En esta semana volvemos a reiniciar nuestra investigación de los códigos yahvistas escondidos en la Torah (Instrucción) divina. Comenzamos una vez más con el primer libro conocido en hebreo como Sefer Bereshit y en lo profano como el libro de Génesis.
En el primer capítulo leemos que Elohim (Dios) hizo al hombre «a su imagen«; inmediatamente nuestra mente no puede evitar cuestionar: ¿cuál es la imagen del Dios invisible?, o mejor formulada la pregunta: ¿Qué o quién es la imagen de Dios?
Serán los Sabios místicos los que lograrán dar la respuesta al comentar que Dios hizo a Adán a imagen del Adán Celestial, conocido como el Primogénito de toda la creación, la imagen espiritual de Elohim. De este modo la doctrina del Adán celestial intenta reconciliar el conflicto entre la idea de que Dios es incorpóreo, es decir, sin imagen ni forma, y la idea de que el hombre es creado a imagen de Dios.
Con esto en sus mentes (desde las enseñanza que recibían desde su niñez) los apóstoles proclamaron y enseñaron a las comunidades del primer siglo la identidad de este Adán celestial:
«Yeshúa es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación»
(Colosenses 1:15).
“Él es el resplandor de su gloria y la representación exacta de su naturaleza”
(Hebreos 1:3).
Será el apóstol Pablo quien aludirá a las mismas ideas místicas cuando declara:
“Así como nosotros trajimos la imagen del terrenal [es decir, Adán], también llevaremos la imagen del celestial [es decir, Yeshua]”
(1 Corintios 15:49). ).
Pablo llama a Adán “el primer Adán” y al Mesías “el segundo Adán”, y según esta enseñanza paulina:
“El primer Adán es de la tierra, terrenal; el segundo Adán es del cielo”
(1 Corintios 15:47),
“… una impresión del que había de venir”
(Romanos 5:14).
Es decir que Adán (la humanidad) fue hecho a la imagen del Mesías.
La obra judía Tz’nah Ur’enah (guía de estudios de la Torah para las mujeres) dice:
“Así como Adán fue creado a la imagen de Dios, así el Mesías es ungido por Dios, y el Espíritu de Dios estará sobre él”.
¡Esta revelación es maravillosa!… ¡Dios creó a Adán a Su imagen, y el Mesías es la imagen de Dios!… “Él es la imagen del Dios invisible” (Colosenses 1:15); “Él es el resplandor de Su gloria y la representación exacta de Su naturaleza” (Hebreos 1:3).
Lucas escribió su evangelio desde esta revelación por ello se refiere a Adán como “el hijo de Dios” (Lucas 3:38).
Con todo esto en nuestra mente, nuestro corazón se eleva en la conciencia de que el Mesías, como el segundo Adán, proporciona a la humanidad un nuevo comienzo. En otras palabras, en el Mesías, la raza humana puede volver al Gan Edén, por así decirlo, y comenzar de nuevo en perfecta inocencia y rectitud.
El nombre de Adán (hebreo Adam) significa «hombre«, «ser humano«, «humanidad«. El pecado y la muerte llegaron a la humanidad como resultado del pecado de un hombre. A través de un solo acto de desobediencia, Adán perdió su derecho al Árbol de la Vida (y de ese modo su poder de ser co-creador con Elohim de los otros mundos). Por ello es que la muerte vino a través de Adán y afectó a toda la humanidad. Pablo afirma que la muerte vino “aun sobre los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán” (Romanos 5:14), lo que quiere decir que todos mueren.
Parece terriblemente injusto que la transgresión de un solo hombre condene a toda la humanidad a la muerte, pero es igualmente injusto que la justicia de un hombre también ofrezca a toda la humanidad la recompensa de la justicia:
«El derecho al árbol de la vida»
(Apocalipsis 22:14)
Por eso toda alma humana que se une al “último Adán”, el Espíritu vivificante, recibe esa recompensa celestial por lo cual todo le es posible.
El Mesías es un segundo Adán, pero a diferencia del primer Adán, no transgredió. Si el pecado del primer Adán fue suficiente para merecer la muerte de toda la humanidad, la justicia del Mesías —el postrer Adán— es suficiente para merecer la vida para todos nosotros:
“Porque así como en Adán todos mueren, también en el Mesías todos serán vivificados”.
(1 Corintios 15:22).
Esta es la esperanza de la vida eterna por la resurrección de los muertos. Esta es la fuerza de nuestra fe en el destino de propósito que nos espera. ¡Recordémoslo la resurrección revierte la perdición de Adán!