es el colgado; y no contaminarás tu tierra que Yahvéh tu Dios te da por heredad.”

(Devarim/Deuteronomio 21: 22- 23)

Este texto es perfectamente entendible en el contexto histórico de oriente medio de la época de Moshé. En la mentalidad de la antigua Israel existía algo que era peor que ser sentenciado a muerte mediante la lapidación. Peor que ser apedreado, era que después de morir así, el cuerpo fuera colgado y expuesto a la vergüenza y humillación, permitiendo a los animales y aves de carroña devorarlo.

Esta modalidad de castigo no conlleva la idea de ser ejecutado por medio de la estrangulación u horca; sino de montar el cadáver de alguien que fue lapidado sobre un árbol o madero en algún lugar prominente, y así exponer al nombre del ejecutado (y el de su padre y familia), a la deshonra.

Entendamos bien esto, en Israel (a diferencia de otros pueblos) el condenado era colgado en el madero después de que previamente le habían quitado la vida por lapidación siguiendo la sentencia del Beit Din (Casa de Justicia). Para ejemplificar esto, podemos referirnos al libro de Yehoshúa (Josué):

Y después de esto Yehoshúa los hirió y los mató, y los hizo colgar en cinco maderos; y quedaron colgados en los maderos hasta caer la noche. Y cuando el sol se iba a poner, mandó Yehoshúa que los quitasen de los maderos, y los echasen en la cueva donde se habían escondido; y pusieron grandes piedras a la entrada de la cueva, las cuales permanecen hasta hoy.” (Yehoshúa 10:26,27).

Por eso, el castigo de ser colgado del madero, y ser expuesto, era considerado ser tan severo, que solo era reservado para aquellos que se habían sido declarados: “este es un maldito por Dios”.

¿En qué sentido es un maldito de Dios? En el sentido de que El Eterno ha traído malos sucesos, mala fama, mal nombre sobre el condenado por lo horrible de su delito.

En los días de Yeshúa, los romanos habían llevado un paso más allá lo del madero y el escarmiento. Los romanos no colgaban a las personas después de muertos, sino que las clavaban a un madero y las dejaban morir en esa posición, lo cual podía llevar hasta una semana. A este proceso bestial e inhumano le daban el nombre de «Crucifixión». El sufrimiento y el mensaje de escarmiento era aún más crudo y claro, Roma utilizaba mucho esto para reprimir a grupos que buscaban levantarse contra el Imperio en sedición. Miles de galileos fueron crucificados en el siglo primero para dejar claro que aquel que se levantaba contra Roma, pagaría el más alto de los precios. El famoso caso de Espartaco cae en la misma categoría.

La crucifixión era en palabras de Flavio Josefo: «la más miserable de todas las maneras de morir» (Guerras 7.5.4). Cicerón la llamaría «el castigo más cruel y repulsivo de todos«. La crucifixión era la peor de las muertes concebidas incluso entre el mundo pagano, estaba reservada a lo peor de lo peor dentro del imperio romano. Si ser colgado después de muerto era considerado un sinónimo de escarnio y de maldición divina, ¡Cuánto más ser colgado y clavado al madero hasta morir ahí!

El apóstol Pablo, teniendo en cuenta todos estos datos, y haciendo una relectura de Deuteronomio 21:23 da la siguiente exégesis: «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero, para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu.» (Gálatas 3: 13-14). Pablo explica como el Eterno en su gran misericordia nos libró de la condenación de la Torah por nuestra desobediencia. El permitió que el Mesías, aquel de quien se dice en el libro Isaías que nunca «hizo maldad ni hubo engaño en su boca.» (Isaías 53:9), cargara no solamente nuestros pecados, sino la infamia, el vituperio, el juicio y la maldición de los mismos. De este modo, percibimos claramente que, para los discípulos de las primeras comunidades, Yeshúa no solamente murió en nuestro lugar; sino que Él también tomó el lugar del ser humano maldito por Dios, siendo colgado del madero para vergüenza y denigración pública.

Esto fue un motivo común de tropiezo entre el pueblo judío a la hora de aceptar a Yeshúa como Mesías, y aún lo es. «¿El Mesías colgado en un madero? ¿Estás bromeando? La Torah dice que es maldecido por Dios el que es colgado en un madero. ¡Ciertamente el Mesías no debe de ser tan «maldecido» que digamos ya que será el Rey aprobado por Dios!«. Concebir que el Mesías sea un maldecido por Dios, es en el mejor de los casos, problemático desde una cosmovisión judía. Pablo lo sabía muy bien, y por eso escribió: «Pero nosotros predicamos al Mesías crucificado, para los judíos ciertamente motivo de tropiezo, y para los gentiles locura.» (1 Corintios 1:21).

Nosotros, sabemos que el Mesías no cometió ningún delito (1Pedro 2:22; Hebreos 4:15; 2Corintios 5:21). No obstante, El llevó «nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero.» (1Pedro 1:24). Él se hizo pecado en la cruz para que nosotros pudiéramos ser justos delante de Dios (2Corintios 5:21). En la cruz el Mesías llevó la culpa y el castigo por nuestros pecados. Por tanto, Él fue «hecho por nosotros maldición» (Gálatas 3:13). Es en este sentido que Yeshúa HaMashiaj fue MALDITO cuando fue colgado en el madero. No fue por ningún delito Suyo sino porque llevaba NUESTROS delitos y la maldición de Dios que nos corresponde a NOSOTROS cayó sobre Él.

Él recibió esta maldición, la cual nosotros merecíamos, pero Él no, si no que nosotros pudiéramos recibir la bendición de Abraham, la cual Él merecía, pero nosotros no.

Somos redimidos de la maldición de la ley por medio de la obra de Yeshúa en la cruz por nosotros. Ya no tememos que temer de que Yahvéh quiera maldecirnos; sino que Él quiere bendecirnos, no por quien somos nosotros, o por lo que hemos hecho, sino por lo que Yeshúa HaMashiaj ha hecho de nuestra parte.

El Eterno ha dado perdón de pecados, redención, salvación, liberación, santificación por medio del único hombre que nunca pecó, pero que fue entregado por amor de nosotros. El mismo dijo que: » Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.» (Juan 3:14-16).

Todos los seres humanos, judíos y gentiles por igual, podemos encontrar la certeza del perdón eterno de nuestros pecados, y la experiencia de la regeneración al venir al Eterno amparados en el sacrificio de su Ungido. Todos aquellos que un día lo hicimos, sabemos que tenemos vida nueva, y vida en abundancia. La maldición de Yahvéh ha sido quitada por la obediencia incondicional de Yeshúa, Su Mesías. Ahora, el Eterno llama a todas sus criaturas a venir a Él, arrepentidos de corazón para recibir vida eterna.

Si aún no lo has hecho ¿Qué estas esperando? Los brazos del Eterno y de su Ungido están dirigidos hacia todo aquel que se humilla y se arrepiente de sus pecados. Él toca a la puerta y llama, quiere que todos oigamos Su Voz.

¡Cuán Bueno es nuestro Dios y su misericordia por medio de Yeshúa su Mesías!

¿Qué es la Energía Kedushá y Cómo Practicarla?

«Yahvéh dijo a Moisés: Habla a los sacerdotes hijos de Aarón, y diles que no se contaminen por un muerto en sus pueblos. Más por su pariente cercano, por su madre o por su padre, o por su hijo o por su hermano, o por su hermana virgen, a él cercana, la cual no haya tenido marido, por ella se contaminará. No se contaminará como cualquier hombre de su pueblo, haciéndose inmundo.»

(Vayikrá/Levítico 21: 1-4)

Al estar realizando el Conteo del Omer, discernimos más que nunca, en nuestro interior, la fuerza del llamado divino: ser santos.

Pero, ¿en qué consiste la santidad (hebreo kedushá)?

La kedushá (santidad) consiste en ser diferente y mantenerse apartado de todo lo material (desapego). Justamente, entendemos que el Eterno es santo en el sentido de ser diferente, y estar apartado de toda cosa creada. Él está fuera de la creación, la trasciende, pero no significa que no pueda dirigir y manifestarse dentro y por medio de lo creado (se hace inmanente). Su santidad es lo más destacado en cuanto a su relación con las cosas que Él ha creado. Él no es creado, es apartado, separado de lo creado, es diferente, es santo.

De la misma manera como el Eterno es santo en cuanto a lo creado, él desea que su hijo primogénito, el pueblo de Israel, también sea santo en cuanto a la relación con lo creado. Por eso  aprendemos en este capítulo que los hijos de Israel tienen que abstenerse de comer y tocar los cadáveres de ciertos animales que producen impureza ritual. De esa manera se vuelven santos en dos aspectos, se separan de los animales que producen impureza ritual y se separan de las costumbres de las demás naciones. Así su conducta se vuelve santa, diferente, separada. Totalmente apartado para vibrar en las esferas celestes.

Hay muchas más áreas de la vida humana que el Eterno ha establecido como medios para la santificación del hombre. Todas sus leyes fueron dadas para santificar a su pueblo. Los mandamientos santifican, nos hacen separados de la conducta pecaminosa y nos acercan al Eterno.

Considerado así, nos damos cuenta que la santidad no es por si sola servicio, ritual, perfección moral, voluntarismo, escapismo del mundo a un vivir espiritual o devoción extrema. La Santidad está determinada por el nivel de obediencia a las leyes y preceptos del Eterno.

Santificaos, pues, y sed santos, porque yo soy el YHWH vuestro Elohim. Guardad mis estatutos y cumplidlos. Yo soy el YHWH que os santifico“.

(Levítico 20:7-8)

Entonces si cumplimos sus estatutos (contenidos entre Éxodo 12 y Deuteronomio 39) YHVH nos santifica a nosotros.

Esto, en el Nuevo Pacto, lo podemos ratificar al leer la primera epístola del apóstol Pedro:

” Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais en vuestra ignorancia, sino que así como aquel que os llamó es santo, así también sed vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: SED SANTOS, PORQUE YO SOY SANTO…. Puesto que en obediencia a la verdad (la Torah de YHWH) habéis purificado vuestras almas para un amor sincero de hermanos, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro.”

(1 Pedro 1:14-16 y 22)

La santificación por medio de la obediencia a los mandamientos no sólo produce un acercamiento al Eterno sino también crea en el pueblo santo un reflejo del Santo en este mundo. Con otras palabras, cuanto más fieles seamos a la hora de cumplir los mandamientos, más cerca del Eterno vamos a estar, y más vamos a reflejar su santidad en este mundo. Por eso, cuando oramos “santificado sea tu nombre” estamos expresando nuestro deseo de cumplir el fin de los mandamientos, que el Eterno sea santificado en este mundo por medio de nosotros. Cuando nosotros somos santos en toda nuestra manera de vivir, el Nombre de Yahvéh es santificado en este mundo.

“Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais en vuestra ignorancia, sino que así como aquel que os llamó es santo, así también sed vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: SED SANTOS, PORQUE YO SOY SANTO.” (1 Pedro 1:14-16)

¿Dónde puedo practicar la Santidad (kedushá)?

En el hogar,
En el trabajo,
En el descanso,
En la escuela.
en medio de una multitud, … solo, …

en donde quiera que estés,… y en donde quieras que vayas.
¡TÚ PUEDES SER SANTO EN TODAS PARTES!

«Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios»

(1 Corintios 10: 31)

Bitácoras Relacionadas:

Ser un Imitador del Mesías

Autor: Moisés Franco

En el mes lunar de Adar, el número doce del calendario hebreo, el Eterno Dios nos da consignas clave: alegrarnos por la belleza que surge de nuestro interior en propósito y en esa alegría y por medio de ella ser imitadores del Mesías.

Es decir, ser personas que representen a YAHVÉH, el Verdadero Dios, aquí en la tierra y que trabajen junto a Él para hacer volver al mundo a su diseño original. Como lo declaró en el Sinaí, ser un reino de sacerdotes, una nación santa. Es decir, gente apartada del pecado para un fin especial (eso es ser santo) que se deja capacitar por Su instrucción para reinar, traer orden a la Tierra.

Esto mismo es lo que hizo Jesús (Yeshúa en su forma original), porque fue el Cristo, que en hebreo se dice “Mashiaj” (español Mesías) y significa “ungido”. Esto significa “ser capacitado” para transformar la realidad conforme al propósito y voluntad del Dios de Amor.

Según Efesios 4:11-16 toda persona que conforma la Iglesia de Cristo está llamada a ser parte de un cuerpo que es en todo como su cabeza. Un cuerpo que trabaja en sintonía con las directivas y mentalidad de quien lo domina y que manifiesta su poder en la creación.

La pregunta es ¿cómo llegamos a eso? El Señor a través de Su Espíritu Santo nos da esa respuesta en el mismo pasaje antes citado:

“Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros, a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo.

De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo.

Así ya no seremos niños, zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza y por la astucia y los artificios de quienes emplean artimañas engañosas.

Más bien, al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo.

Por su acción todo el cuerpo crece y se edifica en amor, sostenido y ajustado por todos los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro”.     

(Ef. 4:11-16, versión NVI)

 

La respuesta indica dos fundamentos elementales e interdependientes (es decir, que se necesitan mutuamente):

  • La instrucción del Eterno (torah en hebreo y mal traducida como “ley”) administrada por los cuatro ministerios que Él constituyó (apóstoles, profetas, evangelistas y pastores maestros). Cabe destacar que las Sagradas Escrituran hablan de que fueron constituidos cuatro tipos de hombres “dones” con el objetivo de “capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo”. Es decir que se necesitan esos cuatro tipos de seres humanos entregados como regalo a la iglesia para poder edificar el cuerpo mesiánico que el Eterno quiere, cuatro y no menos, como muchos afirman al negar por ejemplo la existencia de apóstoles y profetas en los tiempos actuales (que dicho sea de paso carecen de fundamentos bíblicos para sostener este error).
  • El Amor perfecto, que es Dios mismo según la primera carta de Juan 4:8.

Entonces instrucción eterna administrada por los cuatro ministerios y sumergida en YAHVÉH (el Amor perfecto) conforman una humanidad que es “en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo.”

Si estamos de acuerdo en que esos dos elementos son necesarios para el cumplimiento del propósito eterno, cabe advertir sobre aquello que busca que eso se cumpla.

Obviamente que muchos dirán “las tinieblas” o “satanás”, y es válido pero hasta cierto punto. Si el Señor es dueño de todo e omnipotente, nada puede impedir el cumplimiento de su voluntad, el adversario no puede “oponerse a Él”, sino que se opone a los seres humanos haciendo que éstos sean quienes se rebelen contra el diseño original.

¿Cómo lo hace? Activando nuestra falsa imagen, el ego, o en lenguaje escritural la “carne” en nosotros. Para activar esto en nosotros el enemigo usa una estrategia descripta en el mismo capítulo de Efesios: los “pensamientos frívolos”, éstos son todos aquellos que no están relacionados con “las cosas de arriba” (Mt. 16:23) y que se describen en 1 Juan 2:16:

«Esto es lo malo del mundo: desear cosas sólo por complacer nuestras malas pasiones; dejarnos atraer por lo malo que vemos y sentirnos orgullosos de las cosas que tenemos. Pero nada de eso viene del Padre, sino del mundo.»  (versión PDT)

 

Por eso, para concluir, debemos ser imitadores de Cristo Jesús como las mismas Sagradas Escrituras nos exhortan en Efesios 5:1-2, de esa manera seremos en todo semejantes a Él. Para eso debemos dejarnos capacitar (ser ungidos, es decir mesías) a fin de tener la misma mente de Él: amor en servicio, descripta en   Filipenses 2:5-8:

“Piensen y actúen como Cristo Jesús. Esa es la misma manera de pensar que les estoy pidiendo que tengan. Cristo era como Dios en todo sentido, pero no se aprovechó de ser igual a Dios. Al contrario, él se quitó ese honor, aceptó hacerse un siervo y nacer como un ser humano. Al vivir como hombre, se humilló a sí mismo y fue obediente hasta el extremo de morir en la cruz” (versión PDT).

El Velo y la Cobertura Profética de la Mujer

«Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo.
Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta su cabeza.
Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta su cabeza; porque lo mismo es que si se hubiese rapado.
Porque si la mujer no se cubre, que se corte también el cabello; y si le es vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra»
…Por el contrario, a la mujer dejarse crecer el cabello le es honroso; porque en lugar de velo le es dado el cabello.
Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios.

(1 Corintios 11:3-6; 15)

En el sistema de la Gracia divina todos somos iguales.

En el sistema de Gobierno sí existe jerarquía de potestad.

La Gracia jamás puede desplazar al Reino del que proviene. Por el contrario, la Gracia permite que el Gobierno del Eterno se manifieste sobre la Tierra igual como se hace en los Cielos.

Por eso, es importante acercarnos a las Escrituras del Nuevo Pacto con una visión de águila que nos permita entender que todo lo que está en los libros de la Antigua Alianza apunta a que el Hijo del Eterno se manifestara como la revelación última de todo el diseño redentor de nuestro Abba kadosh.

Este video es la Segunda Parte del que encabeza esta bitácora: 

La mitosis celular y la multiplicación de discípulos

La imagen que preside esta bitácora es maravillosa. Se trata de la mitosis vista bajo un microscopio de fluorescencia. Se aprecia en la foto el tiempo real de este proceso multiplicador celular y lo admirable de su dinámica.

Todos los organismos vivos utilizan la división celular, bien como mecanismo de reproducción o de crecimiento. Los seres unicelulares la utilizan la división celular para la reproducción y perpetuación de la especie, una célula se divide en dos células hijas genéticamente idénticas entre sí e idénticas a la original, manteniendo el número cromosómico y la identidad genética de la especie.

En organismos pluricelulares se convierte en un proceso cíclico destinado a la producción de múltiples células, todas idénticas entre sí, pero que posteriormente pueden derivar en una especialización y diferenciación dentro del individuo.

La célula es la unidad morfológica y fisiológica de los seres vivos, constituida por núcleo, centrosoma, citoplasma y cromosomas, y cada uno de estos elementos interviene en el proceso de multiplicación celular. En este proceso, el centrosoma se divide y los cromosomas aumentan buscando una nueva posición, la cual se da cuando el núcleo se rompe. Los núcleos son luego formados nuevamente con sus respectivos cromosomas. De esta manera, cada célula vive su etapa de multiplicación y el crecimiento es constante.

Ahora bien, este evento celular de todos los organismos vivos tiene mucho para enseñarnos acerca del organismo mesiánico que Yeshúa ha establecido aquí en la Tierra: la Iglesia, Su Cuerpo. Trasladando el concepto biológico al trabajo multiplicador de la Iglesia, desde el punto de vista espiritual, notamos grandes similitudes que orientan la base de crecimiento de la misma. El grupo pequeños de discípulos (la célula espiritual) constituye la más pequeña unidad de vida de la iglesia, es una asamblea de sabios en miniatura, la cual recibe alimento a partir de la Instrucción del Eterno (La Torah), crece y se multiplica.

Por demasiado tiempo, la religión latinoamericana ha sido dominada por la forma del cristianismo romano de la edad media. Éste ha determinado las pautas dominadas por las instituciones y el liderazgo jerárquico de los nicolaítas. Sin embargo, entendemos desde el testimonio escritural que la Iglesia del primer siglo creció muy rápidamente enfrentando dificultades aparentemente insuperables. Como una disciplina espiritual perseguida, no les era permitido reunirse públicamente. Sin embargo, todavía, esto no redujo la vida vital del Espíritu del Eterno obrando a través de las reuniones de los grupos de discipulado que misionaban en las casas. El libro de Hechos de los apóstoles nos instruye que las comunidades primigenias se reunían en pequeños grupos que desde las casas trastornaban y transformaban las ciudades.

Esta estructura estratégica de crecimiento, demuestra que en la mentalidad del liderazgo de aquellas comunidades estaba la conciencia de organismo vivo. Por ello, el formato celular de multiplicación se ve primero en la Iglesia de Jerusalén después de Pentecostés. El autor del libro de Hechos 2:46 declara: “Perseveraban unánimes cada día en el Templo, y partiendo el pan en las casas comían juntos con alegría y sencillez de corazón …” El concepto de las reuniones en los hogares y públicas es sustanciado por Pablo cuando dice en Hechos 20: 20: “Y cómo nada que fuera útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas.”. Al leer los libros del Nuevo Pacto sabemos que todas las menciones que se hace en ellos de una iglesia local o reunión, ya sea para la adoración o la comunión, es en realidad una referencia a un Cuerpo de creyentes conformados por aprendices que se reunían en casas.

«Las iglesias de Asia os saludan. Aquila y Prisca, con la iglesia que está en su casa, os saludan mucho en el Señor. Saludad a los hermanos que están en Laodicea, y a Ninfas y a la iglesia, que está en su casa» (1Corintios 16:19). Como apreciamos en estos saludos que el apóstol Pablo enviaba en las cartas a los corintios y a los colosenses respectivamente, menciona iglesias en sus casas, aunque lo hace solo en esos casos, en otros menciona solo saludos a la iglesia de tal o cual lugar, lo cual también puede ser indicativo de que en otros lugares tenían un espacio o local apropiado para reunirse.

Esa era la manera de predicar que mantuvieron los discípulos mesiánicos en el primer siglo y fue el método que entendieron que debían seguir, cuando su Maestro al despedirse de ellos tras su resurrección, les recordó: «Vayan y hagan discípulos entre todos los pueblos» (Mateo 28:19). Tanto fue así que fueron rápidamente conocidos por esta obra que las autoridades espirituales de Jerusalén llegaron a decir que habían llenado la ciudad con su enseñanza, pues estaban en todas partes. Se registra en el libro de los Hechos lo siguiente: «Y, tanto en el templo como por las casas, continuaron día tras día enseñando y proclamando que Jesús era el Mesías» (Hechos 5:42) Por eso se dice que en sus inicios, el movimiento del Camino, era sumamente proselitista y transformador, iban de casa en casa, de dos en dos, predicando a la gente y buscando discípulos para el Reino del Eterno.

Esta estructura de conciencia celular es la que debe renacer en las mentes de aquellos que pretenden traer gran efectividad a la verdadera reforma apostólico-profética que el Mesías está realizando hoy día.

Casi todo grupo evangélico moderno normalmente empezó en un humilde hogar, donde el grupo en cuestión se reunía, estudiaba y entonces se van extendiendo por el boca a boca. Las diferentes ramas de los husitas, los amositas, o los Hermanos moravos, mantuvieron por años la costumbre de reunirse en pequeños grupos, sin edificar templos. Así John Wesley y Withelfield animaron a sus seguidores a reunirse en casas particulares, a los que llamó “Círculos Santos”, estos pequeños órganos eran posteriormente unidos en grupos más grandes a medida que se hacían templos. Algunas comunidades amish, continúan rechazando el uso de iglesias y templos y mantienen la costumbre de reunirse en hogares, o en graneros.

La iglesia institucional tradicional en América Latina que se estableció hace quinientos años ha aumentado la separación entre el clero y los laicos, el espíritu propio del sectarismo nicolaíta que el mismo Mesías aborrece. Los que estaban más arriba realizaban varias ceremonias mientras los laicos quedaban sentados en silencio. Sin embargo, hoy día, en América Latina, se está despertando en la conciencia de los escogidos un nuevo aprecio por el sacerdocio universal de todos los creyentes (Apoc. 1:6; 1 Pedro 2:9;).

América Latina se está apartando de esos grilletes del pasado y está experimentando una vida plena de ministerio que involucra  a todos los redimidos en Su sangre preciosa. La iglesia en América Latina hoy tiene hambre para experimentar el cuerpo de Cristo por medio del uso de los dones que Dios ha concedido a todos los creyentes. La conciencia de multiplicación celular por mitosis proporciona las oportunidades emocionantes para que todos usen sus dones.

En base a las demandas espirituales de nuestro mundo actual, hay una gran necesidad de que el liderazgo que sirve a los santos del Mesías, tome su lugar en la historia.  Son muchas las almas humanas que hoy en día están comprendiendo que todo lo que el mundo puede ofrecerles no es nada comparado con la Gracia del Eterno y la vida sobreabundante que Yeshúa, el Mesías, ofrece para los seres humanos. Sin embargo, hay una batalla que pelear; una carrera que correr y una tierra prometida que conquistar.  Se requiere de esfuerzo humano y la ayuda divina para que las personas puedan venir a los pies de nuestro Amado y Dueño y reciban la justificación que Abba les ha preparado en Él.

Entendemos con absoluta claridad que el propósito eterno de Dios es llegar a tener una familia de muchos hijos semejantes a Yeshúa. Por lo tanto, no se trata solo de salvar gente del infierno, sino más bien de transformar la vida de cada nuevo creyente en un hijo del Eterno. Es decir, capacitar a cada santo para que sea maduro, pleno, conforme a la imagen de Yeshúa (Ver Ef. 1:4-5; Ro. 8:28-29; Ef. 4:11-16). Por lo tanto, todo lo que hacemos o decimos debe alinearse y contribuir con el propósito central del Reino de Dios. No es solo incorporar una metodología más, sino volver a los principios y al modelo de la Iglesia apostólica de los primeros siglos.

La conciencia celular del Cuerpo del Mesías proporciona una estructura flexible y dinámica para el cumplimiento de la Gran Comisión, ya que resulta imposible formar discípulos y conducirlos a madurez sólo utilizando la predicación expositiva típica del púlpito en el auditorio, una vez por semana, en una celebración general.

 

(Nota: Foto Vía: Scientific Illustration for the Research Scientist | somersault18:24)

El Ministerio de la Reconciliación ¿Juicio o Restauración fraternal?

Una de las embestiduras maravillosas que el Mesías nos ha entregado como redimidos es el «ministerio de la reconciliación» (2Corintios 5:18); dentro del ejercicio de este servicio se encuentra la corrección fraterna el acto del amor perfecto derramado en nuestros corazones. Esta acción es una de las muchas formas de mostrar preocupación por la salud espiritual de los demás integrantes del Cuerpo redentor del Mesías. A pesar de ser una práctica que se remonta a los tiempos de las primeras comunidades, ha sido “bastante olvidada” en nuestros días.
Cuando pensamos en actos de amor fraternal, pareciera que nuestros pensamientos de los solamente se concentraran en las “obras corporales de servicio caritativo” que se dirigen a las necesidades físicas de nuestros allegados  como dar de comer al hambriento, dar vestidos o emplear voluntariamente nuestro tiempo para atender a los enfermos, pero guardamos silencio total sobre nuestra responsabilidad espiritual hacia nuestros hermanos y hermanas. Pareciera que la actitud errada de Caín prevaleciera en nuestras almas; ninguno quiere ser «atalaya de su hermano».
Sin embargo, esto no era así en las comunidades de los primeros siglos, aquellas comunidades que
eran maduras en la fe. Ellas, en su diario convivir, se ocupaban no sólo por la
salud física de sus hermanos, sino también, y prioritariamente, por su salud
espiritual y su destino en el Propósito Eterno de Dios.
La corrección fraterna de cara a la salvación eterna era, en aquellas comunidades de fe, la práctica de la advertencia al prójimo por parte de otro con el propósito de que enmiende su conducta pecaminosa o, si es posible, prevenirla. 
Toda la Escritura, especialmente las líneas neotestamentarias, claramente exhorta al Pueblo del Eterno a ejercer la corrección fraterna. En Mateo 18:15-18, nuestro mismo Mesías dice:
 «Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Más si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano. De
cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el
cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo.»
Evidentemente para nuestro Señor, y sus primeros apóstoles, señalar las faltas de nuestros hermanos es un gran servicio, pero sólo si es inspirado por el amor y por el deseo profundo de ayudarlos a caminar más rectamente por los caminos del Propósito del Señor. Desde este protocolo del amor perfecto, será necesario que entendamos que antes de señalar las faltas de los demás, deberemos asegurarnos de que estamos preparado para dejar que los demás nos corrijan.
La reprensión o exhortación mesiánica fraternal nunca encuentra su motivación en un espíritu de acusación o recriminación, pro el contrario siempre deberá moverse por la dinámica del amor y la misericordia, y así brotar de una auténtica preocupación por el bien del otro. De este modo, la corrección fraternal se convierte en una calle de doble dirección, una avenida del verdadero amor, que después de todo es la mejor definición del diálogo. Recordemos que la Escritura nos dice que incluso «el justo cae siete veces» (Proverbios 24, 16), y que «todos somos débiles e imperfectos» (1 Juan 1, 8).
Retomando el espíritu escondido en las letras de Mateo 18:15-18 encontramos que para Yeshúa no sólo existe la corrección activa, sino también la pasiva. Es decir que no sólo existe el deber de corregir, sino también el deber de dejarse corregir. Es justamente aquí donde se ve si uno es suficientemente maduro para corregir a los demás en el poder del amor fraternal. ¡Quien quiere corregir a alguien tiene que estar dispuesto a ser corregido!
En la cultura relativista actual, que domina lamentablemente la mente de la mayoría de creyentes evangélicos, la “corrección mesiánica fraterna” parece siempre un juicio. Si embargo, el tema de fondo y forma, es que estamos llamados a hacer juicios sobre las acciones, aunque sólo el Eterno Dios puede juzgar a las personas con el fin de condenar o justificar. Ante esto, debemos pues admitir y darnos cuenta de que no todas las elecciones son buenas, y la corrección fraterna debería ser una consecuencia de ello.
La Iglesia madura siempre reconoce que hay ciertos juicios que nos están prohibidos. Por ejemplo, no podemos valorar si somos mejores o peores que los demás antes que Dios. Tampoco podemos comprender siempre (y juzgar) la culpabilidad última o las intenciones culpables de otra persona como si fuéramos el Eterno. El verdadero creyente en el Mesías sabe que no todo juicio está prohibido, algunos juicios son obligados. La corrección al pecador es tan caritativa como virtuosa (Santiago 5:20).
Así considerado resulta que la corrección fraterna, con todo, se sostiene sobre ciertos fundamentos, incluyendo, primero, la conciencia de que la verdad existe y de que los actos son a veces objetivamente erróneos; y segundo, la comprensión de que los seres humanos estamos afectados por el pecado, habiendo sido creados para la salvación eterna de Yahvéh en el Mesías.
Sin embargo, y pese a todo esto, en una dictadura del relativismo como la que impera en el sistema de cosas actual, estos principios no son reconocidos. Los habitantes del mundo, sujetos a esa dictadura, prefieren vivir su día a día en coexistencia, sin valorar el ejercicio que exige la convivencia.  Se prefiere la ausencia de opiniones y valores morales ‘rígidos’, y se acepta la falsa imagen de ser alguien «tolerante» y de «mente abierta». Este estilo de persona generalmente profesará alguna variante del relativismo, sosteniendo el oscuro cliché de «esa es tu verdad y esta mi verdad» por lo tanto «tu a lo tuyo y yo a lo mío«, como una filosofía personal certera y conveniente. Muchos en esta línea de pensamiento, entre ellos la mayoría de los evangélicos,  se consideran ejemplares de una iluminada actitud a la que la civilización le ha costado llegar, y si se les intima a ello, admitirán sentirse ligeramente superiores a todas esas pobres almas de las generaciones precedentes forzadas a plegarse bajo obligaciones morales y religiosas. Por esto, la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecuan a la mentalidad relativista común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien revelado por Yahvéh en Su Instrucción (Torah).
Evidentemente para corregir fraternalmente al hermano, debemos reconocer la existencia de la Verdad, y si la rectitud o equivocación de un acto. No obstante, no es una invitación a hacer juicios, o a intentar juzgar al otro como sólo Dios puede hacerlo.
Es necesario entender que la corrección fraterna tal y como la manda nuestro Amado Mesías es “una aplicación espiritual del principio de subsidiariedad» que establecía en Israel que todos los asuntos deberían solucionarse primero al nivel más local posible, y sólo cuando no se pueda solucionar a nivel local es cuando debería llevarse al siguiente nivel de autoridad. La exhortación de Yeshúa proscribe la murmuración o la queja de los demás sobre algo mal hecho. Al contrario, dice el Señor, lleva el problema al hermano que está cometiendo el pecado. Él claramente está mandando que el problema se resuelva primero a un nivel local. Este principio de subsidiariedad va contra nuestro primer instinto cuando nos sentimos heridos, que es quejarnos a alguien. Decirlo a un tercero, y luego a un cuarto, y luego a un quinto a todos los que están alrededor, excepto a la persona a la que estás criticando. Es que lamentablemente para los hombres es más fácil murmurar, desahogarse con alguien, sin buscar estar cara a cara con el ofensor. Pero lamentablemente esto no encauza ni resuelve el problema, y mancha la reputación de esa persona. 
Pero si ese hermano ignora la corrección dada individualmente, entonces deben encontrarse dos o más hermanos, que sirvan de testigos en esta preciada tarea del ministerio de la reconciliación. Sigue estando presente el principio de subsidiariedad: tomar a uno o dos hermanos que ven lo mismo; ir al siguiente nivel de autoridad. Al dar este segundo paso surgen dos consecuencias positivas: el testimonio de uno o dos testigos que da mayor peso a la situación, dado que al menos dos personas están de acuerdo. Esto motiva más al pecador a corregir su camino. Pero además tener que buscar a otros dos o tres constituye un examen de la propia percepción del hermano que corrige. Obliga este último a preguntarse: «ese pecado que veo en mi hermano ¿es sólo un problema mío, de mi propia personalidad  y una forma equivocada de ver las cosas? ¿O los demás están de acuerdo conmigo?«
Si el hermano ignora también a esos dos o tres, el próximo paso que señala el Maestro es llevarlo a la Asamblea (Iglesia). De este modo, el Mesías vuelve a prohibir el murmurar en general. La comunidad de la Iglesia está actuando con amor, y seguramente con el testimonio de tantos, el pecador se verá impelido a corregir sus caminos. De este modo tendrá muy pocos argumentos para persistir en su negativa. Es interesante destacar que aquí Yeshúa no está hablando de una humillación pública sino de un intento de traer con amor a esa persona de vuelta. Es que el amor no hace mal al otro. Por el contrario, lo acoge y lo restaura, restituyéndolo a su peregrinación de fe.

¿Y EL DISCERNIMIENTO?

Por – Chuy Olivares
Así discierne el mundo:

A los engañadores se les llama hábiles.

A los hombres fieles a su esposa y que cuidan a su familia se les llama mandilones.
A la desnudez se le llama arte.
Al robo en la administración pública se le llama bono o compensación.
A la conciencia cauterizada que conduce a la perversidad se le llama madurez y a la desvergüenza, salir del clóset.
A la mujer virgen se le llama anticuada.
Al que se divorcia por cualquier causa y se vuelve a casar se le llama ejercer su derecho a ser feliz.
A la esposa que se dedica a su familia se le llama víctima oprimida.
A la carencia de valores absolutos se le llama criterio abierto.
A un ateo que se burla de Dios se le llama intelectual.
Al aborto se le llama libertad para decidir.
A la grosería se le llama franqueza.
A quien devuelve lo robado se le llama tonto.
Al sexo extramarital con condón se le llama hacerlo con responsabilidad.
Al vestirse con ropa de marca se le llama tener éxito.
Al que tiene éxito económico se le llama hombre de buena familia.
A las mentiras se les llama estrategias de venta.

Cuán penoso es ver que este modo de juzgar las cosas está hoy también en la iglesia:

 Al que quiere vivir en santidad le llaman legalista.

Al que quiere seguir a Jesús fielmente le llaman fanático.

Al que se aparta del mundo le llaman religioso.
Al libertinaje le llaman ser libre de la religiosidad.
Al permiso para pecar le llaman estar bajo la gracia.
Al caerse al suelo y temblar le llaman mover de Dios.
Al llenar estadios le llaman avivamiento.
A la diarrea verbal le llaman palabra profética.
Al deseo de poder le llaman tener una visión grande.
Al robo descarado le llaman pactar con Dios o sembrar en el reino.
A los que denuncian el pecado les llaman fariseos modernos.
A las falsas doctrinas les llaman revelaciones apostólicas.
A los antros disfrazados de iglesia les llaman reunión de jóvenes cristianos.
A lobos rapaces les llaman apóstoles.
A las congregaciones que no instauran el G-12 les llaman grupos sin visión.
A volver el estómago le llaman vómito santo.
A la metafísica le llaman confesión positiva.
Al orgullo le llaman hacer las cosas con excelencia ‘para Dios’.
A las fábulas le llaman atar el espíritu de adulterio, alcoholismo y narcotráfico.
A hacerse rico a costa de los cristianos le llaman concierto ‘para la gloria de Dios’.
A cobrar la entrada a una reunión cristiana le llaman gastos de recuperación.
A cobrar por cantar o predicar le llaman ‘el obrero es digno de su salario’.
A reprender el pecado y las conductas erradas le llaman murmuración.
A la impunidad eclesiástica le llaman ‘no toquéis al ungido de Jehová’.
Al materialismo le llaman prosperidad divina.
Al show milagrero le llaman manifestación del poder de Dios.
A una jauría de lobos rapaces le llaman reunión de apóstoles y profetas.

La predicación del Moralismo contra la Proclamación del Reinado de Dios…, el desafío de la verdadera Iglesia

“que
por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, más por dentro están llenos de
huesos de muertos y de toda inmundicia”. 
(Mateo 23:27)

Escuchando, a través de distintos medios, las predicaciones y/o sermones que se
están dando en distintas plataformas evangélicas del mundo actual, no pude
evitar discernir un denominador común, invadiendo las conciencias como un
peligroso virus reptiliano. En el contexto actual de las congregaciones, uno de
los evangelios falsos más seductores, que domina la enseñanza desde los
púlpitos, es el moralismo.

El moralismo, coloca las
virtudes morales como la base de nuestra aceptación, ya sea delante de los
hombres, delante de mí mismo, o delante de Dios. Surge así el falso paradigma
de “si me porto bien, seré aceptado”.
La estructura básica del moralismo en
los cristianos evangélicos se reduce a esto: la creencia de que el evangelio
del Reino de Yahvéh
 puede ser reducido a simples y sencillas mejoras
en el comportamiento humano. Se enfatiza, domingo a domingo, y desde
distintos púlpitos, un mensaje saturado de contenidos que apuntan
solamente a producir arreglos en la conducta de sus oyentes.
Son demasiados los creyentes que hoy
sucumben a la lógica del moralismo y reducen el evangelio a un
mensaje de valoración de virtudes y mejoras morales de acuerdo al status quo
imperante en cada ciudad, región o nación del mundo. De ese modo millones han
quedado seducidos a creer que en realidad pueden obtener toda la aprobación
divina que necesitan por retoques personales en ciertas áreas de su
comportamiento, sin considerar la revelación de los códigos contenidos en la
Torah (Ley) del Eterno.
La anti-esencia surgida del
moralismo
 es evidente: la
creencia de que el ser humano puede lograr la justicia por sí mismo a través de
un comportamiento adecuado a las convenciones sociales de su contexto vital
.
El peligro es que las congregaciones
cristianas comunican, por medios directos e indirectos, que lo que el Eterno
Dios espera de la humanidad caída es simplemente una mejora moral. Satisfacen
la sed del alma humana con la falsa idea de que un ser humano honrado y
obediente al sistema imperante garantizará la bendición divina sobre el
planeta. De este modo, se subvierte el Evangelio del Reino de los Cielos y se
comunica un falso evangelio a un mundo caído que solamente será transformado
rindiéndose a la soberanía divina a través del señorío del Mesías implantando
la Torah (Instrucción) de Yahvéh en los corazones humanos.
En el moralismo, el buen
comportamiento viene primero y la aceptación después. En el evangelio es al
revés: primero somos aceptados por Dios, únicamente en base a los méritos de
Cristo, y debido a ese hecho ahora podemos y debemos comportarnos de cierta
manera.
A causa de este falso evangelio, los
vecinos, amigos, parientes y conocidos de un evangélico no se sienten atraídos
a acudir arrepentidos ante el Eterno, ya que ellos también son moralistas de
acuerdo a sus creencias y tradiciones. De ese modo, millones de seres humanos permanecen condenados por
creer que el moralismo es el mensaje que el Mesías encomendó a Sus
apóstoles. 
La verdadera Iglesia de Cristo no tiene
más remedio que enseñar la Palabra de Yahvéh, y ella implantada en el ser
humano por la obra mesiánica de Yeshúa, en el poder del Espíritu Santo. Toda
esta obra, absoluta y exclusivamente divina, se verá consignada al cumplimiento
perfecto de Su Pacto Renovado o Nueva Alianza que el Eterno ha hecho con sus
escogidos: colocar su Torah (Instrucción o Ley) en la mente del hombre, a fin
de escribirla diariamente en sus corazones. ¡Este es el verdadero contenido del
mensaje del Evangelio del Reino de Yahvéh!
Somos justificados por la fe solamente,
salvos por gracia solamente, y redimidos de nuestros pecados por la obra
gloriosa del Mesías solamente. El moralismo produce pecadores
que (potencialmente) se comportan mejor. El Evangelio del Reinado Divino
transforma a los pecadores en hijos primogénitos de Dios, adoptados en el
Mesías, a través del Espíritu Santo manifestando, por Gracia, Su Torah en
nuestro interior y en cada área de nuestra vida.
Se necesita nada más y nada menos que la
predicación audaz del verdadero Evangelio. El evangelio completo y
verdaderamente existencial del Reinado de Yahvéh. Esta rápida transición será
suficiente para corregir esa falsa impresión que los seres humanos tienen hoy
del contenido del mensaje de nuestra proclamación y llevar así a los pecadores
a la salvación en Jesús, nuestro Mesías y Señor.
Los dejo reflexionando en esto, rogando
que el Espíritu Santo de Yahvéh nos sostenga, nos ilumine, nos purifique, nos
transforme cada vez más para que nuestra fe se convierta cada día en más
profunda y consciente. Entonces nuestra vida no será el fruto de un moralismo
respetable, sino un verdadero y auténtico intento de rendir un testimonio de
amor al Eterno Dios que nos ha amado antes y desea por encima de toda otra cosa
unirnos a Él por medio de Su Torah encarnada en nosotros, así como fue con
nuestro amado Mesías.

Las Tres Reglas de la Fe (Emunah)

La fe (en hebreo: emunah) es una convicción innata que el Eterno otorga en Su gracia benevolente a sus hijos (Efesios 2: 8; Heb. 11:1). Es una percepción extrasensorial de la verdad que trasciende la razón, más que evadirla. Así, la sabiduría, el entendimiento y el conocimiento pueden mejorar la genuina emunah, pero jamás conformarla.
 

Pero la más grande vitamina que uno puede proveerle a la emunah es simplemente el ejercicio. De hecho, en hebreo, la palabra “artesano” se dice umán (que deriva de la misma raíz que emunah), porque esta persona practicó su artesanía una y otra vez hasta que se volvió para ella algo natural. De la misma manera, la emunah crece y se profundiza a medida que uno se va acostumbrando a ver todos los fenómenos de la vida como manifestaciones de la presencia y la gloria del Creador. Sin embargo, la emunah se fortalece muchísimo más cuando es puesta a prueba y logra pasar esas pruebas y, mucho más, al sacrificar cosas en la vida en aras de tu emunah.

 
La expresión emunah (fe obediente) en verdad debe traducirse como certeza o convicción que produce confianza (hbr. Bitajón).En el concepto hebreo no existe ni la «fe ni el creer«, como se entiende en el occidente greco-romano, sino solo la lealtad, fidelidad, o firmeza en la verdad.
 
 
Desde esta concepción hebrea se entiende que la fe obediente se divide en tres niveles principales que denominamos las “Tres Reglas de la Fe”:
 
 
1) El nivel básico de la fe – Siempre asegura: “Así el Creador quiere”. Se trata de la firme creencia que todo lo que al hombre le sucede proviene del Creador quien ejerce Su perfecta Supervisión sobre cada una de las circunstancias, inclusive en el más pequeño y aparentemente insignificante acontecimiento.
 
 
2) El nivel intermedio de la fe – Siempre confiesa: “Todo es para bien”. Se trata de la firme creencia que la Supervisión del Creador es siempre y sólo dirigida hacia el bien, y de por sí, todo lo que le sucede al hombre y todo lo que le sucederá – “Todo es para bien” tal como lo asegura Romanos 8:28.
 
 
3) El nivel superior de la fe – Siempre consulta: “¿Qué quiere el Creador de mí?”. Se trata de la firme creencia que hay un objetivo específico en cada cosa que el Creador hace, y por lo tanto, el hombre debe buscar cómo conocer y conectarse al Eterno y Todopoderoso Dios en todo lo que le sucede.
 
 
Estos tres niveles son realmente una sola cosa ya que la fe es una totalidad. Simplemente, la fe es la convicción que “No hay nada más fuera de Él” (Deuteronomio 4:35), y todo lo que sucede en el Universo está bajo Su Supervisión Individual. Debido a que la razón principal del Creador al crear el universo es otorgar Su Bondad a todas Sus criaturas, todo lo que Él hace es para bien. El Creador no hace nada arbitrariamente, cada una de Sus obras tiene una específica razón fundamental y un objetivo: enseñar a las criaturas a conocerlo y conectarse a Él por medio de un ser humanos redimido y mesiánico.

https://youtu.be/OCpFFVJTItY

Alejandro atrapado por la duda en un Centro Comercial de Dubai

Encontré en el muro de facebook de un conocido apóstol guatemalteco el mensaje que a continuación transcribo:

«Conté miles de personas en aquel centro comercial, es el más grande del mundo.
Algunas mujeres completamente vestidas de negro, sólo sus ojos dejan al descubierto.
Los hombres en cambio con túnicas largas y turbantes rojos y blancos sobre sus cabezas, todos con barbas finamente rasuradas.
Eran la 6 de la tarde y sonó en toda la ciudad una oración cantada.
Mucha gente del lugar se dirigió a «las salas de oración» ubicadas dentro del mismo comercial. ¡Imagínate!

Alejandro y su turbante musulmán

Son cuartos grandes en donde no podés entrar con tus zapatos puestos.
Totalmente alfombrados y toda la gente ora en una misma dirección.
Me impactó mucho que un niño entró de la mano con su papá, suspendieron sus compras y juntos rezaban de la misma forma. 

En éste país oran tres veces diarias colectivamente, sin falta.
Siendo honesto, cuando todos rezan se siente algo en el ambiente y cambia la atmósfera, completamente.
Son millones diciendo la misma cosa…
¿Será por ésto una de las naciones más ricas del mundo?

¿Estás orando?

¡Te mando un abrazo desde Burj Kalifha en Dubai!»

Estas líneas, surgidas del pensamiento de uno que se aduce reformador, condujeron a que mi entendimiento titilara tal cual lo hace con su luz
amarilla el semáforo que señala peligro en el cruce de dos caminos. ¡Y el
llamado de atención al peligro resultó ser así! Aquellas palabras del tal Alejandro G.
marcaron con la duda a muchos de sus seguidores, amigos y socios del club de fans que por todas partes lo sigue. Y así, el camino de la Verdad fue atravesado por un camino
falaz que puso en peligro la fe heredada de nuestros padres.
La idea expresada en dicho
mensaje causó, desde la duda,  la típica pregunta que surge dese esta errada forma de pensar: 
¿Es la oración de los
musulmanes tan eficaz como la que hacen los escogidos al Eterno Dios en el
Nombre bendito del mesías Jesús?

Cuestionamiento que inmediatamente hace aparecer el interrogante: ¿Es Alá (nombre que dan los musulmanes
a su único dios) aplicable y/o equivalente de YHVH (nombre del Eterno Dios
revelado a Moisés)?
Y ante toda esta situación, no pude evitar el fuego de su
llamado. Confieso que traté de sufrirlo, intentando nada comentar ni decir al
respecto, pero no pude (Jer. 27:7-11). Su fuego fue más fuerte que mi voluntad,
y aquí me tienen, siendo enviado a Uds. desde esta bitácora, a fin de que no se
dejen confundir por expresiones de hombres que, por amar más las riquezas, se
han extraviado en las frivolidades de sus pensamientos. 
Por eso, me parece muy conveniente empezar contando que,
antes que Mahoma unificara a las tribus árabes por medio de la religión
islámica, existía entre ellas distintos tipos de creencias y cultos a
divinidades que contribuían a ampliar la brecha que las separaba. Uno
de estos muchos dioses era el tal Alá.
Según el diccionario
Webster, la palabra Alá es una palabra compuesta por la palabra árabe al-ilah,
que significa «el dios«. Investigando un poco más encontraremos que el
nombre del dios Alá puede hallarse en escrituras preislámicas y en otros
artefactos arqueológicos señalando a una divinidad lunar llamada Allah-Taala.
En base a esto,
es interesante aportar que las luchas tribales eran continuas en la Arabia
preislámica, excepto en la Meca, donde cualquier lucha que no se desarrollara
tras un radio de 30 kilómetros era proscrita. Esto era debido al gran respeto
que sentían hacia la Kaaba, el panteón árabe. En este santuario la gente, antes
de Mahoma, adoraba cientos de dioses, pero en verdad este lugar sagrado había
sido construido para honrar a la deidad principal, Allah-Taala el dios luna, el supremo guardador del orden moral.
Este espíritu ya era representado, en aquel entonces, con el símbolo de la luna
creciente. Haciendo un descanso en el relato, necesito hacerles notar que aquí
la luna es adorada como varón, tal y como Abraham la adoró cuando la astrología
de Ur de los caldeos era la creencia que pautaba su destino (Josué 24:2) y aún
no había conocido en forma personal a YHVH el Dios Verdadero.
Por último,
podemos agregar que de acuerdo a esta religión preislámica, Allah-Taala
estaba casado con la diosa sol. De esta relación celestial nacieron tres hijas:
Al-lat, Al-uzz y Manat.
Como podemos ver
el nombre de la deidad «Allah» ya era conocido antes del
Islam. De hecho, el nombre del padre de Mahoma era «Abd-Allah»
(«siervo de Allah») ya que era costumbre nombrar a los hijos con un nombre sujeto al nombre de Allah y esto es hasta
hoy día en los países árabes islámicos. 
Habiendo compartido esta cosmovisión preislámica que explica el origen espiritual de la religión que Mahoma fundó, me parece importante retomar los interrogantes planteados al inicio de esta bitácora:
¿Allah es YHVH? No, Allah no es YHVH. Sé que esto puede ser una sorpresa para muchos cristianos que pensaban erróneamente, al igual que aquel varón de Guatemala, que Allah era simplemente otro nombre para el Dios que se revela en las Escrituras bíblicas. Esto se debe a que Mohama, inteligentemente, dijo que Allah era el Dios de los judíos y de los cristianos. 
Por todo esto veo conveniente aclararle a este guatemalteco y a la troupe de admiradores que toman todas y cada una de sus palabras como inefables e inerrantes, que lo que él experimentó no fue un éxtasis místico sino más bien un remordimiento interior. No fue el poder de la oración de aquellos incontables musulmanes, sino el dolor interior que causa la voz de su consciencia a causa de no estar en dónde el Eterno Abba necesita estar.
Al igual que el rey David se quedó en su palacio en el tiempo que los reyes salían a la guerra y fue seducido por el cuerpo desnudo de una mujer. Alejandro se vio confrontado por una disciplina por él olvidada y se sintió seducido a describirla desde una errada valoración. Desde esta falacia Alejandro se vio impulsado a preguntar: ¿Será por ésto una de las naciones más ricas del mundo? … cuando la respuesta es más sencilla y evidente de lo que él puede haber imaginado. Las naciones árabes no son las más ricas del mundo por la atmósfera que producen con la oración, sino por los petrodólares que producen con la perforación (yacimientos petroleros por si alguien no entendió).
¡En fin, falacias con las que día a día debemos estar listos para batallar!

Las diferencias de Creyente y discípulo

  • El creyente suele esperar panes y peces; el discípulo es un pescador.
  • El creyente lucha por crecer; el discípulo por reproducirse.
  • El creyente se gana; el discípulo se hace.
  • El creyente gusta del halago; el discípulo del sacrificio vivo.
  • El creyente entrega parte de sus ganancias; el discípulo entrega parte de su vida.
  • El creyente puede caer en la rutina; el discípulo es revolucionario.
  • El creyente busca que le animen; el discípulo procura animar.
  • El creyente espera que le asignen tarea; el discípulo asume responsabilidades.
  • El creyente murmura y reclama; el discípulo obedece y se niega a si mismo.
  • El creyente suele ser condicionado por las circunstancias; el discípulo aprovecha las circunstancias para ejercer su fe.
  • El creyente busca en la Palabra promesas para su vida; el discípulo busca vida para cumplir las promesas de la Palabra.
  • El creyente es yo; el discípulo es ellos.
  • En el creyente la unión del Espíritu Santo es confirmación y meta; en el discípulo es medio para lograr la meta de ser testigo eficaz a toda criatura.
  • El creyente vale para sumar; el discípulo para multiplicar.
  • El creyente es un ahorro; el discípulo una inversión.
  • El creyente se destaca llenando el templo con otros creyentes; el discípulo conquista el mundo para convertirlo en templo de Dios.
  • El creyente suele ser fuerte como soldado acuartelado; el discípulo es soldado invasor.
  • El creyente suena con la iglesia ideal; el discípulo se entrega para lograr la iglesia real.
  • La meta del creyente es ganar el cielo; la meta del discípulo es ganar vidas humanas para el Reino de los cielos.
  • El creyentemaduro se hace discípulo; el discípulo maduro asume los ministerios del cuerpo.
  • El creyente necesita de campanas para animarse; el discípulo vive en campana porque está animado.
  • El creyente espera un avivamiento; el discípulo es parte de él.
  • El creyente agoniza sin morir; el discípulo muere y resucita para dar vida.
  • El creyente aislado de su congregación se lamenta de no tener ambiente; el discípulo crea ambiente para formar una congregación.
  • Al creyente se le promete una almohada; al discípulo una cruz.
  • El creyente es socio; el discípulo es siervo.
  • El creyente es espiga; el discípulo es grano lleno en la espiga.
  • El creyente es  “ojala”; el discípulo es “Heme aquí”.
  • El creyente, quizá predica el Evangelio; el discípulo en todo momento hace discípulos.
  • El creyente espera recompensa para dar; el discípulo es recompensado cuando da.
  • El creyente es pastoreado como oveja; el discípulo apacienta los corderos.
  • El creyente recibió la salvación por la cruz de Cristo; el discípulo toma su cruz cada día y sigue a Cristo.
  • El creyente espera que oren por él; el discípulo ora por los demás.
  • El creyente se congrega para encontrar al Señor; el discípulo manifiesta la presencia del Espíritu Santo en dónde quiera que está.
  • El creyente espera que le interpreten las Escrituras; el discípulo conoce al Señor de la Escritura y desde ellas enseña de Él.
  • El creyente busca consejos de los demás para tomar una decisión; el discípulo ora a Dios, lee la Palabra y en fe toma una decisión.
  • El creyente espera que el mundo se perfeccione; el discípulo sabe que este no es el Reino de Dios y espera la manifestación de su venida.

MI LISTA DE «NUNCA MÁS»

Nunca más confesaré «no puedo«, porque «todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4 :13).
Nunca más confesaré pobreza, porque «mi Dios suplirá todo lo que me falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Filipenses 4 :19).
Nunca más confesaré temor, porque «Dios no me ha dado el espíritu de cobardía, sino de poder, de amor, y de dominio propio» (2 Timoteo 1 :7).
Nunca más confesaré duda y falta de fe, porque «Dios ha dado a todas sus criaturas la medida de la fe» (Romanos 12:3).
Nunca más confesaré debilidad, porque «El Señor es la fortaleza de mi vida» (Salmo 27: 1), y «el pueblo que conoce a su Dios se esforzaráy actuará» (Daniel 11 :32).
Nunca más confesaré que Satanás gobierna mi vida, «porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo«. (1 Juan 4:4).
Nunca más confesaré derrota, «Dios siempre me lleva en triunfo en Cristo Jesús«. (2 Corintios 2:14).
Nunca más confesaré falta de entendimiento, porque «Dios ha hecho también que Cristo sea nuestra sabiduría» (1 Corintios 1:30).Nunca más confesaré enfermedad, porque «por su llaga fui curado» (Isaías 53 :5), y Jesús «mismo tomó mis enfermedades y llevó mis dolencias» (Mateo 8 :17).

Nunca más confesaré pesares y frustraciones, porque estoy «echando toda mi ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de mí» (l Pedro 5:7). Con Cristo estoy «libre de preocupaciones«.

Nunca más confesaré esclavitud, «porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad» (2 Corintios 3:17). ¡Mi cuerpo es el templo del Espíritu Santo!

Nunca más confesaré condenación, porque «no existe la condenación para aquellos que están en Cristo» (Romanos 8:1). Yo estoy en Cristo; por lo tanto, estoy libre de condenación.

 

 

Tomado del Libro: «Lo que dices, recibes» de Don Gossett

El secreto de la lucha diaria: Atreverse a soñar

«La mayoría de la gente vive, ya sea física, intelectual o moralmente, en un círculo muy restringido de sus posibilidades. 
Todos nosotros tenemos reservas de vida en las que ni siquiera soñamos».
(William James)

Desde pequeños todos sabemos soñar. Dormidos y despiertos. Gracias a la potencia de nuestra imaginación creemos que somos capaces de cualquier cosa.
Sin embargo, según crecemos perdemos esta maravillosa capacidad que luego tanta falta nos hace en la vida a la hora de ser creativos, de innovar, de cambiar nuestras vidas y de transformar nuestras empresas.
Atreverse a soñar es atreverse a vivir. Los sueños están al alcance de las personas que luchan y tienen la capacidad y la actitud de perseguirlos.
Que nadie te diga nunca que no podrás conseguir lo que te has propuesto. Tu actitud es tuya y solo a ti te pertenece la decisión de lo que harás con ella, por lo que de nada sirve el resignarse, ni a las situaciones ni a los momentos difíciles.
Tener una actitud mental positiva no va a solucionar de repente todos tus problemas, pero te pondrá en el camino de optar por las mejores decisiones.
Sonríe a la vida, y el espejo de la vida, reflejará tu propia sonrisa y la pondrá a tu favor, en tus relaciones, en tu trabajo, y en todo lo que engloba la maravillosa experiencia de estar vivo.
Te invito a que te atrevas a soñar otra vez, a desafiar tu zona de confort, y a que disfrutes del placer de convertir tus sueños en realidad.
Ten el coraje suficiente de vivir tus sueños. No te resignes con las cosas que pasan a tu alrededor y contra ti.
¿Te atreves a soñar?

Puedes descargarte el mapa de los sueños aquíhttp://ow.ly/g0MXj

Los 10 principios de la dictadura del relativismo

En Occidente  le llamamos relativismo a la posición filosófica de que todos los puntos de vista son igualmente válidos, y de que toda la verdad es relativa al individuo. Sostiene que no existen verdades absolutas y que, por lo tanto, todo es debatible. Pero en el fondo el relativismo no esconde más que la anulación del hombre como ser racional y, con ello, la anulación de su libertad. Vivimos en el universo de la contradicción permanente.

 Analicemos la situación en unos pocos aforismos, que son los paradigmas (casi mandamientos) vigentes del relativismo.
El primero y más importante de todos, que los engloba a todos, que los resume y abarca a todos, es el siguiente:
1. “Nada es verdad ni nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira”. Ahora bien, la frasecita de Campoamor, que revela como ninguna otra el fin de las verdades absolutas, es la que incurre en la primera contradicción flagrante: nada es verdad ni nada es mentira… menos esta frase, este principio, este dogma aniquilador.
2. “Prohibido prohibir”, tradujeron los del mayo francés, una generación que continúa sin abandonar el poder. Ahora bien, si prohibimos prohibir, ya hay algo que sí está prohibido: prohibir.
3. “Todo es opinable”, aseguran los hombres de la sociedad de la comunicación. Sí, todo es opinable; todo menos justamente eso: que todo sea opinable.
4. “Los dogmas son inadmisibles”. Salvo justamente el que a acabo de enunciar, indemostrable pero de aplicación forzosa. En cualquier caso, el hombre siempre parte de un dogma para concluir, tanto en el pensamiento deductivo como en el inductivo.
5. “Libertad de pensamiento”. Muy cierto, pero dos más dos sólo son cuatro en base 1 y por definición. Nadie comienza pensar desde cero, sino desde un eje de coordenadas que le viene dado. El pensamiento humano está sometido a reglas estrechas, que componen lo que se conoce como la ciencia de la lógica: no damos para más y no es para avergonzarse de ello. A fin de cuentas, mal de muchos…
6. “Toda idea, principio o creencia es tan respetable como otra”. ¿Todas? No, porque la que acabo de escribir vale mucho más que cualquier otra y es acreedora del mayor de los respetos.
7. “Eduquemos en libertad”. Pero eso es imposible: si concedemos libertad al alumno para someterse o rechazar la educación, seguramente optará por la libertad de no educarse, sobre todo si piensa en el sometimiento y el esfuerzo que implica el hacerlo. Lo único que importa es la tolerancia, no las ideas que se toleran. Es más, la misma libertad de expresión es un atentado contra la libertad ajena, en cuanto pude influir en el interlocutor.
8. “No acepto aquello que no sea demostrable”. Pero ni tan siquiera puedo demostrar nuestra existencia. Lo empíricamente demostrable no alanza ni el 0,1% e lo conocimientos humanos. Tampoco puedo dar razón de mi existencia.
9. “Lo que se ve, existe, y lo que no se ve, no existe”. Pero nuestros sentidos nos engañan. Además, de esta forma no existirían la lunas de Júpiter, ni el amor, ni el dolor, ni la belleza, ni el arte, ni la literatura… Además, ¿estamos seguros de que la vida no es sueño y ensueño no es la verdadera vida?
10. “Nadie puede decir lo que está bien o lo que está mal”. Pero esta política de no injerencia es buena en sí misma, así como sus numerosos desarrollos en forma de juicios morales, esos juicios que constantemente estamos pronunciando. Es más, si en algo creemos es en nuestras críticas al próximo o en nuestros halagos (en ésos menos, dado que resultan menos numerosos).

No me extraña que el hombre actual esté mareado. Sufre de vértigo intelectual y sus síntomas son: falta de personalidad, acentuada inseguridad en sus talentos. O sea, que el relativismo le ha llevado al complejo de inferioridad, a la tristeza: Porque el hombre puede ser bueno o malo, sabio o ignorante, pero lo que su propia naturaleza racional no puede aceptar jamás sin romperse en pedazos es vivir en la contradicción. El único velo capaz de ocultar la incoherencia es la locura. Y ésa es, precisamente, la meta lógica de todo relativismo. Desafortunadamente, la filosofía del relativismo es dominante en nuestra cultura actual. Con el rechazo de Dios, y el gobierno de Su Torah (Instrucción) en particular, la verdad absoluta está siendo abandonada. Sin embargo, y con la esperanza de que Cristo triunfará sobre tantos dislates, hemos de hacer nuestra con valentía la afirmación del profeta: “sea que escuchen, o se nieguen a hacerlo –porque son un pueblo rebelde- sabrán que hay un profeta en medio de ellos” (Ezequiel 2:5).

EXCUSAS A ORILLAS DEL RÍO

 Autora: Lic. Laura Arco

Puedo llevar el caballo hasta el río pero no puedo obligarlo a beber”. Asimismo el sabio puede mostrarte la sabiduría, pero no puede hacer que la aprecies y menos aún que seas sabio.

La Pedagogía ha ido y vuelto sobre este punto. Distintas corrientes han tratado el tema de la educación desde uno y otro ángulo: sea desde el sujeto que transmite, conduce, ayuda, asiste, o el sujeto que recibe, construye, descubre, alcanza, o aún desde el hecho en sí que permite el fluir del hombre social.

La Didáctica apareció como brazo solidario para resolver el conflicto que emerge en medio de ese fluir. Y cada cual, como ciencias de la educación, considera al hombre en su esencial imperativo de superación. “Andros fisei oregontai eidenai”; “el hombre tiende naturalmente al saber”, dijo Aristóteles.

Pero el conocimiento o saber no  es sabiduría.

El hombre fue creado para el conocimiento y la sabiduría, pero normalmente se conforma con adquirir algo de conocimiento precisamente por falta de sabiduría. Como la mujer en Edén.

Quisiera el sabio vencer la ignorancia con su sabiduría, sabiendo que no es suya, sino que él le pertenece y está para servirla. Pero descubre que su adversaria, en realidad, no es la ignorancia ya que la oscuridad fácilmente es destruida por la luz. El que quiere dejar de ignorar procura aprender, conocer, saber.

Lo grave es la necedad que suele acompañar a la ignorancia.

Derek Bock decía: “si piensan que la educación es cara que prueben con la ignorancia”.

Ella es la causante de terribles errores que pueden provocar una gran mortandad y cuantiosas pérdidas, pero basta saber lo que se ignoraba para impedir el desastre.

Sin embargo, la necedad es aún peor, porque ella se obstina en el error y no admite ni el conocimiento ni la verdad. “El camino del necio es derecho en su opinión” (Prov. 12:15).

Muchas veces e considerado la advertencia y la reconvención de Jesús: “… cualquiera que diga necio a su hermano, será culpable ante el concilio y cualquiera que le diga fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego” (Mt. 5.22).

No hay duda alguna que es un epíteto extremo que conlleva el sentido de antidiseño, por eso mismo el Maestro llama necios a los que conociendo lo justo, lo verdadero, y lo bueno, se empecinan en hacer lo contrario y aun juzgarlo a él (Lc. 11:37-54). Parece una paradoja que el mismo que enseña a no calificar de necio sea quien lo aplica.

Pero no lo es. Jesús conocía, sabía, tanto las intenciones como las razones que sustentaban los diferentes planteos de los religiosos.
 «Entonces algunos de los escribas decían dentro de sí: Este blasfema.
 Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?»
(Mt. 9:3-4)

“Entonces Jesús dijo al hombre:
“Extiende tu mano.” Y él la extendió, y le fue restaurada, sana como la otra. Pero cuando los Fariseos salieron, hicieron
planes contra Él, para ver cómo lo podrían destruir.
 Pero Jesús, sabiéndolo, se retiró de allí. Y muchos Lo siguieron, y los sanó a todos.”
(Mt. 12: 13-15).

El necio es fructífero en excusas. Podrá caer cien veces y levantarse las cien, pero fracasará ciento una porque repetirá persistentemente el error, mantendrá  su opinión y su camino. No podrá considerar sus faltas, pues solo tiene habilidad para ver la paja en el ojo ajeno. Ante un fracaso tendrá mil justificaciones que recaerán en acusaciones a terceros o,  simplemente, se escudará en la “mala suerte”.

El necio es necio porque se ve siempre a sí mismo como un indigente, por eso, con orgullo puede decir que es capaz de empezar de cero cada vez que sea necesario. Su arrogancia le hace creer que solo puede, por eso habla de empezar de la nada.

 El sabio, en cambio, conoce el punto de partida y no lo llama cero, sino arrepentimiento. Esto marca la gran diferencia y asegura que su camino prospere y que siempre mantenga el mismo sentido: derecho, adelante y  hacia arriba… “yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt.
28:20b).

Lic. Laura Arco

SUPERDEMOCRACIA: EL SECRETO PARA DESTRUIR LA GLOBALIZACIÓN

Encontré un artículo maravilloso escrito por la pluma de Leonardo Boff que muestra que somos cada vez más los hombres que anhelamos una reforma que provoque cambios en las naciones antes de un conflicto autodestructor del planeta.
Los invito a que lo lean revestidos de sabiduría. Desde ella envuélvanse en el espíritu de oración profética e intercesora a fin de activar nuestra fe comunitaria y por medio de ella, cual espada de dos filos, cortar todo manto negativo establecido sobre las naciones.
Sabiendo que estos artículos son leídos por sabios escogidos para bendecir naciones, los bendigo esperando sus comentarios e ideas.

Un diseño ecológico para la democracia

La democracia es seguramente el más alto ideal que históricamente ha elaborado la convivencia social. El principio que subyace en la democracia es: «lo que interesa a todos debe poder ser pensado y decidido por todos».
Tiene muchas formas: la directa, como la de Suiza, donde toda la población participa en las decisiones vía plebiscito.
La representativa, en la cual las sociedades más complejas eligen delegados que, en nombre de todos, discuten y toman decisiones. El gran problema actual es que la democracia representativa se muestra incapaz de reunir a las fuerzas vivas de una sociedad compleja, con sus movimientos sociales. En sociedades de gran desigualdad social, como Brasil, la democracia representativa asume características de irrealidad, cuando no de farsa. Cada cuatro o cinco años, los ciudadanos tienen la posibilidad de escoger a su «dictador» que, una vez elegido, se dedica más a hacer una política palaciega que a establecer una relación orgánica con las fuerzas sociales.
La democracia participativa, que significa un avance respecto a la representativa. Fuerzas organizadas, como los grandes sindicatos, los movimientos sociales por la tierra, la vivienda, salud, educación, derechos humanos, ambientalistas y otros han crecido de tal manera que se constituyen como base de la democracia participativa: El Estado se obliga a oír y a discutir con tales fuerzas las decisiones a tomar. Se está se imponiendo por todas partes, especialmente en América Latina.

Está también la democracia comunitaria, que es característica de los pueblos originarios de América Latina, poco conocida y reconocida por los analistas. Nace de la estructura comunitaria de las culturas originarias de norte a sur de Abya Yala (nombre indígena de América Latina). Ella busca realizar el « vivir bien» que no es nuestro «vivir mejor» que implica que muchos vivan peor. El «vivir bien» es la búsqueda permanente del equilibrio mediante la participación de todos, equilibrio entre hombre y mujer, entre ser humano y naturaleza, equilibrio entre la producción y el consumo en la perspectiva de una economía de lo suficiente y de lo decente y no de la acumulación.

El «vivir bien» implica una superación del antropocentrismo: no es sólo la armonía con los humanos, sino con las energías de la Tierra, del Sol, de las montañas, de las aguas, de las selvas y con Dios. Se trata de una democracia sociocósmica, donde todos los elementos se consideran portadores de vida y por eso incluidos en la comunidad, respetando sus derechos.

Por último, estamos caminando hacia una superdemocracia planetaria. Algunos analistas como Jacques Attali (Breve historia del futuro, 2008) imaginan que será la alternativa salvadora ante un superconflicto que podría, dejado a su libre curso, destruir la humanidad. Esta superdemocracia parte de una conciencia colectiva que se da cuenta de la unicidad de la familia humana y de que el planeta Tierra, pequeño, con recursos escasos, superpoblado y amenazado por el cambio climático, obligará a los pueblos a establecer estrategias políticas globales para garantizar la vida de todos y las condiciones ecológicas de la Tierra.
Esta superdemocracia planetaria no anula las distintas tradiciones democráticas, sino que las complementa. Esto se consigue mejor mediante el biorregionalismo. Se trata de un nuevo diseño ecológico, es decir, de otra forma de organizar la relación con la naturaleza a partir de los ecosistemas regionales. Al contrario de la globalización uniformadora, valora las diferencias y respeta las singularidades de cada región, con su cultura local, haciendo más fácil el respeto a los ciclos de la naturaleza y la armonía con la Madre Tierra. Tenemos que rezar para que este tipo de democracia triunfe; si no lo hace, no sabemos en absoluto hacia donde nos llevarán.

Leonardo Boff es teólogo y filósofo, autor del libro «Ecologia, Mundialização e Espiritualidade», Record 2008. 

Pequeñas Coberturas

M.A. Laura Arco

Mendoza, Argentina

 

Hay situaciones cotidianas y de poca relevancia que suelen funcionar como disparadores para la reflexión.

A mí me agradan, tal vez porque ponen en evidencia varias cosas, por ejemplo, que no somos seres meramente carnales, sino que desde nuestra naturaleza material y sensible estamos siempre listos para brincar y entrar y funcionar en el medio que nos es más propio y propicio, el espiritual.

 

«Lo que ha nacido de la carne, carne es;
y lo que ha nacido del Espíritu, espíritu es».

(Juan 3:6)

Por otro lado, porque entiendo que toda la realidad es un sistema de códigos que conllevan en forma latente mensajes superiores. Todo está a la vista y, paradójicamente, oculto. Cada cosa es como una moneda, con dos caras; la una exhibe un aspecto y la otra un valor. Normalmente vemos sólo una, la material, externa, sensible; a la otra sólo la intuimos.

Cuando miramos un semáforo no vemos solamente tres luces de color encendiéndose alternadamente. Por la vista captamos las señales lumínicas, pero en ellas y a través de ellas está lo más preciado, que es el mensaje. Entendemos que éste es más importante que la estética de esa organización cromática. Sin embargo, por importante que el mensaje sea está sujeto al esquema visual.
Así observo que Jesús mostraba los semáforos para que se conociera la verdad y el funcionamiento de las leyes espirituales; me refiero a las parábolas.

» …a vosotros os es dado saber
los misterios del reino de los cielos…
les hablo en parábolas porque
viendo no ven y oyendo no oyen
ni entienden 
Abriré en parábolas mi boca;
declararé cosas escondidas
desde la fundación del mundo.»
(Mateo 13: 11, 13; 35)

El tema de la codificación de la verdad, invisible y sobrenatural, diseño eterno, es muy amplio y complejo y merece un abordaje más sistemático y extenso. Sin embargo, era necesario este breve comentario para poder compartir mi observación, y, a partir de ella, leer el mensaje oculto.

Últimamente he prestado atención a un hecho trivial y rutinario, que en verano se repite con frecuencia diaria. (Entiendo que Dios tiene una didáctica infinitamente variada para enseñarnos y advertirnos.)

¿Cuál es el hecho en cuestión? Cuando mi esposo y yo nos acostamos, como hace calor, lo hacemos sobre la sábana inferior, muy ligeros de ropa, y no nos cubrimos (¿Quién no, verdad?) A medida que nos vamos relajando y entrando en el sueño nuestra temperatura corporal baja al punto que ambos, simultáneamente, sin habernos puesto de acuerdo, acudimos a extender la sábana superior y cubrir nuestra desnudez. Nos basta esa sola y liviana cobertura para sentirnos cómodos y continuar nuestro descanso.

Varias noches consecutivas ocurrió lo mismo, sin que yo le prestara atención a la coincidencia. Pero un día, al despertar, vi lo que antes no había visto, y esta acción rutinaria cobró sentido. Me llamó la atención nuestra sincronización para buscar la sábana, pero más aún el ver que una cobertura tan liviana nos brindara tanto bienestar. Y he aquí el brinco de la vulgar a lo significativo.
Desde unos años a esta parte oigo hablar de coberturas ministeriales y miro a mi alrededor buscando ejemplos de coberturas y le pregunto a Dios qué es, en qué consiste y cómo debe ser, porque lo que veo en derredor me confunde y no me satisface.

En algunos casos, basta que alguien solicite a otro una extensión de su registro de culto y una bendición para funcionar, y otras, una larga lista de requisitos a cumplir para conceder al otro esa tan anhelada cobertura. Pero…¿Qué es?

¿Una cuestión legal? ¿Una formalidad? ¿Un convencionalismo social o eclesiástico? ¿Una credencial para ser reconocido como “un alguien” y no como un NN?

Creo que haberle hecho la pregunta al que Todolosabe me hizo observar el asunto de la sábana de mi lecho conyugal.

Descubrí que no la busca uno u otro, sino que ambos, los dos que integramos esta unidad de amor llamada matrimonio, pareja de pacto, nos movemos en el mismo sentido.

Descubrí que la cobertura nos alcanza a ambos y cubre toda nuestra desnudez, modo que si algún intruso se atreve a invadir nuestra zona privada, sólo verá nuestras cabezas.

Descubrí que esa cobertura es tan liviana que nos permite mover en libertad, como el cuerpo lo desee o necesite. Nos cubre, no nos aplasta. No es una carga pesada, sino ligera.

Descubrí que nos protege de lo que nos pudiera afectar desde afuera, como de los mosquitos, y no permite que se nos escape el calor propio, o que el fresco de la madrugada nos incomode o dañe. Esta cobertura es tan agradable que podemos estar en reposo.

Las parábolas, en el sentido más estricto, no son más que comparaciones, es decir “lo que se pone al lado para conocer mejor”. Si debo interpretar esta experiencia como parábola que el Padre me puso para que yo, por fin, viera, debo aplicar las características de cobertura física a la espiritual.

Y así descubro que algo anda mal, pero muy mal. Un registro de Culto no ofrece lo que ofrece mi sábana; tampoco una denominación. Si entendemos que cada congregación es una unidad de amor, igual que un matrimonio, también entendemos que el pacto tiene el mismo carácter. Ningún registro proporciona amor; sólo el reconocimiento de parte del Estado de que un cierto número de personas concuerdan en una práctica de fe, la cual le permite llevar estadísticas que podrán o no incidir en políticas socioculturales.

 

Por otra parte, las denominaciones, al menos las que yo he podido conocer, se asemejan más a las sectas de fariseos, saduceos, zelotes y herodianos que a una comunidad en la que los ancianos se convierten en mentores de los más jóvenes desplegando paternidad sobre ellos.

Meditando sobre este punto el Espíritu Santo me trajo a memoria la historia del joven profeta que fue instado a desobedecer a Dios por un viejo profeta, hombre de experiencia, lo cual le significó la muerte y fin de su ministerio (1Reyes 13).

Todos los que habiendo leído el Evangelio hemos creído y entregado nuestra vida a Jesucristo hemos aceptado el mensaje completo, sin restricciones, sin “peros” o quejas y nos hemos dispuesto a obedecer en todo, aun en lo que no entendemos. Como María, con la misma fe y disposición hemos dicho con asombro y sin dudar:

«¿Cómo será esto?» (Lucas 1:34)
«He aquí la sierva del Señor,
hágase conmigo conforme a tu palabra.» (Lucas 1:38)

Pero luego, los más viejos, experimentados teólogos, conocedores del oficio, repetidores de cientos y cientos versículos de memoria, expertos “críticos” de las Escrituras, empiezan a contaminar la fe de los nuevos siervos con los “sí, pero”, de modo que la obediencia es a medias, o sea, es servicio en desobediencia.

Y como hay dos formas de tener éxito: una dándole a la gente lo que la gente pide, y otra, dándole lo que la gente necesita, fácilmente se confunde el camino y los bien intencionados terminan siendo engañados y explotados. La primera forma da un resultado rápido, aunque efímero y sin fruto aceptable. La segunda, es dolorosa, ardua y a muy largo plazo, pues sólo los escogidos la pueden oír (ejecutar). (Juan 6:60)

La mayoría de las veces ocurre esto: la tradición de las denominaciones, defendida por los “viejos profetas”, invalidan la Palabra de Dios (Marco 7:13) y los jóvenes pierden su camino, pues ingenuamente aceptan su cobertura, comen su pan y beben su agua y toman otro rumbo, ya no es el que Dios les mostró.

Algunos dicen: “No, yo no sirvo a una denominación” y hablan de redes apostólicas y proféticas que no difieren mucho de las denominaciones tradicionales.
La era de la Apostolitis y el Redismo ha constituido comunidades que se dijeron:

 

«Vamos, edifiquémonos una ciudad
y una torre, cuya cúspide llegue
al cielo; hagámonos un nombre,
“por si” fuéremos esparcidos sobre
la faz de la tierra.»
(Génesis 11:4)

Alcanzar los cinco continentes con redes apostólicas que se extienden no por el poder del Espíritu Santo ni con el nombre de Jesucristo, sino por contrataciones y bajo el nombre de un profeta o apóstol, o ministerio de “tal”, no agrada al Señor y no da cumplimiento a las :últimas palabras de Jesús antes de ser ascendido:

“recibiréis poder cuando haya venido
sobre vosotros el Espíritu Santo y me seréis
testigos en Jerusalén, en toda Judea, en
Samaria, y hasta lo último de la tierra”
(Hechos 1:8)

No es suficiente predicar el Evangelio; eso lo hacen todas las religiones cristianas, y algo similar, las ideologías y filosofías de toda estirpe. Es preciso ser testigos con poder y eso sólo es posible creyendo y obedeciendo sin restricciones al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.

¡¿Cuántos ministerios son testigos de otros nombres, y no de Cristo?! ¡Cuántos sienten su respaldo en el poder del marketing que da pertenecer a determinada red! ¡Cuántas contrataciones! El Señor ha prometido vaciar esas mansiones.

«A causa de la multitud de sus contrataciones
fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que
Yo te echaré del monte de Dios, y te arrojaré
de entre las piedras de fuego, oh querubín protector.»
(Ezequiel 27:16)

Parece que hoy en día es poco o insuficiente decir “Soy la Iglesia de Cristo”. Da más prestigio decir que “ese ministerio” o “esa red” me dan cobertura, que confiar que el poder del Altísimo cubrirá. (Salmo 91:1; Lucas 1:35).

 

No hay nombre de persona, ministerio, asociación, red o denominación que pueda cubrir nuestra desnudez. Sólo la gloria de Dios sobre una Iglesia que se reconoce esposa de Cristo y deja ver que la cabeza es Cristo es verdadera cobertura. Los demás son pequeñas coberturas. (Efesios 5:23).

 

De ningún modo quiero decir que no sean necesarias las coberturas. No. Todas las noches acudíamos a ella en el lecho. Pero no nos equivoquemos; si no hay paternidad no hay buena cobertura y una buena paternidad enseña a confiar en Dios Abba y a creerle siempre y todo lo que Él dice.

 

M.A. Laura Arco