Por P.A. David Nesher
“Jacob se quedó solo, y un hombre luchó con él hasta rayar el alba. Cuando vio que no había prevalecido contra Jacob, lo tocó en la coyuntura del muslo, y se dislocó la coyuntura del muslo de Jacob mientras luchaba con él. Entonces el hombre dijo: Suéltame porque raya el alba. Pero Jacob respondió: No te soltaré si no me bendices. Y él le dijo: ¿Cómo te llamas? Y él respondió: Jacob. Y el hombre dijo: Ya no será tu nombre Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has prevalecido.«
(Génesis 32:24-28)
En su regreso a la Tierra Prometida, Yaakov estaba anticipando el encuentro que tendría con su hermano Esaú. Pero antes de encarar a su hermano, nuestro padre tenía que tener otro encuentro… Ese encuentro que tarde o temprano todos enfrentamos, y que nos cambia la vida. El conocido «Encuentro Personal con Dios«.
Yaakov estaba viviendo un momento crítico en su vida. Estaba por enfrentarse con Esav, y tenía mucho temor. Aunque había orado a Dios, pidiendo Su ayuda (v.9-12), seguía confiando en parte en su propia astucia, como lo evidencian los v. 13-21.
Yaakov, aunque contaba 97 años sobre sus lomos, todavía dominaba su propia vida. Era un hombre sumamente fuerte. Hasta ahora no había tenido la experiencia de la entrega total al Eterno. Su fuerza era él mismo.
«Y Jacob se quedó solo, y un varón estuvo luchando con él hasta rayar el alba» (32:24).
Esa noche, Yaakov había hecho cruzar el arroyo a su familia, y luego se fue a un lugar solitario para meditar y orar, y derramar su corazón ante Dios. Por fin Yaakov se quedó sólo. Allí es donde el Eterno lo quería. Quería tratar con él a solas. Él se quedó solo, y de repente fue consciente de una pelea. Una pelea que vibraba en tres planos: físico, psíquico y espiritual. Una lucha que descubrió tenía en su interior desde hacía muchos años, y que se manifestaba en cada uno de los días que había vivido (leer Romanos cap. 7). Yaakov, en su soledad, descubrió que en su interior tenía una lucha que desde su alma impedía una perfecta relación con el Eterno. Dicha batalla interior, se fundamentaba en las heridas que su alma tenía con su hermano Esav.
Lo primero que notamos es que un varón estuvo luchando él hasta el amanecer en el vado (del río Jordán) llamado Jaboc. Es significativo que el nombre Jaboc significa luchador. Hay un juego de palabras aquí con luchó y Jaboc. Entonces prestemos atención a esto.
En hebreo, la palabra Jaboc es yabok, y la palabra luchar es yaaveik. La palabra hebrea para lucha se encuentra sólo aquí y en el siguiente versículo, y en ningún otro lugar en toda las Sagradas Escrituras. Esta palabra en sí proviene de la raíz avak que significa polvo. Así que el significado básico de esta palabra es el polvo que se levanta mientras lucha. Pero, lo que hace interesante a este nombre, es que espiritualmente significa: «el hombre que lucha para dejar de ser simplemente polvo» o «el hombre que lucha para levantarse del polvo«. Es decir que esta fue una lucha que incitó al patriarca a batallar contra las tentaciones, en procura de su evolución espiritual.
En base a eso, esta escena de la vida de nuestro padre es muy relevante y trascendental, ya que en ella se describe la lucha interior de todo ser humano que quiere trascender lo material y elevarse a la plenitud de la imagen divina (Imago Dei) que se le ha otorgado por creación. Esta batalla jamás se logra ganar desde la soledad egocéntrica, sino solamente desde un Encuentro Personal con el Mesías. Por todo ello, evidentemente el nombre Jaboc se le dio al río en una fecha posterior para recordar la increíble experiencia de Jacob esa noche.
Entonces, ¿fue un hombre o un ángel el que luchó con Yaakov toda lo noche? Su identidad emerge gradualmente, y Yaakov se apresura a tomar cada pista.
No parece haber ninguna duda de que el autor de este pasaje (se cree que probablemente fue Yaakov) lo destinó para que fuera tomado literalmente. En lo que se refiere al misterioso luchador, él estaba en forma de un hombre, pero en realidad era un ángel. En cuanto a lo que la Torah nos dice acerca de la identidad del personaje, lo llama explícitamente «Ish» (32:25), que quiere decir: «varón» u «hombre«. Yaakov lo consideró como «enviado de Dios«, y no es extraña esta identificación, como antecedente tenemos que en Bereshit/Génesis 18:2 podemos leer acerca de la visión de tres hombres (anashim en hebreo, plural de ish) frente a Avraham, de los cuales luego reconocemos que son enviados del Eterno, e incluso se asume que son la misma presencia de Dios, por lo que no hay duda de que los ángeles pueden asumir las características físicas de los hombres si tienen que hacerlo. El Espíritu Santo indica que se trataba de un ángel como el SEÑOR inspiró a escribir al profeta Oseas:
«En el vientre tomó por el calcañar a su hermano, y en su vigor luchó con Dios.
Luchó con el ángel y prevaleció; lloró, y alcanzó misericordia.
En Bet-’El lo encontró, y allí habló con nosotros.
¡Sí, YHVH es ’Elohey Shebaot!
¡YHVH es su nombre!
(Oseas 12:3-5)!
El primer hecho misterioso de este pasaje es justamente que dicho ser espiritual apareció con forma humana. De acuerdo a lo explicado con respecto al río Jaboc, al ser contra el cual lucho Yaakov suele ser considerado como el «agente celestial de Esav/Esaú«, que es otro de los nombres del Yetzer HaRá (inclinación hacia lo negativo – carne –). Por tanto, esta historia remarca que Yaakov no peleó contra algo ajeno a él, sino contra una parte de sí mismo, que dicho ser celestial materializa. Es decir que nuestro padre luchó:
- contra sus propias tendencias a apartarse del camino del Bien,
- contra su deseo por prevalecer empleando métodos reñidos con la ética y moral,
- contra sus apetencias irracionales,
- contra su anhelo de éxito sin miramientos,
- contra su ambición material,
- contra su olvido de perseguir lo trascendente en lugar de lo fugaz,
- contra la imagen que había internalizado, y por tanto integrado a su personalidad, de su extraviado hermano Esav.
Así, vemos que nuestro padre Yaakov llegó a un punto en su existencia en la cual por primera vez descubrió sus heridas errores y hábitos descaminados, es decir, ante el encuentro crucial con su hermano, el patriarca desnudó para sí su alma, ante el Señor, y cuando reconoció lo que no era correcto, luchó contra sí mismo junto al poder del Eterno.
En esta primera instancia, las líneas sagradas nos enseñan que cuando un escogido lucha contra esa parte perversa que compone su ser, contra lo que lo aleja de su esencia más preciosa, contra lo que abjura del Eterno. Cuando el redimido se esmera y esfuerza por crecer, en lugar de vegetar o afanarse por el triunfo vacío, entonces, la persona está haciendo lo que hiciera Yaakov. Y si vamos armados con Torah (Instrucción) y sus preceptos, junto a la voluntad de combatir hasta las últimas consecuencias, entonces, estamos en condiciones de vencer nuestro Yetzer HaRá (inclinación a lo negativo -carne-), y así vencernos a nosotros mismos. Sólo de ese modo lograremos superar nuestra antigua identidad apática y pasar a ser una nueva persona, alguien capaz de enfrentarse sin tapujos contra lo negativo, y adentrarse en lo positivo para ya nunca más fracasar.
Sin embargo, en la evaluación de Jacob, su oponente de lucha era más que un simple ángel encarnando su vieja naturaleza herida. Era nada menos que el «Ángel del SEÑOR«, es decir, el Mesías pre-encarnado, y la manifestación visible del Dios invisible.
Cuando Jacob (hebreo: Yaakov) comenzó a orar esa noche, poco sabía que como él clamó a Yahvéh por fuerza y liberación, acabaría luchando con Dios mismo. De la forma en que él luchó en la oración, fue con la sensación de que el SEÑOR estaba realmente presente con él. A medida que él gritó más y más en la oración, la presencia del Eterno se hizo más y más real para él hasta que, de repente, ¡Él era real! Los brazos levantados de Jacob en realidad estaban aferrados a YHVH mismo, Dios en forma humana. Fue una larga lucha indecisa. Pero una vez que se dio cuenta Yaakov con quien peleaba, declaró: «No te dejaré, si no me bendices«. Yaakov no estaba luchando más, sólo se estaba aferrando. Yaakov sintió que, si se soltaba por un momento, significaría que Dios le había dejado su oración sin respuesta; y así se aferraba desesperadamente, pidiendo al mismo tiempo Su bendición. Se dio cuenta de que no se llega a ninguna parte luchando y resistiendo a Dios.
Así, al ver que la fe y la comprensión de Su siervo fueron creciendo mientras se aferraba, El SEÑOR en Su gracia permitió a Jacob que se sujetara a Él. Nuestro padre Yaakov ha sido reducido al lugar donde lo único que puede hacer es aferrarse al Eterno con todas sus fuerzas. Él ya no puede pelear, pero sí puede agarrarse bien. No es un mal lugar donde estar. La única manera en que usted consigue algo con Dios es cediendo y simplemente aferrándose a Su Presencia.
Al rayar el alba, el Ángel de Yahvéh misteriosamente pidió a Yaakov: “Déjame…” (v.25). En algún momento, cuando el Señor vio que no podía dominar a Yaakov, le dio la bendición que buscaba. Al parecer, ¡Yaakov podía más que Él! No era porque Yaakov era más fuerte que el Mesías. No era que Él no podía dominar a Yaakov, sino que Él permitió a Jacob aferrarse. Las palabras del Señor se deben, más bien, a la tenacidad con la cual Yaakov ‘peleaba’, y su insistencia en seguir confiando en sí mismo, en vez de ‘soltar’ su autoconfianza, y aprender a confiar en Dios. Pero viendo que no podía con él, le atacó el encaje de su muslo, y se le descoyuntó el muslo a Yaakov mientras luchaba con él (32:25), para que recordara por siempre esta experiencia.
Esta acción no debe ser tomada como un castigo, sino como parte del discipulado del patriarca. Esto representa la manera en que a veces Dios tiene que quebrantarnos, para que dejemos de confiar en nosotros mismos, y aprendamos a confiar incondicionalmente en Él. Esto sería un recordatorio continuo de este encuentro único.
Sin embargo, Yaakov siguió luchando por la bendición, a pesar de tener el muslo descoyuntado. Esta descoyuntura en Yaakov fue su castigo por querer huir y no depender de Dios. Aquí, el Señor está contestando la oración de Yaakov que encontramos en Génesis 32:9-12. Pero antes de que Yaakov pueda ser librado de la mano de su hermano, tiene que ser librado de su propia voluntad y autosuficiencia. Yaakov pensaba que el verdadero enemigo estaba fuera de sí, o sea, Esav. En esta lucha descubrió que el enemigo verdadero era su propia naturaleza carnal, que no había sido conquistado por Dios.
El Eterno tendrá la victoria en nuestras vidas si es que nosotros dejamos nuestro ‘yo’ (ego) al gobierno de Dios. Mientras no sea así, habrá una lucha constante entre el Señor y nosotros.
El Nombre de Jacob Fue Cambiado (vv. 27-28)
Cuando el Ángel de Yahvéh le preguntó: “¿Cuál es tu nombre?” (v.27), no era porque no lo conocía; sino porque quería confrontar a Yaakov consigo mismo. El Señor quería llegar a ese punto en su vida, al punto de confesar quien verdaderamente era en sí mismo. Era necesario admitir que su nombre significaba lo que hasta ese momento su hermano Esav había dicho: «suplantador» o «estafador» (Gén. 25:26; 27:36), lo cual implica un reconocimiento de que había algo en él que no era agradable ante el Cielo, al ser capaz de mentir, engañar y hurtar para obtener beneficios materiales y espirituales. Fue un nombre apropiado para un hombre que siempre tomaba lo que quería a la fuerza o por medio de estrategias humanas. Pero ahora recibe otro nombre. El Ángel del Señor dice:
“No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido.”
(Génesis 32: 28)
“Israel” este nombre significa «el que lucha con la fuerza del Principio de Dios» y así vence a los hombres (Esav y Laván).
Lo extraño de esto es que Dios le dice: “y has vencido” (v.28) en un sentido de felicitación. ¿Por qué lo felicita por eso?
Uno pensaría que la manera en que venció, tanto a Esav como a Labán, no merecía una felicitación, por parte de Dios; menos una felicitación por haber estado peleando con Dios, hasta vencerlo. Al parecer, Dios lo estaba felicitando, por su perseverancia. La perseverancia en su lucha con Dios debe entenderse en el sentido de la oración. Yaakov no estaba dispuesto a dejar de orar y clamar al Señor, hasta que Él se comprometiera a darle la victoria.
Yaakov venció en el sentido de que aguantó a través de su batalla hasta que Dios lo conquistó completamente. Cuando luchas contra Dios, solo ganas por perder y por no darte por vencido hasta que sabes que has perdido. Así es como Yaakov venció.
Esto es muchas veces lo que Dios tiene que hacer con nosotros. Tiene que llevarnos a reconocer nuestras debilidades y nuestra naturaleza pecaminosa. Lo mismo que el Eterno enseñó a Yaakov allí en Peniel, hoy nos está hablando a través del Espíritu de Yeshúa. Para poder avanzar y crecer en la vida espiritual, tenemos que ser suficientemente honestos, y reconocer quienes somos ante el Eterno cuando aún no nos sometemos a su señorío: simples pecadores.
La importancia del nuevo nombre de Jacob fue que le permitió entender su nueva pertenencia. Ahora su identidad dependía del Eterno como su único Dueño. El nuevo nombre sería para recordarle siempre su nuevo destino, y la cojera adquirida sería para recordarle siempre que vivir en el temor de YHVH sería el único secreto del éxito en su peregrinar por la vida (Proverbios 9:10).
Antes de regresar a la Tierra Prometida, Yaakov se encontró con el Eterno. Este evento fue un punto de inflexión en su vida. Para Yaakov, la victoria en la oración fue recibir la bendición de Dios. Él la pidió (v.26), y la recibió (v.29). El texto no indica en qué consistió dicha bendición. En parte, pudo haber sido su nuevo nombre; y en parte, la liberación de las manos de Esaú. Yaakov recibió un nuevo nombre que indicaba la naturaleza de su nueva relación con Yahvéh.
Finalmente, se enteró de que en el modo de hacer las cosas del Señor, la fuerza llegaría a través de la debilidad de su alma frente al poderoso Trono del Eterno. Nuestro padre Yaakov terminó débil físicamente (v.31), pero más fuerte espiritualmente. Eso lo evidencia el siguiente capítulo (Gén. 33:3), cuando él se coloca al frente de su familia, para ir al encuentro con Esav. Ya no estaba confiando en sus estrategias humanas, sino en solamente en la Benevolencia del Eterno.