Por P.A. David Nesher
«Después Jacob llegó sano y salvo a la ciudad de Siquem, que está en la tierra de Canaán, cuando venía de Padan-aram; y acampó delante de la ciudad. Y compró una parte del campo, donde plantó su tienda, de mano de los hijos de Hamor padre de Siquem, por cien monedas. Y erigió allí un altar, y lo llamó El-Elohe-Israel».
(Génesis 33: 18- 20)
Por P.A. David Nesher
Después de que Yaakov pudo palpar el poder milagroso del Eterno causando la reconciliación con su hermano Esav; nuestro padre en la fe prosiguió su viaje hasta llegar a Siquem, ciudad no muy lejos de Sucot, directamente al oeste del río Jaboc y unos 32 kilómetros del río Jordán. Allí, frente a la ciudad, acampó y compró la finca donde había plantado su tienda. Justamente el Eterno había dicho que estaría con Yaakov (28:15, 31:3), y el hecho de la expresión de que él «llegó en paz a Canaán» estaría indicando que nuestro padre vio aquí el cumplimiento de esa promesa.
De acuerdo con la sociedad cananea de esa época no era un ciudadano, por lo que acampó frente a la ciudad. Es bueno que Jacob haya venido a la tierra prometida, y que se haya quedado allí, pero, él no alcanzo, porque al parecer Dios le dirigió que se fuera a Bet-el (Génesis 31: 3, 13). Justamente, y a la luz de los hechos que Yaakov y su casa vivirán en esa ciudad (un escándalo y un suceso trágico), podemos considerar que el patriarca cometió un grave error al establecerse en aquel lugar, y no continuar en obediencia hacia dónde nuestro Abba le había indicado. Y así fue como el detenerse en su viaje quedándose en Siquem por un tiempo causó a Jacob y a su familia muy graves problemas y una gran tragedia que marcaría por siempre el alma del patriarca.
Hay dos asuntos de vital importancia que se revelan a lo largo de todo el libro del Bereshit (Génesis) de los que Yahvéh se ocupó de una forma providencial y específica. El primero de ellos tiene que ver con la herencia o linaje que establece la seguridad de la materialización del Código Sagrado: la Simiente de la Mujer (Génesis 3: 15). Dicha simiente se encontraba asegurada, y sellada por pacto, en la herencia prometida a Abraham, luego a Isaac y ahora a Jacob. El Eterno quería proteger la transmisión de dicha herencia por lo que no le agradaba en absoluto que se realizasen matrimonios mixtos entre mujeres de Su Pueblo y varones pertenecientes a los pueblos paganos que vivían a su alrededor, y viceversa. El segundo asunto importante era el entorno del individuo, lo cual tenía relevancia especialmente en la vida de Jacob, que tenía una familia numerosa, pues además de sus doce hijos tenía hijas. Este relato se concentra únicamente en su hija Dina, porque ella se vio implicada en los trágicos incidentes que he citado.
«Y allí donde había plantado su tienda, compró la parcela del campo de mano de los hijos de Hamor, padre de Siquem, por cien monedas» (33:19). El Eterno le había prometido a Yaakov toda la Tierra Prometida, tal como lo hiciera con Abraham e Isaac, pero esta era la única parte que Jacob poseía en realidad. La tierra que compró era excelente para pastoreo de sus rebaños y manadas. Además, nuestro padre cavó aquí un pozo que se conoció como el pozo de Sicar (Juan 4:6, 11-12). Años más tarde, este será el lugar donde se sepultarían los huesos de José (Josué 24:32). Por todo esto, Siquem se convirtió en una ciudad importante en la historia bíblica. Estaba situada en el Monte Gerizim, que más tarde se convertiría en el territorio de la tribu de Efraín. Estaba muy cerca de la ciudad de Samaria, que se convertiría, siglos después, en la capital del reino del norte de Israel. Cuando Yaakov llegó allí, la ciudad estaba bajo el control de los heveos, una tribu cananea, que era gobernada por un hombre llamado Hamor. Él tenía un hijo llamado Siquem, y en homenaje al orgullo de su hijo (tal como hiciera Caín) había nombrado a la ciudad.
«Y compró una parte del campo, donde plantó su tienda, de mano de los hijos de Hamor padre de Siquem, por cien monedas. Y erigió allí un altar, y lo llamó El-Elohe-Israel«.
El altar que erigió, Yaakov lo nombró: El-Elohe-Israel que significa literalmente «Dios es el Dios de Israel». Este fue el primer uso de su nuevo nombre; una evidencia que, aunque Yaakov había tenido un encuentro personal con el Mesías, y por ende, había nacido de nuevo, todavía estaba experimentado los rezagos de su viejo hombre. Hubo un cambio indudable en su vida, pero su desarrollo y consolidación fueron lentos. Yaakov levantó un altar desde su propia opinión, para destacar su nombre nuevo, más que el Nombre del verdadero Dios. Él desobedeció nuevamente porque sabía que Dios no quería que Su altar estuviera en Siquem; sino en Betel. Convengamos pues que aunque Yaakov hizo un altar, en verdad era obediencia lo que el Eterno más quería; no sacrificio. Por ello, Jacob llevará fruto malo y perderá tiempo porque está en un lugar donde no debe de estar.
Notamos que en ninguna parte Yaakov consultó al Eterno acerca de su decisión y, de hecho, no hay ninguna mención de Dios en toda esta sección. Los pastos de Siquem eran verdes, y sus posesiones habían aumentado hasta el punto de que todo movimiento de mudanza era difícil. Por ello, Yaakov se estableció en lo que él creía que era la vida sencilla, habiendo ya sea, pospuesto o dejado de lado el cumplimiento de la promesa de Yahvéh para él. Por esto, apareció un cáncer del sistema reptiliano en la familia de Jacob que no se había visto en la familia de Abraham o de Isaac. Los dos patriarcas anteriores tenían sus problemas familiares, sí, pero nada parecido a lo que veremos en la familia de Jacob. Dicho tumor del inframundo se extendió de tal modo en la casa de Yaakov que traerá una aflicción a su alma que durará por décadas.
Desde esta historia, y considerando la actitud errada de Yaakov, puedo decir que hay en ello una lección para nosotros. Sucede que muchas veces, cuando los hijos del Altísimo experimentamos una experiencia cumbre con el Eterno, al bajar del éxtasis, nos encontramos con la cruel y cruda realidad del sistema de cosas de HaSatán, y nos olvidamos de fortalecernos en el poder de la fuerza del Señor para hacerle frente y vencerlo. Ejemplo de esto encontramos, no sólo en el padre Yaakov, sino en muchos de los héroes de la fe. Cuando Moisés bajó del monte Sinaí, el pueblo se había moldeado un becerro de oro para adorarlo; después de que Elías derrotara a los profetas de Baal en el monte Carmelo, cayó en una profunda depresión. El rey David después de derrotar a los filisteos y los amonitas, reinando sobre todo Israel, y hacer lo que era correcto para todo su pueblo, se convirtió en un adúltero y un asesino. Su hijo, el rey Salomón fue el hombre más sabio del mundo y construyó el templo de Dios; sin embargo, en la cúspide de su vida, se convenció de que nada tuviera sentido después de que su corazón se volvió hacia los dioses de sus muchas concubinas. Del mismo modo, Jacob había luchado con Dios y, finalmente, había recibido su bendición en el camino correcto, pero luego puso a la Instrucción de Dios en un segundo plano.
¡Este era el hombre que había visto el rostro de Dios! ¡Este era el hombre por quien Yahvéh había prometido que todos los pueblos de la tierra serían bendecidos! Este era el hombre que quería la bendición patriarcal, que incluía ser el líder espiritual de la familia. ¡Y este era el hombre a quien el bien y la misericordia de Dios habían seguido todos los días de su vida! Sí, era ese hombre, un varón escogido desde el vientre de su madre. Pero también era el hombre que estaba en decadencia espiritual por causa de haberse instalado (o estancado) en Siquem. Esto es siempre lo mismo. Sólo hay una manera de deslizarse espiritualmente, esto es cuesta abajo, y Jacob se deslizó.
Cuántas veces, nosotros, tal y como le sucedió a Yaakov, terminamos hundidos en circunstancias muy complicadas que acarrean mucha aflicción al alma de todos aquellos que conforman nuestro círculo más íntimo. Todo por una sencilla razón: no ser sensibles a la voz del Señor y no ir a donde el Eterno ha señalado que quiere llevarnos.