Por P.A. David Nesher
«Que Me hagan un santuario, y Yo habitaré dentro de ellos.»
(Shemot / Éxodo 25:8)
El Eterno mismo invitó a Israel, Su amada, a traer una ofrenda elevada (hebreo: terumáh) de lo más valioso que tenían, empezando con oro y terminando con piedras preciosas. El propósito para la ofrenda era hacer un santuario para el Eterno dónde Él podía morar, y desde allí tener citas divinas con Su Esposa.
Así pues, fue en el desierto, a los pies del Sinaí, donde el Eterno ordenó la construcción de lo que en la teología occidental se conoce como El Tabernáculo. En realidad, en hebreo se denomina Mishkán. Esta expresión proviene de la voz hebrea “lishkon”, que es asentarse, morar, habitar. Interesante será mencionar aquí que de esta misma voz proviene “shejuná”, que es vecindario; así como “shajén”, que es vecino. También “Shekináh”, que es la Divina Presencia creativa moviéndose sobre la humanidad. Todo estos detalles los menciono ya que nos ayudan a entender el diseño de propósito de esta estructura celestial, pues el Mishkán fue comprendido por la mente de los israelitas como el sitio para la morada del Eterno.
El Mishkán fue hecho según el patrón mostrado a Moshé en el Monte Santo y fue así el tipo de las cosas celestiales. Esta enseñanza se desarrolla magisterialmente en la carta a los Hebreos. Allí leemos que el Mesías que es «Ministro del Mishkán, y de aquel verdadero Mishkán que Yahvéh asentó, y no hombre». El Mishkán es, pues el trasfondo de la exposición de la carta a los Hebreos (2:17 – 10:22). De una manera real y completa cada versículo de esta epístola sustentan toda la enseñanza experimental de las Sagradas Escritura. Como se ve en los Tehilim (Salmos) y en las cartas paulinas, todo creyente debe llegar a tener una clara comprensión de este diseño divino, a fin de consolidar este «modelo» del Mishkán en su corazón (espíritu y alma).
Por ello es que este diseño no permitió jamás que los que lo miraran creyeran que era morada de Dios en el sentido literal, finito, idolátrico, sino más bien, comprendían que era un lugar de encuentro o citas, particularmente designado, allí en donde Yahvéh siempre aguarda al ser humano. Claramente, el objetivo pedagógico de la construcción de este recinto no era proveer a Yahvéh, nuestro Dios, de un refugio, sino más bien proveer un camino (método) para que el ser humano ponga a Yahvéh dentro de su vida.
Con dicha cosmovisión, ese sitio, implantaba la comprensión de que lugar de encuentro divino puede ser cualquiera, porque no hay lugar fuera de la supervisión constante del Eterno. Pero, es el hombre el que precisa de un lugar particular, algo que lo defina, algo que lo enfoque. Todos los tiempos y lugares son propicios para el crecimiento integral del hombre. Todo espacio es bueno para el encuentro con Dios, para descubrir nuestra multidimensionalidad y unificarnos con Su Intención, pero precisamos de recordatorios, mojones, instituciones que nos lo tengan a la vista para que cada ser humano encuentre el modo de encontrarse su propia esencia y de ese modo con su Fuente, el Eterno Dios.
Al ver esta estructura de diseño celestial, el corazón de los hebreos se obligaba a meditar hasta sentir que el Dios de sus padres era un compañero peregrino; que donde acampaban Él acampaba. De esto, surgía una fuerte certeza de que sus enemigos, dificultades y las largas marchas fatigosas también eran las de YHVH Su Dios.
Tal sería este Mishkán, el lugar de encuentro con el Eterno, no por ser el único, sino por ser el señalado para tal fin. Por ello, el texto hebreo no dice que el Eterno quería habitar entre ellos, sino dentro de ellos, ya que la expresión en hebreo betojam , debe ser traducida como «en ellos«. Esto nos enseña que el lugar donde realmente el Eterno deseaba morar era dentro de los corazones de cada hijo de Israel que tuviera la actitud de dar generosamente.
Ahora, sólo los que tenían corazones alegres con ganas de dar recibieron el permiso para entregar materiales para el tabernáculo. Por lo tanto las ofrendas venían de los corazones de los que amaban la presencia del Eterno. Su amor al Eterno, y su deseo de estar unidos a Él, se expresó en la entrega de sus bienes más preciosos. De esa manera hay una relación muy íntima entre el corazón del pueblo y el santuario.
El Eterno quiso vivir en el santuario de los hijos de Israel, pero esa morada divina se construyó de los materiales que habían sido dados de todo corazón. De esa manera Yahvéh no habitaba solamente en los materiales físicos sino también (o más bien) en los corazones de su pueblo, cumpliéndose así la palabra que dijo que iba a habitar dentro de ellos. La idea que se desarrollaba era que siendo la misma vida del ser humano efímera y a veces fugaz, él mismo no puede poseer absolutamente nada de los bienes materiales que él mismo crea. Si nuestra mentalidad se basa en la escasez, no veremos la abundancia que hay de todo en el Universo. El primer paso para liberarnos de ella es estar agradecidos por todo lo que somos y poseemos. Y de última instancia llegaremos a comprender que en realidad no podemos poseer nada, ya que todo lo que obtenemos es un medio útil para lograr alguna otra cosa y no un fin en si mismo; ya que lo único que realmente podemos poseer es aquello que podemos dar. Esto nos recuerda lo que afirmaba el rey David en ocasión de reunir materiales donados para la construcción de lo que sería el Primer Templo de Jerusalén:
«Porque de ti proceden todas las cosas, y de lo recibido de tu mano te damos.»
(1 Crónicas 29: 14).
Así Israel aprendió la gran lección del éxito: las ofrendas de corazón son el camino a la intimidad con el Eterno. Si das ofrendas al Eterno de todo corazón Él viene a hacer su morada dentro de ti .
Por eso es que al santuario se le acostumbró a llamar Mishkán, el lugar para que la Presencia habite en comunión con el corazón del hijo primogénito, Israel.
Pero, a la vez, el significado espiritual de este diseño podría parecer como una exigencia terrible para el pueblo, pues implicaría la imperiosa necesidad de estar en estado de “consagración” y “pureza” constantes, sin margen para cometer el más mínimo error. Tal como fuera mencionado:
«El Eterno dijo a Moshé: -Desciende y advierte al pueblo, no sea que traspasen el límite para ver al Eterno y mueran muchos de ellos.
Santifíquense también los sacerdotes que se acercan al Eterno, no sea que el Eterno acometa contra ellos.«
(Shemot / Éxodo 19:21-22)
Evidentemente estar ante la Divina Presencia no parece cosa de todos los días, sería indispensable un estado de lucidez, de pureza, de santificación, de apartamiento de las cosas “mundanas”, so pena de morir, de ser “acometidos” por las poderosas fuerzas de la santidad que no toleran la manchas de la oscuridad.
Pero, ¡oh sorpresa! De repente la misma Torah da un consuelo al alma de sus hijos. Ella presente una evidencia consoladora de parte del mismo Yahvéh:
«… el tabernáculo de reunión, el cual habita con ellos en medio de sus impurezas.»
(Vaikrá / Levítico 16:16)
¡Bendita noticia celestial! ¡El Eterno está con nosotros, en medio de nuestros errores!
¡Él no nos abandona nunca!
No existe un pecado original, o repetido, que logre deshacer el sagrado lazo que Él ha determinado mantener con los primogénitos de Su congregación gozosa. En nuestro ser está el sagrado Mishkán, nuestro espíritu redimido en la sangre del Mesías, sin importar que tanto “pecamos”. La cosmovisión que deja el Mishkán es por nuestro beneficio si lo sabemos y nos preparamos para adentrarnos en este santuario interior, si armonizamos nuestra existencia para estar acordes con el Eterno.
Nosotros podemos alejarnos con nuestra conducta, confundirnos con nuestras creencias, embotarnos con nuestros pensamientos de incredulidad, sentirnos sin Dios o absolutamente lejos de Él; pero, Él está aquí, ahora, conectado contigo, con su Luz Infinita en ti. Su Espíritu morando en tu interior:
«Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo«.
(2 Timoteo 2: 13)
Seguramente, querrás decirme que tu estilo de vida no está hoy en sintonía con los lineamientos de Su Instrucción (Torah). Me asegurarás que ya es muy tarde para volver a Él, ya que todas tus acciones te hacen vibrar negativamente, en estado de impureza, de desconexión con Su propósito eterno. Tus actos negativos te perjudican, y a tu prójimo. Pero, quiero que sepas que allí, muy cerca de tu corazón y sin pausa está Su Presencia, morando, vibrando, a la espera, pacientemente aguardando a que despierte tu conciencia espiritual y comiences el proceso de crecimiento, de reencuentro con tu identidad, de unificación.
A tu servicio y en Amor: David Nesher