«Aconteció que al tercer día se puso Ester su vestido real, y entró al patio interior de la casa del rey, frente al aposento del rey; y estaba el rey sentado en su trono dentro del aposento real, frente a la puerta del aposento. Cuando el rey vio a la reina Ester que estaba en el patio, la miró complacido, y le extendió el cetro de oro que tenía en la mano. Entonces se acercó Ester y tocó la punta del cetro. Dijo el rey: ¿Qué tienes reina Ester, y cuál es tu petición? Hasta la mitad del reino se te dará.»
(Ester 5:1-3)
Ester la reina es una persona de poder e influencia, pero Ester es una mujer, como cualquiera de nosotros un ser humano, sujeto a todos los temores y vacilaciones que nosotros conocemos también. Una mujer tentada a mantenerse al margen y dejar que otros hagan la historia. Pero por simple que sea su pensamiento, de repente toma conciencia de que puede usar su posición privilegiada delante del rey para el bien de su pueblo.
Ester va a identificarse con su pueblo y obtiene la posición para interceder o colocarse en medio a favor de él. Va ante el trono representando a otros. Ella es consciente que es el conducto de otros. Sabe que por simple que sea, o aparente ser, puede influir en los eventos humanos. Antes de interceder ante el rey ella debe interceder ante un poder más alto y llama a todos los judíos de la capital a un ayuno por tres días y tres noches, ella y sus doncellas también lo harán y dijo «… si perezco, que perezca» (Ester 4:16).
El ayuno fortaleció a Ester y la motivó a interceder arriesgando su propio confort y tranquilidad para acercarse al trono a defender a su pueblo. De esta manera, el Espíritu de Dios quiere mostrarnos una lección vital sobre lo que significa la oración intercesora. Lo primero que se nos revela es que la intercesión depende no tanto de nuestras capacidades, sino el uso adecuado y oportuno de la posición que el Señor nos ha dado.
La posición de reina le da a Ester acceso al trono y ella usa este acceso para el bien de su pueblo. De igual modo, nuestra unión con el Mesías nos da acceso al Trono del Padre. Como Ester disfrutamos de esa posición privilegiada y, al igual que ella, nosotros estamos llamados a emplearla para el bien de nuestro pueblo, el pueblo del Monte Santo de YHVH. Esta es la correcta posición intercesora que se mueve en el corazón de un redimido.
Sabemos que aun está desarrollándose una batalla por el destino de nuestro pueblo. Las fuerzas de Amalec aun buscan destruir la Iglesia de Cristo y se oponen al desarrollo pleno del diseño de redención del Eterno Dios para todos las naciones. Estas fuerzas son los «principados y potestades» de los que habla el apóstol Pablo en su carta a los Efesios. Al final el Mesías vengará a todos los que sufrieron, pero mientras tanto nosotros tenemos un papel muy importante que jugar.
Nosotros nos erguimos junto al Mesías y utilizamos nuestro acceso al Trono de las Alturas para orar por el verdadero Israel y contra las fuerzas que se le oponen.
Sabemos que en el conflicto espiritual con Amalec nuestra arma más poderosa es la oración. Ester nos recuerda la potencia de esta arma. Ester llamó a todos los judíos de su ciudad a unirse con ella en ayuno.
Si nos unimos en oración y en solidaridad, hay un gran poder que se manifestará para transmutar toda circunstancia adversa decretada por el enemigo para nuestra destrucción.