Por P.A. David Nesher
“Vosotros sois hijos de Yahvéh vuestro Dios; no os sajaréis ni os rasuraréis la frente a causa de un muerto.”
(Devarim/Deuteronomio 14:1)
En el año 2015, el Papa Francisco, máxima autoridad de la Iglesia Católica Romana, publicó la primera entrega de su nuevo blog, El Video del Papa, con el título “Diálogo Interreligioso”. En este corto, pero impactante video, el Papa dice entre otras cosas que “muchos piensan distinto, sienten distinto, buscan a Dios o encuentran a Dios de diversa manera”, para luego concluir afirmando que: “¡TODOS SOMOS HIJOS DE DIOS!”.
Las reacciones de sectores dentro y fuera de la Iglesia Católica no se dieron a esperar ya que dicha declaración es interpretada como controversial, infame y hasta herética aun entre su propio círculo de feligreses y seguidores. Y es que el dogmatismo que el sistema reptiliano implanta en la mente de las masas asegura desde su «espiritualidad» que todos los seres humanos somos hijos de Dios, puesto que todos los seres humanos fuimos creados por Él y que por lo tanto el Eterno nos ama como a hijos, y está intrínsecamente comprometido a bendecirnos por tal condición.
Ahora bien, cuando leemos este pasaje de la Torah que la parashá Ree nos proporciona, notamos que en primera instancia, Yahvéh revela que los hijos de Israel son los únicos llamados por El como hijos de Dios.
Al pasar los años, el mensaje del profeta Isaías deja en claro, por medio de sus oráculos, que Israel habían de alguna manera perdido la oportunidad de concretar en acto su condición de hijos de Dios, debido a su conducta rebelde:
“Oíd, cielos, y escucha, tierra, porque Yahvéh habla: hijos crié y los hice crecer, más ellos se han rebelado contra mí.”
(Isaías 1:2)
Aún así, queda claro en el mensaje profético que los hijos físicos de Israel son considerados por el Eterno como hijos suyos, incluso los que se hayan rebelado contra Él.
En el Talmud, para explicar esto, podemos leer que los sabios dicen lo siguiente:
Rabí Yehudá dijo: “Cuando os comportáis como hijos sois llamados hijos; si no, sois llamados esclavos del Eterno”.
Rabí Meír decía: “De todas formas sois “hijos” pues se dice: “Son hijos insensatos”, (cf. Jeremías 4:22; Deuteronomio 32:20).
Por ello, el apóstol Juan dejó como testimonio en su Evangelio que el Mesías venía en la misión de reunir a las dos casas de Israel, pues sus integrantes eran considerados los hijos de Dios:
“Ahora bien, no dijo esto de su propia iniciativa, sino que siendo el sumo sacerdote ese año, profetizó que Yeshúa iba a morir por la nación (judía); y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que están esparcidos.”
(Juan 11:51-52)
Hasta aquí todo es perfectamente entendible, pero aún es necesario decir algo muy importante. A las misma vez que las Sagradas Escrituras enseñan, por un lado, que los hijos de Israel son llamados hijos de Dios, por otro lado, revelan que debe cumplirse con ciertos requisitos para llegar a serlo en acto.
Nuestro Maestro fue el primero en establecer dichos requisitos, al enseñar Su yugo a aquellos primeros discípulos que lo seguían. Él mismo expresó lo que luego las comunidades del primer siglo sostendrían:
“Dichosos los de limpio corazón, pues ellos serán llamados hijos de Dios… Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos, y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos; porque Él hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.”
(Mateo 5:9, 44-45)
Es interesante notar aquí la tensión que se da entre la expresión “para que seáis”, y la frase “vuestro Padre”. Desde esto surge el siguiente planteo: si el Eterno ya era su Padre, ¿por qué tenían que amar a los enemigos para llegar a ser sus hijos? Entonces notamos que en esta enseñanza, nuestro amado Dueño Yeshúa deja en claro que existen diferentes significados de la palabra hijo, y el hecho de tener a Dios por Padre.
Entonces, para comprender bien este tema tan profundo, nuestra alma debe continuar escuchando al Gran Maestro, quien en otra ocasión dijo lo siguiente:
“Antes bien, amad a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad no esperando nada a cambio, y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo; porque Él es bondadoso para con los ingratos y perversos. Sed misericordiosos, así como vuestro Padre es misericordioso.”
(Lucas 6:35-36)
Aquí notamos que Yeshúa vuelve a generar la misma tensión de expresiones. Por un lado Él dice «vuestro Padre» a aquellos que necesitan amar y prestar sin esperar nada a cambio para poder llegar a ser hijos de Altísimo. Evidentemente, el yugo de Yeshúa tenía una mensaje profético muy importante para todo el Pueblo Elegido. Por un lado ya eran hijos, pero por el otro necesitaban vivir de acuerdo a los mandamientos para llegar a serlo. Comparemos con dos textos escritos después de la resurrección del Mesías.
Este mensaje se sostendrá a lo largo del primer siglo en todas las comunidades de los discípulos del Camino que se establecían en el mundo. Los invito a considerar solamente dos pasajes de los Escritos Mesiánicos que demostrarán esto:
“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados.”
(Efesios 5:1 )
Así mimo, el apóstol Pablo les escribió a los creyentes de Filipos lo siguiente:
“Para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación torcida y perversa…”
(Filipenses 2:15)
Como podemos notar, los mismo pensamientos presentados por Yeshúa referentes a la potencia y acto de ser hijos de Dios, eran conceptos permanentemente proclamados y meditados en las enseñanzas apostólicas.
Volviendo a los días del ministerio terrenal de nuestro Maestro, nos encontramos con una conversación radical entre Yeshúa y algunos de los hijos físicos de Israel en donde está escrito:
“Entonces Yeshúa decía a los judíos que habían creído en él… Sé que sois descendientes de Avraham; y sin embargo procuráis matarme porque mi palabra no tiene cabida en vosotros…. Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais, porque yo salí de Dios y vine de él… sois de vuestro padre el diablo… El que es de Dios escucha las palabras de Dios; por eso vosotros no escucháis, porque no sois de Dios.”
(Juan 8:31, 37, 42, 44, 47)
A través de este diálogo, Yeshúa nos enseña que no es suficiente ser hijos físicos de Avraham para ser contados como Hijos de Dios. Estos judíos era hijos físicos de Avraham, circuncidados en la carne, pero no fueron reconocidos como hijos de Dios por Yeshúa, sino todo lo contrario, como hijos del adversario (HaSatán).
Por lo considerado hasta aquí, notamos que según el pensamiento hebreo, el hecho de ser hijo tiene que ver con dos cosas:
- por un lado significa haber nacido físicamente y ser un heredero genético de aquel que es llamado padre.
- por el otro lado significa ser un representante y un seguidor de alguien.
Con estos conceptos en mente, podemos también decir que la idea de tener a HaSatán como padre no significa que el adversario tenga el poder de engendrar hijos físicos. De igual modo, cuando las Escrituras hablan de ser hijo de Dios, no significa que Yahvéh pueda engendrar, sino más bien que reconoces que Él es la Fuente que te da origen y que tú eres su representante y fiel seguidor de Su Instrucción. Teniendo en cuenta esto, es fácil entender por qué el Mesías y el apóstol Pablo enseñan que uno tiene que cumplir los mandamientos de Dios para llegar a ser un hijo del Padre celestial. De esa manera uno actúa como un buen seguidor y su manera de ser representa la manera de ser de tu Padre celestial, y de esa manera llegas a ser su hijo. Entonces, como ser un hijo no significa obligatoriamente, que uno haya sido engendrado en el sentido biológico, sino puede significar ser un seguidor, un imitador, un discípulo y un representante. Por eso es que en las Sagradas Escrituras los jueces son también llamados “hijos de Dios” por haber recibido puestos de autoridad y representan al Eterno en la sociedad (cf. Salmo 82).
Entonces, ¿en qué términos se refiere la Escritura Sagrada a aquellos que no rigen sus vidas conforme a Su Instrucción (Torah) y viven ajenos a los mandatos de Dios? Las líneas bíblicas nos lo dicen así:
«…en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, en los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de la carne, haciendo la voluntad de la carne, y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.»
(Efesios 2.2-3)
Acá el Espíritu de Dios se refiere a los que no son sus hijos, a los que no viven conforme a Su Instrucción, a los corruptos e inmorales e,incluso, a los que son «buenas personas» según los criterios humanos, pero viven alejados de la guía de Yahvéh como «hijos de desobediencia» e «hijos de ira». Así, las Sagradas Escrituras clasifican a la humanidad solo en dos grupos: los «hijos de Dios» y los «hijos de desobediencia» (o hijos de HaSatán).
Antes de continuar, necesito hacer una alto en la dinámica del tema que estamos tratando, para solicitarte que entiendas que aquí no estamos hablando de la Salvación, sino del camino para llegar a ser un fiel representante de Yahvéh aquí en la Tierra, y así lograr unir el Mundo de Arriba con el Mundo de Abajo, evitando el caos y la propagación de toda forma de mal.
Ahora sí, continuando con esta maravillosa temática, debemos aceptar que las Sagradas Escrituras también revelan otro aspecto en cuanto a ser hijo de Dios: la adopción como hijos.
Será el apóstol Pablo quien tendrá el privilegio celestial de desarrollar este tema escribiéndole a los creyentes romanos lo siguiente:
“Esto es, no son los hijos de la carne los que son hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa son considerados como descendientes… Y acontecerá que en el lugar donde les fue dicho:
«Vosotros no sois mi pueblo», allí serán llamados hijos del Dios viviente.”
(Romanos 9:8, 26)
“Porque desearía yo mismo ser anatema, separado del Mesías por amor a mis hermanos, mis parientes según la carne, que son israelitas, a quienes pertenece la adopción como hijos, y la gloria, los pactos, la promulgación de la Torá, el culto y las promesas.”
(Romanos 9:3-4)
Según este texto, el derecho de ser hijos de Dios pertenece a los hijos físicos de Avraham, Yitsjak e Israel, los judíos, que el apóstol dice que eran parientes en la carne. Estos versículos enseñan que el derecho de ser hijos de Dios es algo que pertenece a los hijos de Israel. Pero también nos enseña que, de alguna manera, muchos de los hijos de Israel pierden ese derecho por causa de su infidelidad contra el Nombre del Eterno (cf. Lucas 15).
Lo que el apóstol Pablo estaba enseñando, estaba relacionado con el oráculo que el profeta Oseas había dejado siglos antes:
“Y el número de los hijos de Israel será como la arena del mar, que no se puede medir ni contar; y sucederá que, en el lugar donde se les dice: No sois mi pueblo, se les dirá: hijos del Dios viviente.”
(Oseas 1:10 )
Sabemos por el relato histórico que los hijos de la Casa de Israel, es decir, las diez tribus del Reino del Norte, perdieron el derecho de ser pueblo de Yahvéh, y por lo tanto no fueron contados más como hijos. Este oráculo profético nos enseña, lo mismo que hemos visto antes, que los israelitas pueden perder lo que les pertenece, por su infidelidad al pacto con Yahvéh. Pero, a la misma vez, notamos que el profeta habla de una restauración de ese privilegio. Hoy, sabemos que, mediante la redención en Yeshúa el Mesías. todos los descendientes de la casa de Israel, que se habían perdido entre las naciones, cuentan con el privilegio de regresar al derecho de ser llamados hijos de Dios.
Estando sujeto a esta idea divina, el apóstol Juan, al escribir su Evangelio, escribirá:
“Pero a todos los que le recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, que no fueron engendrados de sangre ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios.”
(Juan 1:12-13)
Según este texto, todos los que reciben a Yeshúa y creen en su Nombre llegan a ser hijos de Dios. De esa manera son engendrados por Dios para ser sus hijos. Este texto está hablando tanto a los judíos como a los no judíos. Esta forma de ser hijo de Dios no se puede obtener por medio de ser descendiente de Israel según la sangre, ni por la voluntad de la carne, ni por la voluntad de ningún hombre, porque es una obra sobrenatural hecha por el mismo Yahvéh. Obviamente, en este contexto están excluidos como hijos de Dios, los que reclaman serlo únicamente por medio de ser descendientes físicos de Israel. Necesitan esta experiencia divina, activada por medio del Mesías, para poder recibir la potestad de llegar a ser hechos hijos de Dios.
Así es como pensaban y se manejaban en su metodología de enseñanza las primeras comunidades de creyentes en Yeshúa. El apóstol Pablo demuestra esto al escribir su epístola a los Gálatas diciéndoles:
“A fin de que redimiera a los que estaban bajo ley, para que recibiéramos la adopción de hijos. Y porque sois hijos, Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, clamando ¡Abba! ¡Padre!”
(Gálatas 4:5)
Vemos que los que estaban «bajo ley» (Halajah) necesitaban ser redimidos para poder recibir esa adopción de hijos, que realmente les pertenecía como hijos de Israel, y miembros del Pacto. (NOTA: Dejo en claro que la expresión “Bajo la ley” es una expresión que significa legalismo, y alude a la parte legalista del judaísmo de la época, que se jactaba de ser mejor que el resto de las naciones por guardar la Halajah o ley de costumbres y tradiciones que explicaban la praxis de la Torah).
Este mismo pensamiento podemos también verlos en la epístola de Pablo a los efesios, cuando les escribió:
“Nos escogió (a los judíos) en él (Mesías) antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él. En amor nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Yeshúa el Mesías, conforme al beneplácito de su voluntad… a fin de que nosotros (los judíos), que fuimos los primeros en esperar en el Mesías, seamos para alabanza de su gloria. En él también vosotros (los gentiles), después de escuchar el mensaje de la verdad, las buenas nuevas de vuestra salvación, y habiendo creído, fuisteis sellados con el Espíritu de santidad de la promesa, que nos es dado (a judíos y no judíos que recibieron el mensaje de la verdad) como garantía de nuestra herencia…”
(Efesios 1:4-5, 12-14)
Algunos puede que se estén haciendo esta pregunta: ¿No eran Moshé y David, que vivían antes de Yeshúa, verdaderos hijos de Dios? Pues bien, en el versículo 12 tenemos la respuesta a este cuestionamiento:
“a fin de que nosotros (los judíos y sus ancestros), que fuimos los primeros en esperar en el Mesías, seamos para alabanza de su gloria.”
Aquí habla de los que eran los primeros en esperar en el Mesías. Los que esperaban en el Mesías eran los que vivían antes de Yeshúa. Entonces, según este contexto, los que antes estaban esperando al Mesías están incluidos entre los que han sido predestinados desde antes de la fundación del mundo para recibir la adopción como hijos de Dios, mediante Yeshúa el Mesías, en quien tienen redención mediante su sangre, el perdón de los pecados según las riquezas de la gracia del Padre (cf. versos 1-7). Entonces los que antes habían estado esperando en el Mesías y habían puesto su confianza en lo que el Eterno iba a hacer por medios de Él, fueron considerados como hijos de Dios. Tuvieron el privilegio de gozar de este diseño, antes que el Mesías se manifestara, sencillamente porque colocaron toda su fe en lo que de Él se anunciaba en los oráculos divinos.
De la misma manera como nosotros miramos hacia atrás en una obra redentora eterna y terminada con la muerte, resurrección y ascención del Mesías, así también ellos miraron hacia el futuro esperando y creyendo en la misma obra salvadora, aunque no tenían todos los detalles tan claros como nosotros. Los que vivían antes de Yeshúa fueron salvos por medio de la fe en el poder redentor de Yahvéh al igual que nosotros que vivimos después de la primera venida de Yeshúa. Es la misma fe en la misma obra redentora mediante la sangre del Mesías, testificada y afirmada por las Sagradas Escrituras desde el principio hasta el fin.
En esta cosmovisión hebrea el Mesías mismo afirmó:
“Examináis las Escrituras, porque vosotros pensáis que en ellas tenéis vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí…
Porque si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él.”
(Juan 5:39, 46)
En la epístola del apóstol Pedro está escrito:
“Acerca de esta salvación, los profetas que profetizaron de la gracia que vendría a vosotros, diligentemente inquirieron e indagaron, procurando saber qué persona o tiempo indicaba el Espíritu del Mesías dentro de ellos, al predecir los sufrimientos del Mesías y las glorias que seguirían.”
(1 Pedro 1:10-11)
Según este texto, el Espíritu del Mesías indicaba cosas dentro de los profetas que vivían antes del Mesías. Ellos sabían que el Mesías iba a venir para morir y luego resucitar, y así lo proclamaban en sus oráculos. El pueblo que creyó el mensaje de los profetas recibieron la salvación por la fe en Yahvéh que iba a enviar al Redentor, que los iba a liberar del pecado y de la muerte (cf. Génesis 3:15).
La pregunta surge si estos profetas verdaderamente tenían el Espíritu del Mesías morando dentro de ellos todo el tiempo o si solamente estaba sobre ellos e indicaba cosas dentro de ellos. Es obvio que Moshé y David tenían el Espíritu del Mesías sobre ellos, pero no sé si verdaderamente tenían el Espíritu morando dentro de ellos como nosotros lo estamos experimentando en esta Era Mesiánica (cf. Juan 14:17; Hechos 5:32; 19:2; Romanos 5:5; 8:9, 11, 15-16; 1 Corintios 3:16; 6:19; 2 Corintios 1:21-22; 5:5; Gálatas 3:2, 14; 4:5; Efesios 1:13-14; 4:23, 30; 5:18; 2 Timoteo 1:14; Hebreos 6:4b; Jacobo 4:5; 1 Juan 1:27; 3:24; 4:13).
El apóstol Pablo escribió lo siguiente:
“El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.”
(Romanos 8:16)
Parece ser que los que vivieron y murieron antes de la resurrección del Mesías no podían experimentar en su interior lo que es la regeneración de sus espíritus. Lo tenían potencialmente, pero no en acto. Lo tenían en la esperanza del Olam Havá (Mundo Venidero), pero no en la experiencia y la vivencia cotidiana.
Esto era así, ya que nadie podía experimentar el resultado de la resurrección del Mesías en su interior hasta después de ese evento mismo (cf. 1 Pedro 1:3). Esta experiencia sobrenatural sólo pudo ser vivida después que el Mesías resucitó y se apareció a sus testigos. Así fue como ocurrió con los discípulos cuando Yeshúa sopló sobre ellos después de su resurrección (cf. Juan 20:22). Ellos experimentaron la Nueva Creación por el soplo del Hijo de Dios. De la misma manera que Adam experimentó la vida por primera vez, por un soplo del Eterno, estos varones vivieron por primera vez el espíritu del Gan Eden. Por ende, la experiencia de la nueva vida en el Mesías es un resultado de su resurrección, y esa experiencia sobrenatural ocurrió con los discípulos cuando Yeshúa sopló sobre ellos después de haber resucitado. Por lo tanto, los que vivían antes de la resurrección de Yeshúa, no habían podido experimentar la regeneración del espíritu. No podían recibir el Espíritu de Santidad ni como una fuente dentro de sí (cf. Juan 4:14, ni como ríos de agua viva en su interior, cf. Juan 7:37-39; 2 Corintios 3).
En el Evangelio de Juan, notamos que este es el tema principal de sus líneas, por ello encontramos que está escrito lo siguiente:
“Y yo rogaré al Padre, y Él os dará otro Ayudador para que esté con vosotros para siempre; el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque ni le ve ni le conoce, pero vosotros sí le conocéis porque mora con vosotros y estará en vosotros.”
(Juan 14:16-17)
Considerando esto, podemos entender que la fuente dentro del ser humano, de la cual se habla en Juan 4:14, es un resultado de la experiencia de la regeneración del espíritu del hombre, cuando el Espíritu de Padre entra a morar dentro del creyente, en su espíritu. Los ríos de agua viva, de los cuales se hablan en Juan capítulo 7 versículos 37 al 39, es la experiencia del sumergimiento (bautismo) en el Espíritu de santidad, que no era posible experimentar antes de que Yeshúa fuese glorificado. Vemos como los discípulos del Mesías experimentaron, por primera vez, este sumergimiento espiritual en la Fiesta de Shavuot (Pentecostés), según lo relatado en Hechos capítulo dos.
En la carta a los Gálatas en apóstol Pablo afirmará esto diciendo:
“Pues todos sois hijos de Dios mediante la fe en el Mesías Yeshúa.”
(Gálatas 3:26)
Así mismo, a los discípulos residentes en la ciudad de Roma el apóstol Pablo les expresó:
“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que habéis recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos ¡Abba! ¡Padre!”
(Romanos 8:14-15)
Por lo tanto, una persona que no se guía por la Instrucción (Torah) divina en su estilo de vida, espiritualidad, fe y moral, no puede dar señal de que es un verdadero hijo de Dios. El Espíritu Santo pone en nosotros el deseo de obedecer su Palabra y esa misma Palabra nos limpia, según lo que Jesús mismo dijo:
«Ya vosotros estáis limpios por medio de la Palabra que os he dado»
(Juan 15.3)
Está bien claro: son hijos de Dios “los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios”. Y dejarse guiar por el Espíritu de Dios es ir descubriendo y aceptando incondicionalmente la Voluntad de Dios para nuestra vida que es buena, agradable y perfecta. Es ir descubriendo “el tesoro de su gracia” encerrado en “el misterio de su Voluntad”. (Efesios 1: 5-6) Entonces, ¿cómo podemos decir ser hijos de Dios si la Escritura Sagrada es clara en que los verdaderos hijos se guían por su Palabra y no lo hacemos, ni la leemos, ni la conocemos?
En su primera epístola, el apóstol Juan exhortaba a los creyentes en Yeshúa a recordar lo siguiente:
“Mirad cuán gran amor nos ha otorgado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; y eso somos. Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él. Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él porque le veremos como él es… En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del adversario: todo aquel que no practica la justicia (expresada en la Torá), no es de Dios: tampoco aquel que no ama a su hermano… En esto sabemos que amamos a los hijos de Dios: cuando amamos a Dios y hacemos sus mandamientos.”
(1 Juan 3:1-2, 10; 5:2)
Así pues, notamos que a lo largo de los Escritos Mesiánicos se enseña enfáticamente que los que creen en Yeshúa reciben la adopción como hijos de Dios. En el momento de recibir a Yeshúa, el espíritu del hombre es regenerado y el Espíritu de Dios entra a morar dentro de su cuerpo que se convierte en un templo santo.
Pero al mismo tiempo vemos que la adopción como hijos de Dios contiene una connotación futura. No nos hemos convertido en hijos de Dios totalmente, puesto que nuestros cuerpos no han sido transformados todavía, según donde está escrito:
“Porque el anhelo profundo de la creación es aguardar ansiosamente la revelación de los hijos de Dios… la creación misma será también liberada de la esclavitud de la corrupción a la libertad de la gloria de los hijos de Dios… Aun nosotros mismos gemimos en nuestro interior, aguardando ansiosamente la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo.”
(Romanos 8:19, 21, 23)
Así pues, después de todo lo que juntos hemos considerado en este estudio, podemos realizar el siguiente sumario:
- Los hijos de Israel son hijos de Dios por ser parte de los pactos.
- Ser hijo significa por un lado ser parte de un pacto familiar y por el otro ser un imitador fiel y un representante del Padre.
- Solamente los hijos de Israel, que son creyentes en el Mesías redentor, serán finalmente reconocidos como hijos de Dios.
- Uno puede ser hijo de Dios en un nivel sin serlo en otro nivel más alto.
- Los santos que vivían antes de Yeshúa fueron salvos por medio de la fe en El que había prometido la venida del Mesías sufriente, pero no podían experimentar la regeneración de sus espíritus, porque el Mesías Yeshúa todavía no había resucitado.
- Para poder ser hijo de Dios, mediante la regeneración del espíritu, hay que recibir a Yeshúa HaMashíaj, aceptándolo como el Salvador y Dueño de nuestras vidas.
- No seremos plenamente hijos de Dios hasta la Segunda Venida (Parusía) del Mesías.
En el primer capítulo del Evangelio de Juan claramente se dice quiénes son los hijos de Dios y cómo se logra esto: «Creer en Él y recibirlo«. Eso implica una renuncia a una vida de pecado y un acercamiento sincero, humilde y genuino, sin condicionamientos, a vivir una vida conforme a su Instrucción y el yugo de la misma que Él ofrece. No se trata de una religión, no se trata de qué uno cree, no se trata de buenas obras, se trata de qué dice Yahvéh. No hay otro camino.