«… yo los llevaré a mi
santo monte, y los recrearé en mi casa de oración; sus holocaustos y sus
sacrificios serán aceptos sobre mi altar; porque mi casa será llamada
casa de oración para todos los pueblos».
(Isaías 56:7)
A esta altura de la vida de nuestro Ministerio Internacional, hemos comprendido que la adoración de Yahvéh es santa, pura y excelsa. Dado que nuestras reuniones tienen por objeto el estudio de la Torah y la adoración al Rey Eterno, Yahvéh, nuestro Abba, entendemos que debemos mostrar el debido respeto a tal alta dignidad; así manifestamos que nos adherimos al criterio divino sobre las cosas sagradas, y revelamos nuestra conciencia regia que entiende y manejas protocolos de nobleza celestial.
Es cierto que, en sentido literal, Yahvéh ya no tiene en la Tierra una ciudad santa ni un templo especial dedicado a su culto; pero no olvidemos que las reuniones donde lo adoramos son sagradas, tanto como que nuestras asambleas son el Templo de Su Presencia (Shekihah).
Tenemos bien claro que el Eterno nos bendice cuando nos congregamos para adorarlo, estudiar su Palabra y disfrutar de la grata compañía de los hermanos. Dondequiera que haya una reunión, podemos estar seguros de que es allí donde “ordenó Yahvéh que estuviera la bendición” (Salmo 133:1, 3). Pero para recibir esta bendición, debemos estar presentes y atender al programa espiritual siguiendo un protocolo de conducta digna de los hijos del Rey de los Cielos. Sin duda, las reuniones forman parte de nuestra adoración, por lo que durante ellas debemos mantener una actitud reverencial y atender respetuosamente.
En el capítulo 14 de su primera carta a los Corintios, el apóstol Pablo da recomendaciones prácticas para llevar a cabo las reuniones, y concluye dando la siguiente norma: “pero hágase todo decentemente y con orden (con arreglo protocolar)” (1 Corintios 14:40). Dado que las reuniones constituyen una parte esencial de la actividad de la asamblea de los primogénitos, es nuestro deber comportarnos en ellas como es propio de los miembros de la casa de Yahvéh.
A continuación te dejaré diez consejos que te ayudarán a integrarte en cualquiera de las comunidades del Monte Santo y a vivir plenamente la celebración que en ellas se otorgan al Eterno.
1.-Llega siempre puntual, incluso antes de iniciar la santa asamblea festiva.
Recordar que el primer precepto del Eterno para Su Iglesia es Shema, es decir «¡Escucha!», lo que obliga a que te dispongas a oír el mensaje completo que Él tiene para ti en cada oración, alabanza, testimonio, etc. que se ofrecen a Su Nombre en cada celebración. Para esto es importante llegar a tiempo a la asamblea. ¿Para qué? Para prepararnos espiritualmente en oración haciendo nuestra oración personal.
2.- Entrando al santuario tu primera acción debe ser comulgar con el Señor.
Nunca entres despistad/(a). Si la salud te lo permite arrodíllate completamente o al menos la rodilla derecha al suelo (genuflexión), como señal de adoración y respeto al estar frente al Señor de la asamblea.
Una vez haces tu acto de adoración busca el lugar que quieras, ojalá empezando a ocupar los primeros bancos.
3.- Si tienes que moverte dentro de la asamblea hazlo con respeto.
4.- Observa y disfruta del silencio que todos los miembros de la asamblea crean con su reverencia.
Habrá personas orando en distintos signos corporales (de pie, sentados, de rodillas, etc.) Permanece en silencio u orando como preparación personal y para respetar el momento de los demás con el Eterno Dios.
Observar el silencio antes, durante y después de la celebración; a excepción cuando necesariamente se ha de cantar o responder a las acciones litúrgicas.
Considera que la celebración es algo sagrado; esto implica apagar o silenciar el teléfono móvil, no lo pongas con vibrador porque te distrae y te hace dependiente. Si por distracción olvidas apagar el teléfono móvil y te suena durante la misa, no salgas de la iglesia a responder; apágalo inmediatamente.
5.- Vístete con decencia y decoro como parte de la ofrenda que entregas al Eterno Dios.
Vístete con lo mejor que tengas. Cuanto más elegantes, mostramos más respeto y amor. Viste bien, pero por la dignidad del lugar y del momento y no para que te luzcas ante la gente. No lleves vestimentas atrevidas aunque haga calor, ni ropa deportiva, ni shorts, chancletas,…
No es sólo cuestión de no usar prendas indecentes: hay cosas superdecentes que son demasiado deportivas: nadie se las pondría para una sesión de gala en un teatro, y mucho menos para una cita con alguien muy importante en el gobierno de una nación. Su traje es una muestra de respeto, la informalidad no debe llevar a asistir con minishorts, microminifaldas o escotes demasiado pronunciados; la iglesia no es una pasarela.
No es cuestión de si se puede o no: es cuestión de amor. Quien ama trata de dar lo mejor a quien ama.
6.- Cuida la limpieza de todo el recinto y evita el chicle antes y durante la celebración.
Es responsabilidad de todos los asistentes, cuidar los muebles y demás implementos de la iglesia que, con mucho esfuerzo se han conseguido con el aporte de todos. Por ello, rayar o escribir en las sillas y bancas constituye un acto reprochable.
El lugar que Yahvéh escogió para que lo adoraran los israelitas había de ser sagrado. Por eso, el tabernáculo y sus muebles y utensilios fueron ungidos y santificados para que llegaran “a ser santísimos” (Éxodo 30:26-29). Asimismo, las dos partes en que se dividía este santuario se denominaban “el Lugar Santo” y “el Santísimo” (Hebreos 9:2, 3). Y cuando el tabernáculo fue reemplazado por el templo en Jerusalén, esta ciudad se convirtió en el centro del culto a Yahvéh, razón por la que se llamó “la ciudad santa” (Nehemías 11:1; Mateo 27:53). Durante su ministerio terrenal, nuestro Mesías Yeshúa respetó el templo y se indignó por el descaro de quienes lo utilizaban como atajo y zona de negocios (Marcos 11:15, 16).
Observar esta norma es signo de máximo respeto de quien identifica la presencia real del Mesías en la celebración; es también la preparación y correcta disposición para recibir al Señor.
7.- Controla a tus hijos.
A los niños más grandes es preciso irles creando conciencia sobre lo que significa el lugar dónde adoramos al Padre en espíritu y en verdad. Si los padres quieren que crezcan en la fe, deberán enseñarles lo que ello implica y a qué van; con su buen ejemplo irán aprendiendo.
Si son pequeños evita que jueguen molestando a los demás y edúcalos en el respeto que merecen el lugar y el momento; así sabrán la importancia que tiene.
Si son muy pequeños o de brazos, y no puedes encomendarlos a alguien, procura situarte en los bancos del final por sí es necesario salir de la asamblea a tranquilizarlos en el caso de que lloren.
Los padres deberán estar más atentos sobre el comportamiento de los niños para que no interrumpan el recogimiento, meditación y concentración de los demás. No es correcto regañarlos en medio de la celebración y tampoco que los dejen jugar entre ellos generando ruido e incomodidad.
8.- Dice Jesús, nuestro Mesías y Dueño: “Mi casa será llamada casa de oración” (Mt 21,13).
No es que el santuario sea un lugar sombrío y severo pero tampoco es lugar para diversión ni para andar a las anchas. Es mas bien un lugar sagrado, diferente a todos los demás. ¡Es casa de oración! No es necesaria la rigidez pero no se debe andar como en el parque o en un centro comercial.
Por tanto el salón de gobierno, lugar dónde se realizan las celebraciones, no es un espacio para tertulias; no confundas la iglesia con una cafetería, no te sientes con las piernas cruzadas como en los actos o reuniones sociales.
La celebración no es momento de expresar afectos personales. Si estás con tu esposo (a) o novio (a), deja los cariños extravagantes para otro lugar y momento. Ahora son tú y tu pareja, cada uno con el Eterno Dios: vivan la misa como pareja, pero dirigidos al Eterno Dios.
El Salón de Gobierno, donde se convoca cada asamblea, es un sitio de recogimiento y oración. Deja las conversaciones para cuando salga de la celebración.
Toda nuestra actitud debe reflejar nuestra fe en la Presencia de Cristo.
9.- Participa activamente de la celebración en cada detalle de la misma.
Deja tus lecturas y devociones para otro momento, ya sea para antes o para después de la misma.
Participa en las oraciones y el canto congregacional; asistir a la asamblea no es solo cuestión de cumplir con un precepto, es la oportunidad para agradecer, reflexionar y acercarse a su Dios.
En cierta ocasión, los cristianos del siglo primero “levantaron la voz de común acuerdo a Dios” en fervorosa oración; como consecuencia, siguieron “hablando la palabra de Dios con denuedo” pese a la persecución (Hechos 4:24-31). ¿Nos imaginamos a alguno de estos fieles dejando vagar la mente mientras los demás oraban? Claro que no, pues todos oraron “de común acuerdo”. Las oraciones que se hacen en las reuniones expresan los sentimientos del auditorio; de ahí que merezcan nuestra atención respetuosa.
Aprovecha esos pocos minutos para orar y ratificar tus creencias.
Asiste con alegría y salgas con entusiasmo y un mayor compromiso para con tus semejantes y contigo mismo Recuerda que el principal compromiso de cada uno de los asistentes es hacer de este mundo que recibimos un lugar mejor para todos.
10.- No favorezcas la distracción.
En la celebración, frente a la Mesa de Comunión, abandona todo otro asunto o pensamiento. No desvalorices la misa con un corazón dividido, pensando en tus asuntos fuera de misa.
No te ocupes en banalidades, ni mirando a los demás, mucho menos con malicia u obscenidad. Tampoco la pases mirando el reloj, como si tuvieras ganas de que la misa acabe cuanto antes.