P.A. David Nesher
Al leer y estudiar la parashá Tazría, no se puede evitar que aparezca en nuestra mente las siguientes cuestiones: ¿Por qué una mujer necesita traer una ofrenda por el pecado después de tener un bebé? ¿Dar a luz a un niño es algún tipo de pecado?
Vemos que después de dar a luz a un niño, se requería que una mujer trajera una ofrenda quemada y una ofrenda por el pecado al Eterno (Levítico 12:6). Bien, justamente esta ofrenda por el pecado es lo que conduce a una preocupación existencial. ¿Acaso pecó la mujer al tener un bebé? ¡No!, all contrario, estaba cumpliendo con el primer mandamiento de ser fecundos y multiplicarse. Entonces, ¿Por qué necesitaba traer una ofrenda por el pecado?
Leyendo el Talmud me encontré con la explicación de que cuando una mujer tiene dolores de parto, sin darse cuenta puede maldecir a su esposo o hacer un voto de no dejar que él la toque nunca más, y debido a eso, debe traer una ofrenda por el pecado para exonerarse de su voto precipitado. o sus pensamientos resentidos.
Pero, investigando en otros comentarios, hallé una explicación más simple y es que las ofrendas por el pecado a menudo se traían con fines de purificación. Cuando eso sucedía, la ofrenda por el pecado no se consideraba como un castigo por el pecado o una consecuencia de la iniquidad, era simplemente parte del ritual de purificación. De manera similar, una persona que sufría una descarga corporal antinatural y una persona que estaba siendo purificada de la lepra también traía ofrendas por el pecado.
Si ahora nos permitimos elevarnos a un nivel místico, el viaje de cuarenta u ochenta días de la madre a través de la incapacidad ritual es como un microcosmos de la propia odisea de su bebé a través de la vida. Antes de tener el bebé, la mujer se encontraba en un estado físico ritual. Ella disfrutó de la presencia de Yahvéh en Su santa morada y estaba apta para comer de Su mesa. Después del parto hubo un período de tiempo durante el cual no pudo entrar en la morada del Eterno. Al final de ese tiempo, la mujer fue readmitida al Tabernáculo a través de la expiación de una ofrenda por el pecado. Esta progresión de eventos simboliza el propio paso del bebé por la vida. Su alma comienza en la morada eterna de Dios, pero su nacimiento en carne humana requiere una salida de ese lugar y una estancia fuera del tabernáculo celestial de Dios. Sin embargo, después de un período de tiempo asignado,
Entonces el polvo volverá a la tierra como era, y el espíritu volverá a Yahvéh que lo dio (Eclesiastés 12:7)
A través de la expiación de la eterna ofrenda por el pecado del Mesías, el alma del creyente regresa a la comunión con su fuente. Podría decirse que la readmisión de la madre al Tabernáculo simboliza el eventual regreso de la nueva vida a Dios.
Para concluir, deberemos aceptar que los sacrificios posteriores al parto nos recuerdan que el acto de dar a luz es en sí mismo un encuentro milagroso con lo Divino. No debe ser considerado simplemente como una acción ordinaria de la vida, sino más bien, como una operación cósmica de bendición celestial, en el que una respuesta divina es dada al mundo. Por ello, la Torah le otorga al evento calidad de Kedushá (santidad) y significado al requerir estos korbanot (acercamientos). El nuevo bebé es una herencia de Yahvéh que debe ser administrado en amor, y la madre naturalmente quiere corresponder con un regalo. Ella trae una ofrenda quemada y una ofrenda por el pecado como sus regalos al Eterno, quien la bendijo con un hijo que desde ella, y junto al compromiso de ella de capacitarlo en la Torah, se manifestará al mundo con una misión plena y acorde al propósito divino que en vibra en su alma.