“La agricultura moderna, tal como hoy se practica en el mundo… está
explotando excesivamente el suelo, nuestro recurso natural básico, y es
insostenible porque hace un uso intensivo tanto de la energía
proveniente de los combustibles de origen fósil como del capital, al
mismo tiempo que básicamente no tiene en cuenta los efectos externos de
su actividad”, declaró Hans Herren, co-presidente del IAASTD. “Si
seguimos con las actuales tendencias en materia de producción de
alimentos agotaremos nuestros recursos naturales y pondremos en peligro
el futuro de nuestros niños.”
La agricultura es la actividad más importante de la humanidad, en
términos ecológicos al igual que económicos. Según algunos estimados,
70% del agua que utilizamos va a cultivos y animales de finca, y la
agricultura ocupa más espacio que cualquier otra actividad humana. Según
la Organización de las Naciones Unidas para Agricultura y la
Alimentación (FAO), la agricultura emplea al menos la mitad de la fuerza
trabajadora del planeta, por lo que debemos concluir que no hay ni
habrá ninguna actividad económica que genere tantos empleos como el
agro. Es por esto que entendemos que la agricultura debe estar en el
centro de todo proyecto de cambio social revolucionario, no puede ser
una nota al calce ni uno de muchos items de agenda.
La agricultura es el factor más importante en el cambio climático.
Según la organización no gubernamental GRAIN: “El modelo de agricultura
industrial que abastece al sistema alimentario mundial funciona
esencialmente usando petróleo para producir comida y, en el proceso,
cantidades enormes de gases con efecto de invernadero. El uso de
inmensas cantidades de fertilizantes químicos, la expansión de la
industria de la carne, y la destrucción de las sabanas y bosques del
mundo para producir mercancías agrícolas son en conjunto responsables de
por lo menos 30% de las emisiones de los gases que causan el cambio
climático.
Convertir los alimentos en mercancías mundiales e industriales
entraña también una tremenda pérdida de energía fósil al transportarlas
por el mundo, procesarlas, almacenarlas, congelarlas y llevarlas adonde
las consumen. Todos estos procesos contribuyen a la cuenta climática. Al
sumarlas, entendemos que el actual sistema alimentario podría ser
responsable de cerca de la mitad de las emisiones de los gases con
efecto de invernadero.” (1)
Según “Cocinando el Planeta”, un extenso documento conjunto de varias
organizaciones europeas, incluyendo GRAIN y Veterinarios Sin Fronteras:
“Cuando consideramos la dupla cambio climático y sistema alimentario,
en general pensamos en términos de transporte de alimentos o, en alguna
ocasión, a la deforestación asociada a la agroganadería. Pero lo cierto
es que pocas veces tomamos conciencia de que el manejo de los suelos
agrarios, la utilización de fertilizantes sintéticos, la fabricación de
piensos industriales, o la destrucción de los mercados locales de
alimentos constituyen el núcleo central de las emisiones planetarias de
gases de efecto invernadero. Al mismo tiempo las industrias procesadoras
y de distribución de alimentos -que incluyen transporte, empaque,
refrigeración y comercialización- son también grandes emisoras. Se
calcula que el sistema agroalimentario llega a generar hasta un 50% de
estas emisiones. El actual modelo de producción y consumo industrial de
alimentos es un gran consumidor de energía, que contribuye
significativamente al calentamiento global, además de profundizar la
destrucción del medio ambiente y de las comunidades rurales. (2)
Para entender el sistema agroalimentario industrial, los problemas
que éste causa y las alternativas que existen es necesario saber lo que
fue la revolución verde. En breves palabras, la revolución verde fue la
exportación al tercer mundo del modelo industrializado y mecanizado de
agricultura de Estados Unidos. Este proceso, que tomó lugar a lo largo
de la guerra fría, fue impulsado y financiado por las fundaciones
Rockefeller y Ford, el Banco Mundial, el gobierno de Estados Unidos y
agencias de la ONU. Según Helena Paul et al: «La revolución verde fue
una transformación de la práctica agrícola desarrollada para el Sur por
científicos, gobiernos y agencias donantes del Norte. Esencialmente
involucró el desarrollo de variedades de ciertos cultivos de mayor
importancia- como trigo, arroz y maíz- que en respuesta a insumos
aumentados producirían mayores rendimientos.» (3) La revolución verde
fue uno de los emprendimientos no militares más grandes del siglo XX. En
lo que se refiere a la utilización masiva de recursos humanos, peritaje
científico de primera, y fondos públicos, fue comparable con el
Proyecto Manhattan y el programa espacial Apolo.
Esta revolución agrícola comenzó en México en la década de 1940 con
el Programa Agrícola de México (PAM) de la Fundación Rockefeller. Este
programa desarrolló variedades de trigo y maíz de alto rendimiento. Los
resultados de este programa fueron espectaculares, las cosechas batieron
todas las marcas, y estudiosos y académicos de toda América Latina
fueron a México a estudiar las técnicas desarrolladas por el programa.
El PAM fue dirigido por el fitopatólogo J. George “Dutch” Harrar, quien
luego sería presidente de la Fundación Rockefeller y es recordado como
el padre de la revolución verde. Pero el personaje más destacado del
programa lo fue el carismático y energético agrónomo Norman Borlaug,
quien con el pasar de los años se convirtió en la figura más visible y
conocida de la revolución verde. Borlaug, quien ganó el Nobel de la Paz
por sus labores, fue el relacionista público número uno de la revolución
verde, viajando por el mundo entero predicando las virtudes de la nueva
agricultura científica que él propugnaba y solicitando el apoyo de los
gobiernos del mundo hasta su muerte en 2009 a la edad de 95.
En 1966 el programa fue transformado en el Centro para el
Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), considerado la máxima autoridad
mundial en la investigación y desarrollo de ambos cultivos. El CIMMYT,
cuyo primer director fue Borlaug, fue el primero de más de una docena de
Centros Internacionales de Investigación Agrícola (IARC, en inglés) que
fueron establecidos alrededor del mundo para emprender la revolución
verde. Estos centros, que usaron el CIMMYT como modelo, incluyen el
Centro Internacional de la Papa en Perú y el Instituto Internacional de
Investigación del Arroz en Filipinas. En 1971 los financiadores de la
revolución verde establecieron un secretariado permanente, el Grupo
Consultivo Internacional sobre Investigación Agrícola (CGIAR), para
coordinar las operaciones de los IARC.
El periodista e historiador Mark Dowie dedicó un capítulo entero de
su libro sobre las fundaciones estadounidenses a la revolución verde.
Dice Dowie: «La masiva reestructuración global de la agricultura
conocida como la revolución verde es quizás el emprendimiento
internacional más ambicioso de la filantropía estadounidense… El
programa fue vasto, técnicamente complejo y en muchos modos
verdaderamente revolucionario. Sin embargo su meta fue simple: alimentar
el mundo. La estrategia… fue bastante predecible: transferir
tecnologías agrícolas científicas occidentales a paises
‘subdesarrollados’, aumentando así rendimientos mundiales de cultivos
alimentarios básicos y poniendo fin al hambre.» «La historia de este
masivo emprendimiento es un valioso estudio de caso de un esfuerzo
filantrópico sincero y de largo plazo para resolver un problema complejo
y aparentemente insoluble sin atender las razones fundamentales de su
existencia.» (4)
Las últimas palabras de esta cita son de máxima importancia. La
revolución verde no atendió las causas de la pobreza y el hambre. En
varias ocasiones sus administradores y científicos lo admitieron
abiertamente. La idea de que se puede erradicar el hambre con
simplemente aumentar la productividad agrícola sin atender asuntos de
índole social, política y económica fue uno de varios mitos de la
revolución verde.
En las palabras del especialista en desarrollo rural Peter Rosset:
«El mito de la revolución verde va algo así: las semillas milagrosas de
la revolución verde aumentan rendimientos de granos y por lo tanto son
claves para poner fin al hambre en el mundo. Rendimientos elevados
significan más ingreso para los agricultores pobres, ayudándoles a subir
de la pobreza, y más alimento significa menos hambre. Encargarse de las
causas en la raíz de la pobreza que contribuyen al hambre toma mucho
tiempo y la gente sufre hambre ahora. Así que debemos hacer lo que
podemos – aumentar la producción.»(5)
La revolución verde fracasó. Hoy día hay tanta o más gente hambrienta
en el mundo que cuando ésta comenzó. Si se tiene en cuenta la vasta
cantidad de recursos que ésta gastó, entonces hay que concluir que fue
uno de los fracasos más grandes del siglo XX. Y sin embargo, hasta el
día de hoy los protagonistas y portavoces de este emprendimiento dicen y
repiten de manera obcecada que fue todo un éxito, que fue uno de los
esfuerzos humanitarios más nobles y exitosos de todos los tiempos. En
vista de la persistencia de este discurso triunfalista que no guarda
relación alguna con la realidad, no exageramos al afirmar que la
revolución verde fue uno de los mayores fracasos de intelecto y uno de
los más grandes engaños del siglo pasado.
Según Pat Mooney y Cary Fowler, ambos ganadores del Nobel Alternativo
en 1985, la revolución verde fracasó “porque el problema no era
simplemente uno de demasiado de poco alimento y no podía ser resuelto
simplemente produciendo más. El problema era y es uno de mala
distribución y en última instancia una falta de poder y oportunidad
entre los hambrientos en países del tercer mundo para participar en el
proceso de producción y consumo de alimentos.»(6)
«Una de las mayores debilidades de la revolución verde fue su
estrecho enfoque en la semilla”, plantean Helena Paul et al. “No pudo
ver la finca como un sistema complejo, donde la semilla es sólo un
elemento que contribuye a la productividad total. Como resultado, áreas
enteras de investigación sobre fertilidad de suelos, cultivos mixtos,
manejo de agua y otras prácticas sustentables, que posiblemente podrían
duplicar los rendimientos, fueron pasadas por alto a medida que los
científicos se enfocaban en encontrar la combinación genética perfecta,
un enfoque con grandes limitaciones.” (7)
Las críticas a la revolución verde no son nada nuevo ni novedoso. A
principios de la década de los 60, Rachel Carson y Murray Bookchin
estaban advirtiendo de los peligros a la salud humana y el ambiente de
uno de los mayores pilares de la revolución verde: los pesticidas. En la
siguiente década los activistas estadounidenses Frances Moore Lappé y
Joseph Collins fundaron la organización no gubernamental Institute for
Food and Development Policy, conocida comúnmente como Food First, la
cual se ha dedicado a producir materiales educativos acerca del hambre,
como artículos y libros, con una visión explícitamente crítica hacia la
revolución verde y las políticas neoliberales. En 1977 Lappé y Collins,
con la colaboración de Cary Fowler, escribieron “Food First: Beyond The
Myth of Scarcity” (publicado en español por la editorial Siglo XXI bajo
el título “Comer Es Primero: Más Allá del Mito de la Escasez”). Este
importante libro fue de los primeros en hacer una atrevida crítica
frontal a todos y cada uno de los supuestos de la revolución verde, en
especial el cálculo Malthusiano de sobrepoblación y escasez. En 1981
Food First publicó “Circle of Poison”, un libro acerca de los peligros
de los pesticidas que llevó a la creación del Pesticide Action Network
(Red de Acción sobre Plaguicidas), una red global que hoy está compuesta
de más de 600 organizaciones no gubernamentales, instituciones e
individuos en 90 países.
A lo largo de las décadas de los 80 y 90 se sumaron nuevas voces a
las críticas a la revolución verde, quienes proponen lo que ha llegado a
llamarse agricultura orgánica, o ecológica. La Federación Internacional
de Movimientos de Agricultura Orgánica (IFOAM), define esta agricultura
de la siguiente manera: “La agricultura orgánica es un sistema de
producción que sustenta la salud de los suelos, ecosistemas y la gente.
Se sirve de procesos ecológicos, la biodiversidad y ciclos adaptados a
condiciones locales, y no en el uso de insumos con efectos adversos. La
agricultura orgánica combina tradición, innovación y ciencia para
beneficiar el ambiente compartido y promover relaciones justas y una
buena calidad de vida para todos los involucrados.» (8)
Entre los referentes más importantes en la crítica a la agricultura
de revolución verde y el apoyo a la agricultura ecológica cabe mencionar
también a las investigaciones pioneras realizadas por Fowler y Mooney
(Mooney luego fundó la organización Grupo ETC); el trabajo educativo de
la organización internacional GRAIN; el agroecólogo chileno Miguel
Altieri; el científico cubano Fernando Funes; la profesora
puertorriqueña Ivette Perfecto; la ecofeminista india Vandana Shiva; y
un número creciente de organizaciones de pequeños agricultores del Sur y
el Norte, agrupados bajo la red mundial Vía Campesina.
Pero los artífices de la revolución verde, viéndose bajo ataque, no
soltaron prenda y retaron a los críticos en debate en cada oportunidad
que tuvieron. Argumentaron que la agricultura orgánica no es más que un
ideal romántico que nunca tendrá los rendimientos necesarios para
alimentar un mundo hambriento que urgentemente necesita propuestas
prácticas. Borlaug lanzó ataques particularmente vehementes y acérbicos a
los proponentes de la producción orgánica. Dijo al New York Times que
algunos ambientalistas “son elitistas. Nunca han experimentado la
sensación física del hambre. Hacen su cabildeo desde cómodas oficinas en
Washington o Bruselas. Si vivieran sólo un mes entre la miseria del
mundo en vías de desarrollo, como yo lo he hecho por 50 años, estarían
pidiendo a gritos tractores y canales de irrigación y estarían
escandalizados por elitistas de moda que están tratando de negarles esas
cosas.” (9)
El debate continuó tras el comienzo de un nuevo siglo, y en 2002 la
ONU y el Banco Mundial anunciaron que convocarían un cuerpo
investigativo de alto nivel que realizaría una minuciosa evaluación de
la ciencia y tecnología agrícolas, la cual adjudicaría la controversia
revolución verde vs. orgánico de una vez y por todas. El informe final
de este esfuerzo, titulado Evaluación Internacional del Conocimiento
Agrícola, Ciencia y Tecnología para el Desarrollo (IAASTD), es
comúnmente conocido por su nombre corto: la Evaluación Agrícola, y fue
publicado en 2008.
Este informe es el resultado de un estudio concienzudo, basado
estrictamente en evidencia, que se propuso encontrarle respuesta a la
pregunta: “¿Qué debemos hacer para conquistar la pobreza y el hambre,
lograr desarrollo sustentable y equitativo, y sostener una agricultura
productiva y resistente frente a las crisis ambientales?” Se propone
nada menos que determinar la agenda de la agricultura mundial para los
próximos 50 años.
“A la Evaluación se le asignó la ambiciosa tarea de contestar la
pregunta central de cómo la agricultura en el año 2050 contribuirá a una
humanidad bien alimentada y saludable a pesar de los retos de vasta
degradación ambiental, crecimiento poblacional y cambio climático, y que
lo haga de modo que el potencial para producir alimento no se haya
perdido debido a cómo hacemos agricultura”, dice Jack Heinemann,
profesor de genética y biología molecular de Nueva Zelanda. “La manera
como hacemos agricultura ahora fracasará en hacernos llegar a esta meta.
Cómo deberíamos hacer agricultura no era una pregunta fácil de
contestar.” (10) Esta exhaustiva evaluación es a la agricultura mundial
lo que el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) es al
clima. La similitud entre ambos emprendimientos es más que casual. El
director del IAASTD fue Robert Watson, quien presidió el IPCC de 1997 a
2002.
El IAASTD fue redactado por sobre 400 expertos -de agencias
internacionales, la comunidad científica, organizaciones no
gubernamentales y la empresa privada- que recopilaron datos e
informaciones de miles de otros colegas de todas partes del mundo, y fue
sometido a dos procesos independientes de revisión por los pares. La
evaluación fue financiada por organismos intergubernamentales como el
Banco Mundial, el Programa Ambiental de las Naciones Unidas, la UNESCO y
la FAO.
El proceso de realizar el informe fue uno sin precedentes pues los
gobiernos, instituciones de investigación, la industria y la sociedad
civil todos compartieron igual responsabilidad por su diseño y
redacción. “El éxito de este experimento da apoyo al valor de la
participación de la sociedad civil como socios en condición de igualdad
en procesos intergubernamentales y futuras evaluaciones
internacionales”, según Lim Li Ching, científica del programa de
bioseguridad de la Red del Tercer Mundo y uno de los principales autores
del IAASTD (11).
En resumidas cuentas, el informe concluye que el modelo dominante de
agricultura moderna está devorando el patrimonio del planeta y poniendo
en peligro el futuro de la humanidad. “La agricultura moderna, tal como
hoy se practica en el mundo… está explotando excesivamente el suelo,
nuestro recurso natural básico, y es insostenible porque hace un uso
intensivo tanto de la energía proveniente de los combustibles de origen
fósil como del capital, al mismo tiempo que básicamente no tiene en
cuenta los efectos externos de su actividad”, declaró Hans Herren,
co-presidente del IAASTD. “Si seguimos con las actuales tendencias en
materia de producción de alimentos agotaremos nuestros recursos
naturales y pondremos en peligro el futuro de nuestros niños.”
Al ser publicado el informe en una actividad en Johannesburgo, Robert
Watson declaró categóricamente que mantener el estatus quo en la
agricultura no es una opción. “Nuestro cometido era el de analizar no
sólo la producción de alimentos aisladamente sino también en relación al
hambre, la pobreza, el ambiente y la equidad en relación”, explica
Herren. “De modo que nos propusimos estudiar de qué modo la sabiduría
agrícola acumulada de la humanidad –conocimientos, ciencia y tecnología-
nos ha conducido durante el último medio siglo a la actual situación.
También debíamos sugerir opciones para enfrentar los conocidos desafíos
de cómo alimentarnos de un modo sostenible tanto social como
ambientalmente en los próximos 50 años. Hemos llegado a la conclusión de
que sin cambios radicales en el modo en el que el mundo produce sus
alimentos el planeta sufrirá daños duraderos.” (12)
La Evaluación Agrícola “enfatiza la importancia de enfoques
localmente basados y agroecológicos a la agricultura”, comenta Eric
Holt-Giménez, director ejecutivo de Food First. “Las ventajas claves de
este modo de agricultura- aparte de su bajo impacto ambiental- son que
provee alimento al igual que empleo a los pobres del mundo, además de un
excedente para el mercado. Calculando libras por acre estas pequeñas
granjas familiares han demostrado ser más productivas que fincas
industriales a gran escala. Y usan menos petróleo, especialmente si la
comida es comerciada localmente o sub-regionalmente. Estas alternativas,
que están creciendo por todo el mundo, son como pequeñas islas de
sustentabilidad en mares que cada vez son más peligrosos en lo económico
y lo ecológico. A medida que la agricultura industrializada y los
regímenes de libre comercio vayan fallándonos, estos enfoques serán las
claves para brindar resiliencia a un sistema mundial de alimentos
disfuncional”. (13)
“El informe IAASTD pide una redirección sistemática de la inversión,
financiamiento, investigación y enfoque de política pública hacia las
necesidades de los pequeños agricultores”, dice Lim Li Ching. “Esto
involucra el crear espacio para diversas voces y perspectivas,
particularmente aquellas que han sido marginalizadas en el pasado,
incluyendo los pequeños agricultores y las mujeres. El informe IAASTD
dice que se necesita un mayor énfasis en salvaguardar los recursos
naturales y prácticas agroecológicas, al igual que en utilizar la amplia
gama de conocimiento tradicional que mantienen las comunidades locales y
agricultores, que pueden funcionar en asociación con la ciencia y
tecnología formales. La agricultura sustentable que es basada en la
biodiversidad, incluyendo la agroecología y la agricultura orgánica, es
beneficiosa para los agricultores pobres, y necesita obtener el apoyo de
marcos apropiados de política pública y regulación. (14)
“El informe refleja un creciente consenso entre la comunidad
científica global y la mayoría de los gobiernos de que el viejo
paradigma de agricultura industrial, intensiva en energía y tóxica es un
concepto del pasado”, dice una declaración conjunta de varias
organizaciones de sociedad civil, incluyendo IFOAM, la Red de Acción
sobre Plaguicidas y Greenpeace. “El mensaje clave del informe es que los
agricultores de pequeña escala y los métodos agroecológicos proveen el
mejor camino hacia adelante para evitar la corriente crisis de alimentos
y satisfacer las necesidades de las comunidades locales. Por primera
vez una evaluación global independiente reconoce que la agricultura
tiene una diversidad de funciones ambientales y sociales y que las
naciones y los pueblos tienen el derecho a democráticamente determinar
las mejores políticas alimentarias y agrícolas. (15)
Hablamos de la revolución verde en tiempo pasado porque desde la
década de 1990 hemos estado presenciando lo que podríamos clasificar
como una segunda revolución verde. Es importante distinguir las
similitudes y diferencias entre ambas. La primera revolución verde se
fundamentó sobre semillas convencionales híbridas distribuidas libre de
costo, mientras que la nueva revolución verde se sirve de semillas
transgénicas patentadas. La primera fue llevada a cabo por instituciones
del sector público y fundaciones filantrópicas, mientras que la segunda
es obra de corporaciones transnacionales motivadas solamente por el
lucro. La líder de estas corporaciones es la estadounidense Monsanto,
actualmente la compañía de semillas más grande del mundo, que tiene
alrededor de 90% del mercado mundial de semilla transgénica; y están
además un pequeño puñado de competidores: las estadounidenses Dow
Agroscience y Dupont-Pioneer, y las europeas Bayer Cropscience y
Syngenta. A esto hay que añadir la llegada de un nuevo actor en la
escena: la Fundación Bill y Melinda Gates, la cual está canalizando
grandes sumas de dinero a la agricultura en el Sur, especialmente en el
continente africano.
La nueva revolución verde no surge en oposición a la primera. Al
contrario, pretende complementarla y adelantarla. Sus artífices y
portavoces aceptan el mito del éxito de la primera revolución verde, y
las instituciones de ambas revoluciones agrícolas a menudo trabajan en
conjunto. El más destacado ejemplo de esta cooperación es la Alianza por
una Revolución Verde en África (AGRA), la cual surge de una
colaboración entre las fundaciones Gates y Rockefeller. Las
instituciones de la primera revolución verde aún existen y continúan
haciendo su labor, pero hoy con menos ímpetu que en el siglo pasado. Hoy
día el CGIAR y sus centros de investigación agrícola sufren una crisis
de financiamiento, al igual que las demás instituciones del sector
público en estos tiempos de neoliberalismo. En respuesta, están
estableciendo alianzas público privadas con corporaciones de
biotecnología. Estos arreglos no están exentos de controversia, pues
implican entre otras cosas el patentamiento de colecciones de semilla y
el abandono de la investigación y desarrollo de semillas convencionales
en favor de las transgénicas.
El gran debate sobre la agricultura continúa. Los aliados de la
revolución verde siguen polemizando en la academia y los medios
noticiosos a favor de ésta y en pro de las nuevas biotecnologías
transgénicas, que son vistas como la continuación lógica de la
agricultura industrializada. Están empeñados en condenar los importantes
hallazgos de la Evaluación Agrícola al silencio y al olvido. Tan
recientemente como en julio de 2011 el blog de la prestigiosa revista
Scientific American publicó un artículo que ataca la agricultura
ecológica con viejos argumentos e ignorando el IAASTD y numerosas otras
referencias valiosas que apuntan a la necesidad y viabilidad práctica de
una nueva agricultura ecológica (16).
En conclusión, no hay actividad humana tan importante como la
agricultura. Por lo tanto, los esfuerzos por la protección ambiental- en
especial contrarrestar el cambio climático- y los movimientos
alternativos que procuran transformar las relaciones sociales y
económicas tienen que otorgarle máxima importancia. La evidencia muestra
abundantemente que el modelo actual de agricultura industrializada está
literalmente poniendo en peligro el planeta entero y lejos de ayudar a
combatir el hambre ha hecho lo contrario. Y por otro lado existen
alternativas ecológicas viables y prácticas para enfrentar con éxito los
retos gemelos del ambiente y de alimentar el mundo.
www.ecoportal.net
Ruiz Marrero es periodista investigativo, educador ambiental y director del Proyecto de Bioseguridad de Puerto Rico (http://bioseguridad.blogspot.com/). Es autor de “Balada Transgénica: Biotecnología, Globalización y el Choque de Paradigmas”.
Notas:
1- GRAIN. «El fracaso del sistema alimentario transnacional» Revista Biodiversidad, Sustento y Culturas, octubre 2009. http://www.grain.org/…
2- GRAIN, Entrepueblos y la Campaña «No Te Comas el Mundo»,
conformada por el Observatori del Deute en la Globalizació, la Xarxa de
Consum Solidari y Veterinarios Sin Fronteras. «Cocinando el planeta» 13
de noviembre 2009 http://www.biodiversidadla.org/…
3- Helena Paul y Ricarda Steinbrecher con Devlin Kuyek y Lucy
Michaels. “Hungry Corporations” Transnational Biotech Companies Colonise
the Food Chain” Zed Books, 2003.
4- Mark Dowie “American Foundations: An Investigative History” MIT Press, 2002.
5- Peter Rosset et al. Citado en H. Paul et al, página 4.
6- Pat Mooney y Cary Fowler. Citados en H. Paul et al, página 14.
7- Helena Paul et al.
8- IFOAM. Definición de agricultura orgánica. http://www.ifoam.org/…
9- Citado en John Tierney. «Greens and Hunger». New York Times, 19 de mayo 2008. http://tierneylab.blogs.nytimes.com/…
10- Jack Heinemann. “Hope Not Hype: The Future of Agriculture Guided by the IAASTD”. Third World Network, 2009.
11- Lim Li Ching. «Overhaul of agriculture systems needed» South-North Development Monitor #6457, 17 de abril 2008.
12- Hans Herren. «La agricultura moderna conduce al desastre ecológico y humano» Agencia IPS, 24 de abril 2008 http://other-news.info/….
13- Eric Holt-Gimenez. «Pouring fuel on the food» Food First, 16 de abril 2008 http://www.foodfirst.org/….
14- Lim Li Ching. «Overhaul of agriculture systems needed» South-North Development Monitor #6457, 17 de abril 2008.
15- «Civil society statement from Johannesburg, South Africa: A new era of agriculture begins today» 12 de abril 2008
16- Christie Wilcox. «Mythbusting 101: Organic Farming > Industrial Agriculture» 18 de julio 2011 http://blogs.scientificamerican.com/…; Tom Philpott «3 ways Scientific American got the organic ag story wrong» 25 de julio 2011 http://motherjones.com/…; Pesticide Action Network «Scientific American fact-checkers on holiday» 25 de julio 2011.http://www.panna.org/….