“Cuando hayas entrado en la tierra que YHVH tu Dios te da por herencia, y tomes posesión de ella y la habites, entonces tomarás de las primicias de todos los frutos que sacares de la tierra que YHVH tu Dios te da, y las pondrás en una canasta, e irás al lugar que YHVH tu Dios escogiere para hacer habitar allí su nombre. Y te presentarás al sacerdote que hubiere en aquellos días, y le dirás: Declaro hoy a YHVH tu Dios, que he entrado en la tierra que juró YHVH a nuestros padres que nos daría. Y el sacerdote tomará la canasta de tu mano, y la pondrá delante del altar de YHVH tu Dios.»
(Deuteronomio 26: 1-4)
La tierra prometida estaba allí, frente a sus ojos, justamente al cruzar el Río Jordán. Muchos obstáculos habían también delante de esta comisión, tales como el aumento del río Jordán por las inundaciones de primavera, y los fuertes ejércitos de los cananeos, aun así el Eterno les aseguró que entrarían en la tierra.
Ya hemos estudiado en el libro de Bamidbar (Números 18:12) acerca de las primicias que deben ser entregadas regularmente al sacerdote, pero las primicias descritas en esta aliyá son una ofrenda especial obtenida de la primera cosecha en la tierra prometida.
Esta ofrenda también es mencionada en Éxodo 23:19 y 34:26, donde está escrito:
“Traerás lo primero (reshít) de las primicias (bicurim) de tu tierra a la casa de Yahvéh tu Dios…” (v. 2)
La palabra hebrea que ha sido traducida como “primicias” es reshit, y aparece en todos los tres textos. La palabra bicurim, “primicias” no aparece en el texto de Deuteronomio, sólo reshít, “lo primero”. Aun así, esta ofrenda es llamada bicurim.
En la ofrenda de bicurim se da del fruto de la tierra de Israel y, específicamente de las siete especies (minim) mencionadas en Deuteronomio (8:8).
Dar las primicias obviamente honraba a Yahvéh, porque daba al Señor la primera porción, antes de usar cualquier parte para sí mismo.
La expresión miel no se refiere a la miel de abeja sino a la obtenida de los dátiles. En la tierra de Israel, no se entrega una ofrenda de bicurim de otras especies. El propósito de entregar los primeros frutos, que son los que más se aprecian, es mostrarle al Eterno que Él es el primero en nuestras vidas.
Cuando los primeros frutos empezaron a brotar eran marcados con un hilo rojo. De esta manera el agricultor sabía a ciencia cierta cuál era la primicia de sus frutos.
En el tiempo del Templo de Yerushalayim (Jerusalén) era maravilloso ver llegar familias enteras junto con otras personas de la misma ciudad. Iban caminando con sus canastas cargadas de las siete especies detrás de un toro cuyos cuernos fueron cubiertos de oro, y había sido enyugado con una guirnalda de ramas de olivo alrededor del cuello. El toro era sacrificado como ofrenda de paz.
Al acercarse a Yerushalayim la gente salía a recibirlos con gritos de alegría y con toque de flautas.
Los levitas cantaban el Salmo 30 (que es una referencia a la resurrección del Mesías, la cual es simbolizada en las primicias o bicurim).
Al llegar al monte del templo colocaban las canastas sobre los hombros para entrar en el atrio en esa posición física.
Los sacerdotes, junto con el jefe de familia, colocaban luego su mano debajo de cada canasta y juntos la mecían (tenufá) en todas las direcciones, para mostrar así que es una pertenencia del Eterno, y por lo tanto los cuatro puntos cardinales estaban sometidos a Su bendita Voluntad de bendecir y prosperar a Israel, su hijo primogénito.
BIKURIM: La Evidencia de que NO soy un INGRATO
“Vendrás al kohen que esté en esos días y le dirás: ‘Declaro hoy a Yahvéh, tu Dios, que he entrado a la Tierra que el Eterno juró darnos.”
(26:3)
Al hacer esta declaración, cada israelita, estaba diciendo es:
“Yahvéh, reconozco que me diste esta Tierra y el regalo de todos estos frutos abundantes”.
Pero eso no es todo. En las palabras hebreas “veamartá elav” traducidas aquí: ‘y le dirás’, el sabio Rashí explica que al llevar los bikurim, con esa actitud y con esta declaración se le informaba al kohen que tanto el que ofrendaba, como cada integrante de su familia, no era un kafuf tov, es decir, un ‘ingrato’.
¿Por qué debes decirle eso al kohen? ¿No alcanza con no ser kafuf tov? No, debes articularlo y decirlo en voz alta. Él habla es un puente entre lo interno y lo externo. Hablar de algo concretiza tus pensamientos y los hace reales. Por eso en el Beit HaMikdash (Santo Templo) ante la presencia de Dios, cada israelita le decía al kohen de turno que el Eterno le había dado regalos sin ninguna condición. Debía mirar al kohen a los ojos y convencerlo de que realmente sentía gratitud. El sacerdote discernía en la mirada del israelita si era sincero o no, si estaba lleno de alegría y pensaba que la vida es hermosa, o no. El hecho de decirlo en voz alta permitía que el alma de cada hijo de Israel se discierna a sí misma en dónde se encuentraba en la emunáh (fe).
Con esto descubrimos que la Torah enfatiza que la gratitud es la base de toda relación amorosa, incluyendo nuestra relación con Yahvéh, y es el primer paso para aprovechar el poder del mes de Elul de aní ledodí vedodí li.
Con este ritual, cada hebreo confirmaban su fe de que la tierra de Israel y su producción pertenecen a Yahvéh, quien es el único Amo (Señor) de todo lo existente. Entonces surgía la gratitud por la abundancia que se disfrutaba, mediante esto las dimensiones celestiales eran movilizadas a manifestar mayores acciones de Su Providencia, ya que cada hebreo demostraba en estos ritos que su vida depende solamente de Yahvéh, la Fuente de todo ser humano.